El mensaje expresado por los votantes guatemaltecos en las elecciones del pasado domingo fue claro y contundente: un fuerte rechazo combinado hacia las estructuras políticas vigentes, la instrumentalización de las instituciones a favor de grupos reducidos y la corrupción que invade prácticamente todos los pliegues del Estado.
Los datos son claros. Los votos nulos ocuparon el primer lugar de las preferencias, con un 17 %. Sumados al 7 % en blanco, revelan que casi la cuarta parte de quienes decidieron participar en los comicios (un 61 % del padrón) lo hicieron para dejar expresamente establecida su protesta.
No era para menos. Más allá del pésimo desempeño del presidente Alejandro Giammattei, de su complicidad con sectores políticos, militares y empresariales intransigentes, del deterioro creciente de las libertades públicas, de la violencia, la impunidad, la aguda pobreza y desigualdad, el proceso que desembocó en las elecciones generó enorme descontento.
El principal motivo de esa reacción fue la descalificación de tres fuertes candidatos, con razones espurias. Uno fue el empresario Carlos Pineda, quien se había posicionado en primer lugar mediante una campaña en las redes sociales; los otros dos, la dirigente indígena Thelma Cabrera y el centroderechista Roberto Arzú.
Entre las 22 candidaturas que sí lograron inscribirse, la ex primera dama Sandra Torres, de la Unión Nacional de la Esperanza (UNE), autodefinida como abanderada de causas sociales, ocupó el primer lugar, con el 15,86 % de los votos. Fue algo predecible, porque las encuestas la ubicaban a la cabeza desde hace semanas. Pero al segundo puesto llegó alguien no esperado, por no estar entre los primeros lugares de los sondeos: Bernardo Arévalo, del partido Semilla, que obtuvo un 11,55 %. Hijo de Juan José Arévalo, presidente reformista entre 1945 y 1951, se define como de centroizquierda y se presenta con una plataforma de fuerte contenido social y anticorrupción. Son ellos quienes competirán en la segunda vuelta, el 20 de agosto.
A Torres, de 67 años, puede definírsele como una política tradicional, y no ha estado ajena a cuestionamientos. Además, se ha mantenido silenciosa frente a los recientes desmanes contra las instituciones en Guatemala. Aun así, tiene menos compromisos con los sectores más inmovilistas de su país que muchos de los otros candidatos, y ha demostrado afinidad por las reformas sociales necesarias. Arévalo, de 64, transmite un mensaje más fresco y distanciado de las estructuras tradicionales de poder y, si bien su partido tiene menor trayectoria, es de los pocos que cuentan con cuadros decantados y un programa bien estructurado.
La suma de todo lo anterior permite decir que, dentro de las difíciles circunstancias en que se celebraron los comicios, el resultado fue razonablemente bueno. Sin embargo, cualquiera de los dos que gane deberá lidiar con problemas estructurales de enorme magnitud, un Estado de derecho carcomido, inseguridad creciente, aguda pobreza y desigualdad, grupos empresariales intransigentes y fuerzas de seguridad con mínimo control.
Revertir esas fuerzas será en extremo difícil. Sin embargo, pueden jugar a favor algunos factores. Uno, esencial, es el hartazgo manifiesto y clamor de cambio que se expresó mediante votos nulos y blancos; otro, que los candidatos presidenciales más extremistas, entre ellos Zury Ríos, hija del exdictador Efraín Ríos Montt, quedaron muy malparados. También abre alguna esperanza que la correlación de fuerzas en el nuevo Congreso es mejor que en el que termina. Es cierto que padece fragmentación, que el partido oficialista actual (Vamos) será la primera fuerza, con 30 de 160 diputados, y que difícilmente apoyará cambios políticos, económicos y sociales. Sin embargo, UNE obtuvo 28 y Semilla, 23. Si decidieran coincidir en ciertos proyectos con otras agrupaciones de vocación democrática, se podrían abrir posibilidades de impulsar alguna legislación reformista puntual.
El gran problema inmediato es que la campaña hacia la segunda ronda se ha polarizado en extremo. Esto podría exacerbar los ánimos, estimular tendencias extremistas, atizar violencia y romper posibles puentes futuros entre UNE y Semilla. La esperanza es que la madurez demostrada por los ciudadanos en la primera vuelta se mantenga y que su reclamo sea escuchado. Así debería ser.
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