Semanas atrás, conversaba con una profesora de Matemáticas sobre el enorme reto que significa enseñar una materia a la que muchos le arrugan la cara, pero que cada día resulta más necesaria para obtener empleo.
La docente me decía que el verdadero desafío no son las fórmulas ni las operaciones, sino inculcar en el estudiante una actitud positiva para el desarrollo del pensamiento lógico y la capacidad de abstracción.
También sostenía que si al niño se le brindan los estímulos adecuados para ver las matemáticas como una oportunidad y no como un problema su relación con el mundo de los números resultará más satisfactoria.
Aquí cabe preguntarnos si nuestros docentes cuentan con la formación y las herramientas idóneas para estimular en el alumno, de forma agradable y progresiva, las destrezas mentales para esta asignatura.
Tristemente, una y otra vez, los diagnósticos del Ministerio de Educación Pública (MEP) y de las universidades estatales evidencian las carencias de nuestros estudiantes a la hora de razonar, deducir e interpretar.
Por eso, enviar las matemáticas al carajo se convierte en un camino previsible, prácticamente, predeterminado por las experiencias del pasado para muchos jóvenes a la hora de elegir una carrera u ocupación.
Esta lamentable distorsión vocacional y esta fobia adquirida son la causa de que adultos jóvenes se estén quedando en estos momentos al margen de las oportunidades que ofrecen las llamadas profesiones del futuro.
Recientemente, Jorge Sequeira, exdirector de la Coalición Costarricense de Iniciativas de Desarrollo (Cinde), en entrevista con La Nación, afirmó que las empresas extranjeras requieren 26.000 trabajadores más de lo que el país está en capacidad de aportar.
Se trata de puestos relacionados con carreras en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (conocidas en inglés por sus siglas STEM), que sencillamente son imposibles de llenar por falta de oferentes.
La gran paradoja es que la demanda insatisfecha de personal calificado coincide, en tiempo y espacio, con 287.000 costarricenses que buscan empleo, pero que, al parecer, no son elegibles para esas plazas.
¿Cómo ayudar a estas personas a alinearse con las necesidades del mercado? ¿Cómo preparar a las nuevas generaciones? No hace falta ser matemático para deducir que ambas preguntas exigen una respuesta rápida, innovadora e integral.
