Tres de los fundadores de la Alianza Bolivariana de las Américas (ALBA), Venezuela, Cuba y Nicaragua, se encuentran ante retadoras coyunturas políticas, económicas y sociales. ¿Será este el germen que marca el inicio de una verdadera era democrática?
Venezuela con sus insostenibles medidas socialistas simplemente ha quebrado el Estado, comprometido su única fuente de riqueza y condenado al pueblo a una hiperinflación que el FMI calcula que para el 2018 llegaría a 13.000 %; además, con una contracción económica del 15 %, escasez crónica de alimentos y medicinas y siendo sus ciudades las segundas con más homicidios del mundo, ha significado la huida de más de 600.000 venezolanos tan solo a Colombia.
Se ha acabado la abultada billetera que alguna vez sostuvo al régimen, sacó de cuidados intensivos la economía cubana y acuñó una petrodiplomacia, que hoy no puede mantener. Los precios del petróleo superiores a $100 se han ido y ahora, además de estar entre $65 y $75, Venezuela produce menos de la mitad de barriles que en 1998. La caja chica, PDVSA, se ha secado con los bajos precios, el subsidio al consumo interno y el repago de sus deudas a Rusia y China.
No es casualidad que la primera visita que recibió Miguel Díaz-Canel, nuevo presidente de Cuba, fuera de Maduro, quien solo puede brindarle la mitad del crudo que le entregaba antes y mantiene una deuda por el trabajo de médicos cubanos en Venezuela. Díaz también hereda un país en ruinas, que se ha quedado huérfano ante la crisis venezolana y la pérdida del apoyo soviético desde los años noventa.
Otros que sufren son Daniel y Rosario, privados de los millonarios giros de Venezuela les hace más difícil su clientelismo, y el más reciente intento de incrementar la contribución al régimen de pensiones para evitar su quiebra ha despertado las disconformidades y el clamor de un pueblo por la libertad y la democracia.
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El modelo en común de estas tres naciones de control del Estado, el Partido, el Ejército, la Policía y los servicios de inteligencia importado del modelo cubano, así como el golpear a la empresa privada (lo que parece que Ortega había aprendido, pero olvidó) y eliminar toda fuente de oposición, llámese prensa, universitarios o personas que denuncian el régimen, es una ruta fallida y la historia más temprano que tarde, estará por demostrarlo.