
El centro de Puntarenas atrajo hasta el martes una cantidad moderada de visitantes, quienes toparon con calles limpias lo mismo que su playa siempre vigilada por Fuerza Pública en constantes rondas de sus oficiales y de los guardacostas, quienes caminaban cerca de la costa para cuidar a los excursionistas en el agua del Pacífico.
Contrario a años anteriores, “el mar” de gente que siempre se apreció para los días de Semana Santa fue todo lo contrario en este 2022. En el Paseo de los Turistas, por ejemplo, eran pocas las familias que caminaban, lo mismo en la playa, donde los paseantes en su mayoría alquilaron toldos para protegerse del Sol.
El Faro, uno de los puntos tradicionales a visitar en esta ciudad portuaria también tenía vigilancia policial, aunque allí era apenas un poco mayor el movimiento por parte de los turistas.
Algunas personas optaron esta Semana Santa por un paseo de un día aduciendo que la situación económica impedía alargar la estadía por varios días, dados los altos costos de alimentación, hospedaje y transporte. En tanto, dueños de bares-restaurantes se sentían satisfechos porque desde primeras horas del martes empezaron a recibir comensales y el movimiento de clientela siguió así el resto de la jornada.
En la playa otros trabajadores arrancaron su faena desde las 5 a. m. y buscaron el sustento hasta el atardecer con el alquiler de toldos. Un ejemplo de ellos fue José Moya, quien cobra ¢10.000 por cada unos de estos protectores solares.
“Tenemos una asociación de unos 20 tolderos y a la mayoría nos ha ido como un quebrado. Ponemos el combo del toldo, mesa y cuatro sillas que es lo que nos permite la Municipalidad. Tengo 20 toldos pero estos días sólo he puesto siete, me gusta tenerlos bonitos y hace unos días los pinté debido a que el agua salada los maltrata. Cada tres meses debemos pagar un permiso a la Muni para estar aquí”, aseguró.
En diciembre, en cambio, dijo a que él y otros trabajadores les fue muy bien pero, por estos días, “es coyol vendido, coyol comido”.
Según su recuento, desde mediados de marzo ha caído la afluencia y esto ha obligado a la mayoría de ellos (y otros comerciantes) a extender sus jornadas hasta 12 horas por día, para ganarse algún dinero con el cual llevarle sustento a sus familias.
Moya igual tiene la esperanza que los próximos días sean diferentes y mejore su ingreso.