La agricultura intensiva y el uso de pesticidas desataron la sexta extinción masiva en la historia del planeta, dicen los expertos. El cambio climático y la urbanización contribuyen a magnificar el problema. Las poblaciones de aves, mamíferos, reptiles y anfibios han perdido miles de millones de individuos y la ciencia tiene documentada la desaparición de especies a un ritmo sin paralelo en millones de años. El conteo comenzó por las más comunes y visibles, pero estudios recientes han fijado la mirada sobre otras, más pequeñas y absolutamente vitales: los insectos.
Las estimaciones científicas, hechas a partir de una cantidad aún limitada de estudios, advierten de un descenso del 2,5 % anual de la masa de insectos del planeta. Si el cálculo es correcto, habrán desaparecido en apenas un siglo. A falta de vigorosos programas para evitarlo, los niños nacidos hoy experimentarán una tragedia ecológica, económica y social de proporciones predecibles gracias al conocimiento acumulado a la fecha. Podemos vislumbrar el futuro y sabemos cómo anticiparnos para evitar o aminorar la catástrofe. Eso nos responsabiliza sin atenuantes, pero no garantiza una respuesta comprometida con la supervivencia de la humanidad. Todo apunta, más bien, en la dirección contraria. Hay un irrefrenable impulso suicida, avivado por el egoísmo, la gratificación instantánea y la avaricia.
Para aludir, al mismo tiempo, a las dimensiones del daño y a la dificultad de percibirlo cuando sus víctimas son pequeñas y generalmente rechazadas con asco y temor, como los insectos, la prensa internacional habla de un “apocalipsis silencioso”, pero la fuente del “alarmismo”, si así calificamos las más vehementes advertencias, son los propios científicos.
Cada vez más, los investigadores abandonan la actitud tradicionalmente cauta y reservada de la ciencia para enfatizar la urgencia de dar un golpe de timón. Francisco Sánchez Bayo, coautor de un reciente compendio analítico de los 73 mejores estudios sobre el declive de la población de insectos, no negó la intención de “despertar a la gente” con el uso de un lenguaje severo y realista.
En vista de sus preocupantes hallazgos, los investigadores se preguntan si, en las circunstancias, el comedimiento es compatible con la ética. Quizá la joven activista sueca Greta Thunberg no esté lejos de la razón cuando nos pide abandonar la esperanza y entrar en pánico para, después, convertir el miedo en acción.
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Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.