
Costa Rica vivió la semana pasada tres tristes noticias, absolutamente conectadas entre sí.
La primera: en el barrio Sagrada Familia, en San José, el pasado mes de abril, un hijo se vio obligado a enterrar a su madre bajo el piso de su propia casa (cavando una fosa con una pala y sus propias manos), pues la pobreza extrema le impedía pagar un cajón mortuorio y menos un nicho en un cementerio. Ni siquiera tenían dinero para comer. El propio hijo informó a la Policía del hecho días después, triste y desesperado, y primeramente fue detenido por sospecha de asesinato.
Después, el OIJ demostró la pura y triste verdad y lo liberó el pasado 25 de agosto: la autopsia demostró que la anciana madre de 87 años no tenía ningún golpe o daño infligido por el hijo (ni pensión que heredarle; por lo tanto, no había motivo o causa) y que la señora simplemente había muerto de una enfermedad. El hijo, pobre y desahuciado como tantos miles de costarricenses, no tuvo otra opción que enterrar el cadáver de su madre en el piso de su casa. A ese punto hemos llegado. Esa es la que llamábamos antes, ilusamente, la Suiza de Centroamérica.
La segunda noticia: los narcos de Costa Rica no solo se matan entre ellos, como dice equivocadamente alguien en Zapote. En lo que va de 2025, se registran ya 575 homicidios dolosos, generados la mayoría por bandas narcotraficantes. Solo los últimos cuatro días, más de 12 personas. Muchas de ellas, absolutamente inocentes y ajenas. La última fue el asesinato de un hombre que recogía a su hijo en las afueras de un kínder en Limón.
Tuvo razón en estallar en lágrimas la diputada Brown en días pasados, desesperada, impotente. Lo grave del caso es que muchos de esos sicarios son muchachos jóvenes que, en su momento, abandonaron el sistema educativo. Matan por 100 dólares o un par de zapatos tenis nuevos.
La razón está en el fracaso del sistema educativo: apenas un 40% de nuestros jóvenes terminan la secundaria, es decir, el 60% terminan en la calle entre el segundo o el tercer año de secundaria. Víctimas de la droga y la delincuencia.
Nuestro país está destrozando (ya destrozó) el futuro de una generación. Y, como país, disparándose al pie. Destrozando su propio futuro.
La tercera noticia es apabullante y es el Informe del Estado de la Educación, publicado por Estado de la Nación/Conare (liderado por Jorge Vargas Cullell e Isabel Román y su extraordinario equipo académico), el cual ha puesto en blanco y negro la gravedad de la situación. Sintetizo algunos de los datos más graves descubiertos por el Informe:
- 90% de nuestros estudiantes de secundaria tienen una capacidad de abstracción de estudiantes de tercer grado de escuela. Similar a los países del África subsahariana, cuando uno compara las prueba PISA de Naciones Unidas (de razonamiento abstracto y matemático).
- Costa Rica invierte apenas un 4,9% del producto interno bruto (PIB) en educación pública, a pesar de la obligación constitucional del 8%.
- Desde el año 2022 se hizo una reducción de ¢3.000 millones en comedores escolares, demostradamente el principal “retenedor de estudiantes en aula”.
- Esta reducción se agudizó durante los años 2023, 2024 y 2025 como resultado de la sistemática reducción del presupuesto en educación, que bajó del 6,5% al 4,9% del PIB durante la gestión del último Ministerio de Hacienda. Esto es gravísimo: Costa Rica tiene un 45% de familias monoparentales, jefeadas por mujeres. El recibir alimentación adecuada en los comedores escolares es el principal incentivo para enviar los niños a la escuela y el principal retenedor de estudiantes en el aula.
- Este último gobierno ha sido tan mezquino que incluso invirtió por debajo de la regla fiscal, casi 2,1% puntos menos del umbral técnico de la regla fiscal. Es decir, quitarle dinero a la educación fue una decisión política (ni siquiera amparada la Reforma Tributaria de 2018 y su perniciosa regla fiscal). (Gráfico 2.1, ‘Informe del Estado de la Educación’, sobre la base de información técnica del MEP y del Ministerio de Hacienda).
- Al mes de mayo de 2025 (es decir, a menos de un año de terminar el gobierno), el Poder Ejecutivo nunca presentó el Plan Nacional de Desarrollo cuatrianual en educación. (Cuadro comparativo 1.1 'Informe Estado de la Educación 2025′). Es decir, la Ruta de la Educación nunca existió.
- Duraremos 20 años en recuperarnos de esta debacle. El retroceso es tal que duraremos dos décadas en salir de esta grave crisis, pero tendremos que empezar a invertir de nuevo entre el 6,5% y el 7% del PIB sostenidamente. Es decir, hemos condenado a una generación entera de jóvenes al “alfabetismo no funcional”.
Tres tristes noticias conectadas
El pobre hijo que debió enterrar a su madre anciana en el barrio de Sagrada Familia, en San José, es resultado de una Costa Rica cada día más pobre y desigual. Y eso es resultado de un sistema educativo fracasado, subfinanciado, que ayuda a polarizar cada día más a la población.

Mientras los países de la OCDE y los tigres asiáticos tienen a sus adolescentes en medio de procesos educativos de inteligencia artificial (IA), apostando al futuro, nosotros vamos en retroceso absoluto.
Hay un dato adicional, que poco se ha difundido en nuestro país. Explica el desastre de la Costa Rica actual. De acuerdo con el último informe del Banco Mundial 2024 (Tanking on Inequality, World Bank), somos en este momento el sexto país más desigual del planeta. Al lado de Suráfrica, Sudán y Haití.
Muchos de los que leerán este artículo viven (vivimos) en una “burbuja de bienestar”, mientras hay decenas de miles de compatriotas costarricenses a quienes nos les alcanza ni siquiera para una comida al día.
La única solución para corregir esto es dar un viraje total y volver a invertir en educación. La deserción y el fracaso educativo son el caldo de cultivo para la desigualdad, la violencia y la educación. Y corregir los gravísimos problemas de inequidad que Costa Rica tiene; volver a distribuir como un país equitativo, justo y democrático.
Esas son las soluciones. Y no las cárceles bukelianas, como siguen insistiendo por ahí muchos necios, que no se dan cuenta de que el frío no está en las cobijas y que las causas de la violencia social siempre están en la desigualdad, en el poco acceso a la educación, en la limitación de las fuentes de trabajo.
La clave es hacer crecer la economía. Y, además, repartir bien la riqueza. La clave es volver invertir en nuestros empresarios nacionales, en nuestros agricultores, en nuestra sociedad. Volver a crear clases medias, como insistía Max Weber, las cuales son –en cualquier sociedad del planeta– el principal colchón de la democracia.
Jaime Ordóñez es director del Instituto Centroamericano de Gobernabilidad.
