Limón. Las aulas no tenían electricidad porque los delincuentes se llevaron los cables y la cocinera preparaba los almuerzos en su casa porque hasta se robaron los pocos electrodomésticos del colegio.
Además, la secretaria confeccionaba las calificaciones en su casa, con su computadora, porque los maleantes dejaron la oficina sin teléfonos, fax y computadoras.
Para colmo, algunas pandillas ingresaban a las aulas a asaltar a estudiantes y profesores, y un día hasta intentaron quemar el centro educativo.
Ese era el ambiente que había en el Colegio Deportivo de Limón, en Corales 2, durante el 2009.
Como consecuencia de esa gran inseguridad, los educadores y alumnos de esa institución educativa abandonaron la comunidad en agosto de ese año, e hicieron como casa provisional el Estadio Nuevo.
En aquel momento, autoridades del Ministerio de Educación Pública (MEP) veían imposible que en Corales 2 funcionara otra institución de enseñanza. La idea era trasladar ahí la delegación de la Fuerza Pública como un mensaje para las personas conflictivas.
Sin embargo, tres años después, allí trabaja con éxito el Colegio de Pacuare. Ya los cielorrasos no están destruidos, ahora hay electricidad, las pizarras están en buen estado y los alumnos aprenden Matemáticas, Español, Estudios Sociales y otras asignaturas sin el tormento de ser víctimas de asaltos.
¿Qué pasó? La directora, profesores, padres de familia y hasta los alumnos pidieron una tregua a las pandillas para estudiar en paz.
Negociación. Patricia Pinnock, directora de ese colegio, recordó que apenas tenían seis estudiantes matriculados para abrir el centro educativo, a principios del 2011.
Ningún padre de familia quería enviar a sus hijos a ese liceo, asustados por las amenazas y asaltos.
Por eso, Pinnock se llevó a algunos profesores a hacer un trabajo que llamó “chancleteo”: visitar casa por casa para convencer a los progenitores de matricular allí.
“El año pasado llegamos a tener 170 estudiantes y este año están inscritos 319. Vea, las paredes ya no están rayadas, aquí participamos en todo, en el Festival de las Artes ganamos cinco premios y tenemos grupo de calipso”, contó.
Para unir al estudiantado, Pinnock les ofrece giras a cambio de buen comportamiento y notas aceptables.
El año pasado los jóvenes pidieron dos recompensas: un viaje al Parque Nacional de Diversiones y conocer el Estadio Nacional.
Como la mayoría proviene de familias de muy bajos recursos, Pinnock recurrió a amigos para que le financiaran esos viajes.
“Hemos revivido el apoyo de los padres, han visto el esfuerzo. Ahora luchamos para que nombren aquí un psicólogo para que nos ayude. Aquí había un reto, cuando me nombraron daba miedo porque uno escuchaba que los asaltaban.
”Venía a una cuestión conflictiva, pero aquí hay que negociar y la negociación es constante”, dijo.