He leído y escuchado a una serie de intelectuales, analistas políticos, generadores de opinión y académicos afirmar que el año 2025 y las elecciones de 2026 tienen una característica singular, pues, como pocas veces en la historia, se definirá el rumbo del país.
Comparto esa apreciación, aunque tengo motivos para pensar que las elecciones de 2026 marcarán cuatro posibles caminos para Costa Rica.
Jim Dator, futurista de la Universidad de Manoa en Hawái, señalaba que los seres humanos tienen dificultad para pensar en el futuro más allá de lo que pueden controlar. Apenas consideramos el año entrante o los meses por venir, y muchas personas viven al día, no porque lo deseen, sino porque sus condiciones se lo imponen.
Dator dio forma a una idea sugerida por Aristóteles: al pensar en el futuro, es útil imaginar cuatro posibilidades. Lo que viene puede ser muy similar al presente (continuidad), mucho peor que el presente (colapso), mejor en algunos aspectos pero igual en otros (cambio disciplinado), o mucho mejor en todo (transformación).
Las probabilidades de que el futuro tome una forma u otra están marcadas por las condiciones actuales e históricas. Si las cosas marchan bien, la motivación podría ser mantener el statu quo o mejorar sin grandes riesgos. Sin embargo, si la situación no es favorable, hay razones para preocuparse.
Creo que estamos en una situación crítica: continuar igual o realizar mejoras menores nos llevará al colapso. Nos encontramos en un punto de disrupción en áreas fundamentales como la educación, la salud y la seguridad pública. También es necesario recuperar nuestra identidad ambiental y cultural, la imagen internacional y la confianza en quienes nos gobiernan.
Los argumentos a favor de una disrupción se basan en observar las señales del pasado y el presente, cuya conexión con el futuro genera incertidumbre. Como decía Steve Jobs, “no se pueden conectar los puntos mirando hacia adelante; solo mirando hacia atrás”.
Las señales de deterioro están documentadas en numerosos estudios, pero pareciera que presumimos que “algo” sucederá para resolverlas. Ese “algo” debe ser un liderazgo político capaz de impulsar un cambio profundo. La pregunta es quién liderará ese cambio. No hablo de discursos vacíos, sino de propuestas inteligentes y visionarias.
Jobs también afirmaba que “de alguna forma” los puntos se conectan en el futuro. Esto implica que el porvenir está en nuestras manos, y el camino hacia la transformación será el más difícil, el menos populista y probablemente el que no genere votos inmediatos, pero sí mejores condiciones de vida a largo plazo.
Lo que viene para el país es una decisión entre transformación y colapso. Un quinquenio más sin transformar el sistema educativo dañará profundamente nuestra competitividad, valores, cultura y oportunidades para la niñez y la adolescencia.
En salud, la desatención de los problemas profundizará las desigualdades entre ricos y pobres. Y en seguridad pública, es urgente devolver la confianza a la población.
En el caso de Costa Rica, la continuidad y una mejora parcial nos llevarán al colapso. Este no será el apocalipsis, pero sí un retroceso significativo, un alejamiento de la imagen de país con sello OCDE y de los atributos que nos hicieron singulares en la región y el mundo.
El futuro hacia el que debemos enrumbarnos no es otro que el de la transformación, que requiere dos pilares fundamentales: gobernanza democrática y visión de futuro.
Las señales nos recuerdan que tenemos el potencial para volver a brillar como un referente en paz, biodiversidad, elecciones libres, seguridad social y otros aspectos. Sin embargo, esto no sucederá por sí solo.
Es necesaria una sociedad que exija una campaña electoral de altura, donde los debates evidencien calidad, propuestas, compromiso y transparencia. Estamos a las puertas de decidir si avanzamos hacia la transformación o caemos en el colapso.
Juan Carlos Mora Montero es doctor en Gobierno y Políticas Públicas, además de docente en la UNA y la UCR.
