Si después de una crisis se dice que “debemos volver a recuperar la senda de desarrollo que traíamos”, se presupone que los entornos no cambiaron y las soluciones y formas de ayer deben ser retomadas. Es falso, porque se parte de que el futuro es una línea recta que viene del pasado.
Ilkka Tuomi, experto en porvenir tecnológico, Internet de las cosas y singularidad, entre otras muchas áreas del conocimiento, se refiere a varias pistas de la razón por la cual la predicción no es la mejor forma de pensar el futuro en tiempos de particular incremento de la incertidumbre.
Tuomi, en una entrevista concedida el 4 de octubre del 2013, denominada “Perdiendo el futuro”, habló de mejorar el desempeño con vistas al mañana de una organización, un país, una empresa; y podríamos agregar una familia, una cooperativa, un partido político, una institución, etcétera.
En una versión menos técnica que la de Tuomi, el escritor español Antonio Machado, en su poema Caminante no hay camino, afirma que “al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar”.
Las personas, las organizaciones y el propio sistema planetario están en constante cambio, en ocasiones, las variaciones se producen de manera lenta y gradual, pero en otras ocurren de forma acelerada, e incluso violenta, y originan disrupciones.
En estas condiciones, ya no es posible ver el futuro, por ejemplo, de un país, basándose únicamente en pronósticos lineales de variables específicas o en la producción de volúmenes exagerados de información.
Según Tuomi, muchas de las grandes empresas y países que trataron de prever lo que se aproximaba mediante la creación de sistemas de inteligencia de negocios y el desarrollo de una gran experiencia en el manejo de big data fueron los primeros en fracasar. Trataron de convertir el futuro en datos para predecirlo, pero perdieron de vista que el mañana no existe.
Al depositar gran confianza en los datos, dedicaron su imaginación a generarlos, en vez de imaginar y diseñar sus propios futuros empleando el elemento clave: la innovación. Esta es capaz de “crear nuevas prácticas sociales y nuevas realidades”, dice el experto.
Motivado por Tuomi, analicé los 25 programas de gobierno presentados por los partidos que componen la papeleta para las elecciones de febrero del 2022.
Esto supuso seguir la recomendación de quienes dicen que hay que revisar las propuestas para formarse un mejor criterio antes de decidir el voto. Mi orientación investigativa fue hallar los planteamientos innovadores y viables.
No pude evitar detenerme en ciertos detalles que me desviaron un poco de mi objetivo original. El primero fue constatar con gran nostalgia la manera en que se maneja algo tan imprescindible como la planificación del desarrollo del país: como una lista normativa de prescripciones, un documento que se puede hacer en un escritorio y sobre el cual no se rinde cuentas.
Lo segundo fue determinar que los programas son solo un requisito para inscribirse ante el TSE, por tanto, la calidad, factibilidad de las propuestas e integración de estas con una visión clara del país quedan por cuenta del partido. Entonces, ¿será buena idea basar nuestra decisión de voto en el estudio de los planes?
Lo tercero es que carecen de estructura en forma o fondo. El promedio de páginas por propuesta es 90; sin embargo, una de ellas cuenta con 20 y otra, con 327.
Otros asuntos que despertaron mi curiosidad fue tratar de hallar las palabras futuro e innovación dentro de las 2.232 páginas que suman las 25 propuestas revisadas.
El 24% no menciona el vocablo futuro y un 52% no se refiere a innovación. ¿Podría ser reflejo de algo relevante en consonancia con lo que plantea Tuomi? ¿Podríamos estar ante la trampa de pensar en volver a usar las recetas del pasado? ¿Por qué en otros lugares del mundo se valora tanto la aparición de ciertas palabras clave en el discurso político?
Algunos juicios de valor sobre estas interrogantes. Permítanme homologar una propuesta de gobierno con lo que el prospectivista de origen pakistaní Sohail Inayatullah denomina “una metáfora o historia del futuro”. En este caso, el discurso que una institución prestigiosa y responsable, como lo es un partido político, utiliza para motivar y movilizar a los electores.
Por ejemplo, el famoso discurso de Martin Luther King “Yo tengo un sueño”, que como documento no tendría más de cinco páginas estándar, mencionaba en 22 ocasiones la palabra libertad, porque era la idea clave que quería sembrar en la conciencia y el imaginario colectivo.
Hoy, cuando la institucionalidad atraviesa una grave crisis de confianza y la incertidumbre en el futuro nos inunda, ofrecer al electorado una propuesta en donde nos desvelen futuros posibles y nos inspiren seguridad sería fundamental; no obstante, lo leído dice muchas cosas que se podrían hacer, pero la gran mayoría atiende problemas y necesidades del pasado.
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Quisiera cerrar esta idea parafraseando el fondo del planteamiento de Tuomi. No llegaremos al futuro utilizando hechos o resolviendo los problemas del pasado. Esa es una deuda que debe saldarse, pero hoy es más grande y diferente. Para construir un mejor futuro es necesario entender que los problemas de antes son mucho más complicados ahora.
No se trata, en consecuencia, de pretender recarpetear los huecos que no se repararon en su momento; quizá sea momento de construir una nueva carretera, posiblemente con nuevos materiales menos contaminantes; o quizá, en el futuro lejano, ya ni se requieran carreteras. Pero para eso tenemos que imaginar, diseñar, experimentar y aprender.
El autor es profesor en la UNA y la UCR.
