La tasa de contagio de covid-19 alcanzó en los últimos días su nivel más alto en dos meses y medio. El ritmo descendente de las últimas semanas llegó a un abrupto fin que ojalá no pase de una breve interrupción del avance. No obstante, hay buenas razones para preocuparse.
Hay fatiga en la población y muchos ciudadanos ceden a la tentación de bajar la guardia. El inicio de la vacunación crea una falsa sensación de seguridad como si la protección viniera de la existencia de la vacuna y no de su aplicación que, para la mayor parte de los habitantes, está todavía a varios meses.
Los médicos también detectaron la presencia de variantes del virus —una de ellas hasta el momento—, la británica, mucho más contagiosa. En otros países, esas mutaciones ganan terreno paulatinamente en ruta a convertirse en la versión dominante del coronavirus. Su potencial es devastador.
En esas circunstancias nos encuentra Semana Santa. Las autoridades eclesiásticas preparan la celebración de la Semana Mayor con toda responsabilidad y consciencia de las limitaciones impuestas por la pandemia, pero estos días también atraen a miles hacia los sitios de recreación y descanso. Se aproxima una semana larga de asueto y la posibilidad de más contagios, al concurrir circunstancias más favorables para la propagación del virus, declaró a este diario el epidemiólogo Ronald Evans Meza.
La tasa de contagio es volátil y cambia en cuestión de días, pues depende de la interacción humana. En nuestras manos está llevarla a niveles inferiores a 1 para reducir la cantidad de enfermos, hospitalizados y muertos, cuyo número ha aumentado en los últimos días.
Esta Semana Santa es muy distinta de la del 2020, con sus estrictos controles sobre la circulación y los sitios públicos, pero otros países se han visto obligados a retroceder, no obstante su mayor acceso a las vacunas. Chile es un claro ejemplo: desplegó, per cápita, la campaña de vacunación más rápida del mundo. Solo le superan Israel y los Emiratos Árabes Unidos en porcentajes de vacunación. Casi la mitad de los chilenos recibieron cuando menos una dosis de la vacuna.
No obstante, el verano invita al desplazamiento por el territorio suramericano y las nuevas variantes del virus contribuyen a elevar la tasa de infección y los nuevos casos superaron 7.600 a finales de la semana pasada. El fin de semana pasado había 169 camas disponibles en cuidados intensivos y la ocupación rondaba el 95 %. En consecuencia, el gobierno anunció nuevas restricciones para buena parte del país, comenzando por la capital. Las medidas alcanzan al 80 % de los 19 millones de chilenos.
Las restricciones superan en mucho las más fuertes experimentadas en Costa Rica. Durante el fin de semana, los habitantes de Santiago no deben salir de la casa, ni siquiera para comprar alimentos. De lunes a viernes, a cada persona se le permiten dos salidas para comprar artículos esenciales y hay permiso para ejercitarse entre las 7 a. m. y las 8:30 a. m.
Los médicos no se cansan de enfatizar la necesidad de ganar tiempo para enfrentar mejor la emergencia. De eso se trataban las restricciones del año pasado y eso procuran Chile y varios países de Europa. Costa Rica lleva ventaja. La solución está en camino y no es hora de rendirse. «Tenemos ya la vacuna, que podría detener la aparición de una tercera ola en Costa Rica, pero hasta el momento no se puede confiar» debido «a la lentitud con que avanza el proceso, principalmente, por la escasa disponibilidad del producto”, recordó Evans. Mientras tanto, lo único racional es cuidarse.