Hace treinta años y siete meses tuve el privilegio de leer la invitación que la Asociación Mundial de Cartagos y Cartagenas dirigió a las autoridades municipales de la Muy Noble y Leal Ciudad de Cartago, Costa Rica, para que participaran en el “décimo-no-sé-cuantésimo” congreso mundial de aquella organización.
El caso es que, por razones que la historia dirá, pese a que la ciudad fenicia de Cartago fue arrasada por la República de Roma y hoy es solo una aldea rodeada de ruinas en el norte de África, en 1990 ya existían en el mundo cerca de 200 ciudades que llevaban el nombre de Cartago o Cartagena.
Las hay en Australia, Colombia, Costa Rica, España, Estados Unidos, Suecia, Turquía y muchos otros países, y en algunos se repiten hasta para tirar para arriba. Con menos repeticiones, se dan casos similares con ciudades llamadas Aix, Ámsterdam, Atenas, Barcelona (existe Barceloneta), Cambridge, Filadelfia, Guadalupe, León, Madrid, Memphis, París y es de suponer que por culpa de la pandemia muchos alcaldes y burgomaestres se quedaron con las maletas hechas por la suspensión de los congresos. Es alentador saber que, por ejemplo, Curridabat y Aserrí, en Tiquicia, y Merelbeke y Molenbeek, en Bélgica, no comparten sus nombres.
Ahora bien, en Costa Rica, tenemos el caso singular de una ciudad que, de manera novelesca y poco conocida, engendró una hija en Suramérica. El fenómeno se dio gracias a las andanzas políticas y militares de Eloy Alfaro, liberal ecuatoriano que vivó en Alajuela y fue presidente de su país en el siglo XIX.
Es una historia que debería llenar de orgullo a los alajuelenses, ya que le dio a la Ciudad de los Mangos una homónima prestigiosa en Ecuador. Dicho sea de paso, Eloy Alfaro tuvo un desempeño cívico de cierta relevancia, tanto en nuestro país como en Nicaragua.
Un día de estos, le comentaba a un amigo alajuelense que desde mi infancia soy consciente de que existe un modesto monumento dedicado a Eloy en un parque municipal de Alajuela, pero mi amigo sabía más. “Existía”, dijo, y pasó a explicarme que hace bastantes años las sabias autoridades municipales del cantón ordenaron, así como así, demoler el monumento y nunca lo restauraron. Como compensación, la catedral del fútbol de Alajuela, Ecuador, se denomina Coliseo Deportivo Eloy Alfaro.
El autor es químico.