
En un país democrático como el nuestro, cada voto es importante, pero con el pasar de los años, menos personas acuden a las urnas. La apatía se ha vuelto una forma de convivencia.
Costa Rica enfrenta no solo un preocupante abstencionismo electoral, sino también un aumento alarmante en los casos de violencia, en especial contra las mujeres. Y, aunque a simple vista pueden parecer problemas distintos, ambos nacen del mismo lugar: el desinterés por asumir la responsabilidad colectiva de cuidar la vida.
Solo en la primera mitad de este año, las cifras de violencia contra la mujer superaron las del mismo periodo del año anterior. Cada una de esas muertes refleja carencias institucionales y sociales que solo pueden corregirse con políticas públicas sólidas, impulsadas por gobernantes sensibles al tema.
La violencia de género es un problema grave que atraviesa a toda la ciudadanía y que no se combate con discursos superficiales. Se requiere de presupuesto, leyes, voluntad política, conciencia social y educación. Y, si dejamos de votar, cedemos el poder a quienes no necesariamente representan nuestras necesidades e inquietudes.
Votar no debe ser tomarse a la ligera; debemos escuchar con atención y estar bien informados sobre los perfiles de las candidaturas.
No emitir el voto no es un acto de rebeldía, pero sí es evadir la realidad y es un permiso implícito para no involucrarnos con el cambio que tanto demandamos. Votar es elegir un país que proteja a sus mujeres y niñas, que escuche sus voces y, por encima de todo, que no tolere la violencia en ninguna de sus formas.
El voto femenino es un derecho por el que anteriores generaciones de mujeres lucharon con valentía, soportando amenazas y sufrimiento silencioso.
Hoy tenemos un gobierno que minimiza las voces femeninas; se refugia en “bromas” sexistas, en estereotipos que normalizan el acoso y en inacciones que no curan heridas ni detienen muertes; un gobierno que exacerba los discursos de odio y, así, nos expone a nuevas amenazas.
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Exijamos representantes que entiendan y muestren empatía por nuestras vivencias, que expresen nuestra voz por y desde nuestras problemáticas. No nos sumemos a la indiferencia y construyamos un camino en el que no temamos salir a la calle y se haga justicia por las que ya no están y sus familias.
A pesar de que acudir a votar no resuelve todos los problemas, es el primer paso para hacerles frente.
Lorelaine Arguedas Monestel es estudiante de Ciencias Políticas.