El contundente triunfo de Edmundo González Urrutia en las elecciones presidenciales venezolanas del 28 de julio, impulsado por el movimiento de oposición democrática liderado por María Corina Machado, marcó un punto de inflexión en la historia política de Venezuela y colocó al país en un complejo laberinto del cual, 28 días después, aún no ha encontrado la salida.
A pesar de los esfuerzos de Maduro y las instituciones bajo su control para manipular los resultados oficiales, la oposición fue capaz de recopilar más del 80 % de las actas y publicarlas, desafiando la narrativa del régimen. Las actas muestran a González Urrutia con el 67 % y a Maduro con el 30 %.
Empero, el régimen autoritario insiste en que fue Maduro quien ganó la elección: un 52 % contra un 44 %, pero sin que el CNE —casi un mes después de las elecciones— haya mostrado las actas desglosadas por centros y mesas de votación como exige la ley.
Los informes del Carter Center y del Panel de Expertos Electorales de la ONU, las dos únicas instituciones que realizaron observación electoral internacional independiente y profesional en el terreno, calificaron la elección como “no democrática”, carente de los mínimos de transparencia e integridad y falta de independencia de los órganos electorales. Por tanto, da por válidas las actas publicadas por la oposición.
La comunidad democrática exige la publicación de los resultados por mesa y pide una verificación independiente de expertos internacionales. Numerosos países de la región han denunciado fraude y catalogan al régimen como una dictadura, e incluso algunos de ellos han reconocido a González Urrutia como el vencedor de las elecciones.
Por su parte, los tres países latinoamericanos que llevan a cabo un esfuerzo de mediación —Brasil, Colombia y México— no han reconocido el triunfo de ninguno de los dos candidatos y también piden la publicación de las actas, acompañada de un proceso imparcial de verificación.
No obstante, Maduro, en un intento por cerrar el conflicto y en abierta violación de las normas electorales y constitucionales, remitió el caso a la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para que emitiera una decisión definitiva e inapelable sobre los resultados. Como era previsible, el jueves no hubo sorpresa: la Sala confirmó la victoria de Maduro en los mismos términos en que lo había hecho el CNE, pero nuevamente sin mostrar las actas.
Se consolida de esta manera uno de los fraudes más infames de la historia electoral latinoamericana, mientras Maduro trata inútilmente de maquillarlo con una burda sentencia del TSJ.
Qué sigue
El triunfo de González Urrutia representa un logro extraordinario, pero también el comienzo de una etapa llena de retos. A diferencia de lo que ocurre en una democracia, en una dictadura como la venezolana, esta victoria, si bien es una condición necesaria, no es suficiente por sí sola para garantizar una transición democrática.
Maduro buscará cerrar todo reclamo judicial ejerciendo la presión posible para forzar su acatamiento, diciendo que quien no lo haga “está fuera del juego democrático”. La oposición la rechazó de inmediato.
La comunidad internacional democrática, unánimemente, ha desconocido esta sentencia e insiste en la presentación de las actas y en una verificación imparcial. Al cierre de este artículo (viernes 23 en la tarde), ni Brasil ni Colombia se habían pronunciado sobre la decisión del TSJ, pero es probable que lo hagan pronto.
El régimen buscará, asimismo, desarticular a la oposición mediante la detención o el exilio de sus líderes más prominentes. Ya están en curso investigaciones penales contra la oposición: el TSJ declaró en desacato a González Urrutia y el fiscal lo citó a declarar por “desobediencia”.
La dictadura fortalecerá también la represión —25 han muerto y 1.674 personas han sido detenidas— sembrando el terror para mantener las calles bajo control y continuará ejerciendo una estricta vigilancia sobre las Fuerzas Armadas para tratar de evitar divisiones internas que amenacen su continuidad en el poder.
Este conjunto de acciones están encaminadas a asegurar la permanencia del régimen a toda costa. Hay una gran probabilidad de que Venezuela vaya camino a convertirse en un régimen similar al de Nicaragua y Cuba; una infame dictadura como lo acaban de calificar los presidentes Boric de Chile y Lacalle Pou de Uruguay, entre otros.
Imposición y más represión
El presente y el futuro de Venezuela están en juego. Aunque Maduro se haya impuesto por la fuerza, reprimiendo, manipulando groseramente las instituciones electorales y apoyándose en los militares, no significa que sus problemas desaparecieran. En el frente interno, sus bases de apoyo político y social se han reducido significativamente e internacionalmente está más aislado que nunca.
Es crucial entender que aunque el régimen haya podido por ahora imponerse, no ha logrado convencer. Asimismo, es importante reconocer que si bien Maduro emerge de este proceso debilitado electoralmente, no está de momento derrotado ni política ni militarmente.
De los dos escenarios principales —perpetuación del régimen con una profundización de la represión y el autoritarismo, o una salida democrática, pacífica y negociada—, el primero pareciera ser el más probable a corto plazo.
De ser así, existe el riesgo de que Venezuela se consolide como un régimen totalitario aún más difícil de revertir en el futuro. Esto podría aislar aún más al país, tanto económica como políticamente, agravar las condiciones de vida de los venezolanos y desencadenar una nueva crisis humanitaria y migratoria de grandes proporciones, con serias consecuencias para los países vecinos, y también para el resto de la región y los Estados Unidos.
Enfrentar este grave escenario no será tarea fácil. La oposición deberá seguir defendiendo la legitimidad de su triunfo, mantener la presión interna en las calles, asegurar el respaldo continuo de la comunidad internacional y utilizar los mecanismos de defensa de los derechos humanos, incluida la instancia de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad.
La política comparada muestra que aunque los regímenes autoritarios parezcan monolíticos, suelen volverse vulnerables cuando se producen fisuras internas, especialmente dentro de las fuerzas militares.
También enseña que la lucha contra las dictaduras se libra principalmente en el plano interno, que esta debe estar estratégicamente coordinada con el apoyo internacional, requiere ser sostenible en el tiempo y demanda grandes sacrificios.
Los líderes democráticos venezolanos deben prepararse para seguir enfrentando tiempos recios.
@zovatto55
El autor es global fellow del Wilson Center.