Semejante a un combate de boxeo, tres recios golpes dejaron desvalido y maltrecho el autónomo cuerpo de las municipalidades del país.
Azotados desde el mes de octubre por un informe de la Contraloría General de la República, los órganos y tejidos de la agarrotada complexión municipal fueron sacudidos por tres puñetazos tan mortíferos que uno termina preguntándose con irritación por el propósito (y principalmente por los beneficiarios) de la inviolable autonomía municipal.
El primer golpe provino de la Contraloría, como ya he dicho, sobre una evaluación del índice de gestión de los servicios municipales. El diagnóstico es alucinante: en ninguno de los 82 ayuntamientos evaluados la gestión es óptima.
El adjetivo óptimo significa que algo es sobresaliente y estupendo, digno de ser reconocido y, en el caso de los municipios, celebrado por los residentes en el cantón.
Pues bien, en el nivel óptimo, la celebración está proscrita: es una tierra vacante, municipalmente infértil y donde no se observa el rostro de un alcalde o de un regidor. Con confiada esperanza bajé un escalón hasta el nivel avanzado, anclado en la seguridad de hallar un feliz hacinamiento de municipalidades.
No había tal: una raquítica cantidad de siete ayuntamientos se pasea a sus anchas como por una amplia terraza donde los requisitos para poner un pie ahí parecen superar irremediablemente las capacidades de muchos municipios.
Hice acopio de una gran templanza para mirar escaleras abajo, y tropecé con una cantidad de municipalidades que erizó mi piel: 31 apenas asoman la cabeza para que se vea que existen, que cumplen en lo básico, es decir, recogen bolsas de basura de las aceras, asean las vías, mantienen el alcantarillado pluvial y otras actividades que, si no las efectuaran, el cantón quedaría sumergido en inmundicias y aguas negras.
En el justo centro (que la Contraloría llama “nivel de madurez intermedio”) tropecé con 42 municipalidades (el 51 %). Es una posición que las pone entre el optimismo y la desgracia: o ascienden al nivel avanzado o se precipitan al escalón básico.
No obstante, observando el conformismo y la paralizante inercia de varias instituciones públicas, sospecho que muchas municipalidades, al verse en el nivel intermedio, sean presas de un alienante espejismo de autosatisfacción y se contenten con no caer en el oscuro sótano inicial.
La palabra intermedio evoca el vocablo medianía: dícese de las personas o instituciones que, colocadas entre lo pésimo y lo excelente, se satisfacen con fijar sus piernas en el medio, sin un aliento o espíritu de elevación o superación.
En fin, hagamos tristes cuentas: 75 de 82 municipalidades carecen de capacidad para ascender a las alturas del nivel avanzado y ninguna parece empeñarse en ser óptima.
Este penoso “nivel de madurez” no produjo ninguna reacción en los funcionarios municipales; pareciera que el silencio es la conducta usual frente a un diagnóstico adverso y la estridencia, las protestas y el acudir prestos a diputados es el procedimiento para cimentar su autonomía y pescar recursos.
Pero he aquí que, con respecto a los recursos que con vociferante energía reclaman, un segundo golpe dirigido por el musculoso brazo de la Contraloría afirma que, según el índice de cumplimiento de las disposiciones y recomendaciones (IDR), los gobiernos locales son las instituciones que menos acatan las órdenes o directrices para mejorar el uso de los fondos públicos y la prestación de servicios a los habitantes.
En otras palabras, desdeñan la disciplina presupuestaria, ignoran la sana administración de los recursos, declaran anatema pagar salarios razonables y miran con hambre insaciable la próxima elección municipal.
El tercer puñetazo se lo propinaron las autoridades judiciales. Media docena de alcaldes debieron mudarse de su residencia a la cárcel por unos días, cargando sobre sus espaldas un fárrago de sospechas de corrupción y favorecimiento personal.
Esta diamantina detención de alcaldes proyecta una sombra muy densa sobre el ya oscuro y muchas veces ininteligible desempeño de varias municipalidades.
Los tres golpes dejan en entredicho la labor cantonal y muy quebrantado el espíritu y el significado de la autonomía municipal, espíritu que parece haber sido asfixiado en el dantesco lodo de gestiones mediocres, despilfarro de recursos y sospechas judiciales.
El autor es educador pensionado.
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Siete municipalidades fueron allanadas por el caso Diamante.