Más de 700.000 personas tomaron las calles de Londres en favor de un nuevo referéndum sobre el brexit, en espera de que prevalezca la estadía del Reino Unido en la Unión Europea (UE).
Se suma a estas voces europeístas la del ex primer ministro Tony Blair, quien hace un llamado a que se decida antes del inicio de la transición, en marzo del 2019, porque ya sería demasiado tarde. La actual primera ministra, Theresa May, se opone radicalmente.
La esperanza de un Reino Unido aliado de Europa, pero siguiendo sus propias reglas, no es más que una esperanza fallida en momentos cuando el divorcio con la Unión Europea no ha sido fácil, cargando May el malestar de sus aliados y opositores.
Términos como salida light enfurece a sus partidarios, mientras que la negociación de una salida “fuerte” tendrá graves consecuencias para los flujos comerciales, la inversión y las opciones laborales que ya han empezado a golpear por el traslado o apertura de nuevas oficinas en otras ciudades europeas. Tan solo en el sector bancario se habla del traslado de 5.000 plazas al continente.
Qué decir de los sobrecostos y manejo de fronteras para los flujos comerciales una vez se pierdan los beneficios de los tratados con la UE, además, del mercado único, la unión aduanera... situación en general compleja, pero aún más entre Irlanda e Irlanda del Norte.
La situación es complicada para todos: por un lado, la UE debe mandar un mensaje de dureza prounidad y, por otro, pierde un aliado que ha desempeñado un papel importante de contrabalance ante la dupla franco-alemana.
En el marco de la soberanía de los Estados, debo dar la razón a quienes buscan revertir el brexit. No fue una buena decisión y en muchos casos el voto al Sí fue por razones que poco o nada tienen que ver con la permanencia en la UE.
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Para algunos que votaron por el Sí, primó una nostalgia por una economía de bienestar y trabajos de calidad atribuyendo su ausencia a la pertenencia a la UE, pero las raíces son más profundas y tienen que ver con cambios en la Cuarta Revolución Industrial.
Por otra parte, un Reino Unido sin una negociación, o con poca claridad, golpeará la economía británica, realidad que se siente porque no hay enemigo más grande para la inversión y el crecimiento que la incertidumbre.
