Recuerdo con cierta nostalgia cuando Internet se revelaba como un gran instrumento de libertad y equidad.
Se trataba de un salto sin precedentes en la democratización de la información, un proceso más rápido e intenso de lo que jamás habíamos visto, comparable únicamente con la invención de la imprenta por Gutenberg hace unos seis siglos.
Con Internet, de repente, todos teníamos un lugar donde hacer escuchar nuestra voz, encontrar y construir comunidades de personas con afinidades en común, aun si en nuestro entorno físico no estaban disponibles.
La universalización de Internet generó grandes logros en la dirección correcta: Wikipedia, foros de intercambio P2P, redes como Reddit, Quora, StackOverflow y hasta Twitter. En el ámbito político, la conexión propició la Primavera Árabe, la elección de Obama en Estados Unidos y una cantidad innumerable de movimientos comunitarios de reivindicación popular.
Sin embargo, en unos pocos años, el proceso tomó un giro oscuro. Sin que nos diéramos cuenta, las grandes empresas de tecnología empezaron a vender nuestra información privada a organizaciones con intereses cuestionables.
Además, ganaron preeminencia comunidades de fascistas, pedófilos y todo tipo de perversidades e ideologías radicales. No nos percatamos rápidamente de que la mencionada democratización iba a implicar también la formación de comunidades contraproducentes para el ideal democrático.
En una democracia pura, la opinión de un energúmeno vociferando por las calles tiene el mismo valor electoral que la de alguien que ha dedicado su vida a estudiar la cosa pública. Internet y las redes sociales evidenciaron esa ineficiencia democrática con muchísima claridad.
Institucionalización. Peor aún, grupos con mayor perspicacia se han aprovechado de esa falsa equidad para promover desinformación, campañas de miedo, agitar resentimientos y dividirnos como nunca antes.
YouTube creó algoritmos que alimentan el extremismo, Twitter se convirtió en el foro de las conductas más tóxicas, Facebook en el símbolo de la ignorancia y Reddit, en hogar y nido de conspiraciones.
Simultáneamente, en defensa de sus intereses geopolíticos, varios Gobiernos han lanzado campañas de desinformación para desestabilizar las democracias de Occidente. Ese uso de las redes sociales como armamento geopolítico ha sido ampliamente retratado por Kara Swisher, columnista de tecnología del New York Times.
Un ejemplo claro es el de la Federación Rusa como consecuencia de su invasión a Georgia en el 2008. Tras la condena de la comunidad internacional por la avanzada militar, el gobierno de Moscú necesitaba con urgencia una movida estratégica.
Consecuentemente, Putin lanzó una ofensiva mediática sin precedentes, al transformar RIA Novosti (parecido al Sinart de Costa Rica) en dos agencias de propaganda: RT y Sputnik News. La movida funcionó y, posteriormente, producto de “victorias” mediáticas, tras la invasión a Ucrania en el 2014, el aparato de propaganda ruso decidió ampliar sus horizontes y enfocarse en desestabilizar Occidente. Ya no solo se trataba de promover las acciones del Gobierno ruso, sino de hincar al Atlántico Norte.
En cuestión de diez años, el presupuesto pasó de $30 millones a $300 millones, y contrataron más de 2.500 funcionarios fuera de Rusia, en sitios estratégicos como Washington D. C., Londres y Berlín. Con una producción espectacular y moderna, apuntada a los millennials, Sputnik y RT se consolidaron sin advertirnos de los intereses que promovían.
Una vez establecidos en el mercado occidental, estos medios empezaron a promover propaganda y a movilizarse en las redes sociales empujados por un ejército de bots brillantemente diseñados. Para el 2010, el presupuesto de el aparato de propaganda ruso (que incluye a RT y Sputnik) superó los $1,4 billones.
Peor aún, empresas como Facebook, Google, Uber, Sony, Equifax, IBM, Amazon y Apple tienen nuestra información personal. ¿Se imaginan lo que pasaría si alguien las hackeara? Pues malas noticias: todas esas empresas ya han sido hackeadas y esa información personal (aunada a la corporativa) está en manos de fuerzas desconocidas.
Hace apenas unos meses, más de cincuenta millones de usuarios de Facebook encontraron expuesta su información personal, en la mayor brecha de información de su historia, según reportó el Washington Post.
Sin embargo, no debemos ser ingenuos, todas las potencias tienen servicios de inteligencia. Estados Unidos posee, por mucho, las más grandes y poderosas del planeta. Pero hay una diferencia clave, pues lo que sucede en muchos países no es de acceso público. Los fondos son asignados sin transparencia o rendición de cuentas al público, y sus objetivos, generalmente, desconocidos.
Mientras tanto, los presupuestos de los aparatos militares de las potencias occidentales son totalmente públicos y sus asignaciones aprobadas por congresistas sujetos a elecciones libres. Y precisamente esa burocracia es la que los hace menos eficaces. Es difícil librar una guerra de hackers cuando todo está sujeto al escrutinio público.
Perversión democrática. Los resultados están a la vista. El día del referendo sobre el brexit, uno de cada diez tuits enviados provino de un bot. En la elección del 2016, en Estados Unidos, se estima que el número fue una quinta parte de los tuits, y este pasado octubre una comisión bipartidista en el Senado confirmó una amplia y sofisticada “guerra de información” externa con el objetivo de influir en la elección en favor de Donald Trump.
Si bien es difícil vincular todas las acciones directamente a un único país de origen, grupos con un manual similar han intervenido también en los Países Bajos, Francia, Polonia, Hungría, España y, presuntamente, en varias naciones de Latinoamérica. Por ejemplo, un reciente informe de la empresa de ciberseguridad FireEye encontró una red de cuentas en las redes sociales personificando candidatos en Estados Unidos, con cuentas de apoyo a Bernie Sanders, en contra de Israel, y promoviendo información positiva en castellano respecto a Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Evo Morales. La empresa encontró que esas cuentas se originan en Irán, y son parte de una operación de propaganda situada físicamente en ese país.
Lo más problemático de todo esto es que están ganando. Crimea y Georgia son efectivamente rusas, la Unión Europea está de rodillas, América Latina sigue en sus tradicionales marasmos y Estados Unidos se ha convertido en un patético circo partidista, con grupos en el poder operando abiertamente en contra de los intereses nacionales.
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Hacia adelante. Tampoco es como que nosotros, como usuarios, estamos poniendo de nuestra parte. Todo lo mencionado respecto a la brutal decadencia de Internet es promovido primariamente por nosotros mismos, al usar las redes sociales con tanta ligereza. Los Gobiernos nada más aprovechan para sacarle provecho a la bancarrota intelectual de nuestra civilización.
En consecuencia, Estados Unidos, Europa y América Latina estamos en jaque por populismos patrocinados desde fuera de cada país. La situación es difícil y no apunta hacia la mejora a corto plazo. En este contexto, se hacen aún más admirables esfuerzos como el de la sección #NoComaCuento de este periódico, un intento por exponer las tendencias y mentiras de intereses perversos.
Sin embargo, si los medios actúan por sí solos, nunca será suficiente, pues desmentir una falsedad es tan difícil como intentar regresar la pasta de dientes a su tubo. Por ello, si el cambio estructural se inicia en algún lugar, es por un mejor y más responsable uso por nuestra parte de esos aparatos que tenemos, literalmente, en la palma de nuestras manos.
El autor es analista de políticas públicas.