Cercana la primera ronda electoral, destinada a todas luces a escoger a los finalistas de la segunda vuelta de las presidenciales, dos hechos atraen mi atención.
Uno, desde luego, son los llamados debates, en los que, por lo que he visto, debatir, lo que se dice debatir, se debate muy poco. A veces, parece que los participantes más que exponer sus ideas y defender sus opiniones se esmeran en ocultarlas y desviar la atención hacia posiciones electoralmente rentables o confusas, de manera que nada de lo que pueda pasar antes del primer domingo de febrero les salpique. En esta tarea, los participantes no se miran entre sí, sino que, apurados o como avergonzados, se comen las uñas y miran al vacío.
¿Es inevitable que así sea? ¿Será que cada país tiene las elecciones que merece? A la vista de lo que pasa y no pasa en este mundo, alegrémonos: estamos en la lista de lugares donde las elecciones todavía son lo que se proponen, y esto no es poca cosa.
El esfuerzo mediático por animar una contienda minoritariamente participativa y escéptica, la megafonía sin eco que he visto transitar solitaria por las calles, la escasez de feligreses en los escasos mítines de los partidos, la dificultad que según me cuentan tienen estos para integrar siquiera raquíticamente las juntas receptoras de votos y demás parafernalia exigida por la práctica del sufragio; todo esto y más, no desmiente que las elecciones son tales, una rutina de pretensiones democráticas difíciles de complacer en cualquier tiempo.
El otro hecho a que me refiero es la aparición en este singular proceso del factor ómicron, y la posibilidad de que acabe por convertirse en algo así como gran elector.
De momento, ha obligado al Tribunal Supremo de Elecciones a dar una resolución heroica: nadie puede ser excluido del ejercicio del voto por consideraciones que conciernen a su estado de salud; el sistema tiene que asumir algunos riesgos. Me cuesta imaginar que pudiera resolverse de otra forma.
El sufragio, dice la Constitución, es función legitimadora primordial y obligatoria: si lo primero es cierto, lo segundo es menos cierto; así, el peligro de contagio, activo o pasivo, puede hacer que muchas personas desistan impunemente de concurrir a las urnas.
En consecuencia, el ausentismo puede alcanzar números rojos y tener un elevado peso en el resultado electoral.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPIlegal.
Nadie puede ser excluido del ejercicio del voto por consideraciones que conciernen a su estado de salud. (Alonso Tenorio)