En el último cuarto de siglo aumentó cuatro veces la cantidad de jóvenes entre los 13 y los 35 años que murieron por un homicidio en Costa Rica, al pasar de 133 en 2000 a 542 en 2024. Esto significó una de cada cuatro muertes en este grupo de edad.
Las razones de este aumento son diversas y responden a muchos factores, lo que debe tomarse en cuenta para buscar soluciones, para lo cual también es necesario derribar mitos.
El sociólogo Rodolfo Calderón Umaña, investigador de la Escuela de Antropología y Sociología de la Universidad de Costa Rica (UCR), quien estudia los homicidios relacionados con dinámicas criminales, está analizando los datos desde 1970 hasta 2024. Aclara que no todos los asesinatos con víctimas jóvenes responden al crimen.
“Lo primero que se ve cuando se analizan los datos es que no responden a un aumento de la población en estas edades. No es un efecto de la estructura demográfica. Es decir, no hay más muertos porque hay más gente. La explicación hay que buscarla en un lugar distinto”, destacó.
Todo esto se da en épocas de desigualdad social, pero esa es una variable de contexto, no necesariamente impulsará a alguien a la violencia.
LEA MÁS: Director del OIJ da lamentable pronóstico sobre homicidios en Costa Rica
Tendencia al alza, con saltos
Calderón entonces comenzó esa búsqueda en “lugares distintos” y observó algo más: la tasa de homicidios en Costa Rica, desde 1970, muestra una tendencia al alza, pero el ritmo se acelera a partir de mediados de la década de 2000.
“Hay un primer salto como en 2007 que implica una aceleración. Y luego hay otro salto a inicios de esta década (la de 2020), que es donde aparece esta aceleración mucho mayor y crece a un 13% en promedio anual”, destacó.
En estos saltos también comienzan a verse otros datos. Por ejemplo, en los móviles. A mediados de la década de 2000, precisó el sociólogo, se comienza a ver un desplazamiento de los móviles que predominaban antes, como conflictos interpersonales (riñas, venganzas, problemas personales) y comenzaron a verse más móviles con motivos criminales.
“Es decir, se criminaliza la violencia homicida. Están más relacionados con robos, asaltos, y aparecen otros móviles, como los de sicariato, que se aceleran mucho hacia el final”, enfatizó.
“Cuando pasa a esta violencia relacionada con actores en contexto de dinámicas criminales hay un predominio, en general, de víctimas hombres jóvenes, principalmente entre los 24 y 35 años”, añadió.
Pese a este desplazamiento, Calderón indicó que siguen dándose homicidios por riñas interpersonales.
Los mitos de los homicidios en jóvenes

Calderón señala que hay un mito relacionado con el sicariato, especialmente cuando se habla de los victimarios.
“Se dice con mucha facilidad que son jóvenes matando jóvenes. En realidad, la edad promedio de las víctimas sí es joven, pero los victimarios son una cosa muy distinta. Están los autores intelectuales, los autores materiales y los intermediarios. No hay datos que permitan establecer las edades de todos los victimarios. Hice un análisis de sentencias condenatorias y no es tan cierto que los victimarios sean exclusivamente jóvenes en condiciones de desventaja social, aunque es un relato tan común”, destacó el sociólogo.
El investigador señala que sí hay grupos, en algunos barrios urbanomarginales que están articulando el negocio de la venta de drogas a pequeña escala y a esto se le debe poner atención sobre el efecto en adolescentes y personas jóvenes, muchos con padres ausentes.
Sin embargo, no es cierto que estos grupos organizados sean mayoritarios en los barrios, solo pocas personas participan ahí, la mayoría de los jóvenes vecinos no participan de ellos.
Otro mito es que los adolescentes ingresan en estas agrupaciones por dinero, cuando son otras razones las que los impulsan.
“En zonas urbanomarginales estos grupos empiezan a cumplir una serie de funciones, como el reconocimiento, constituyen un grupo de protección, de acceso a recursos, no necesariamente económicos. Es una reconfiguración de las redes de apoyo en estas comunidades. Es un tema de acogida, de reconocimiento”, puntualizó.
Entonces, en el caso de los asesinatos, no siempre es una remuneración la que mueve.
“Aquí pesan mucho los vínculos de lealtad hacia el grupo donde están, o el miedo. Si no mato, me matan. La presión de grupo anula los márgenes de acción en el grupo. Otra razón son expectativas a futuro de escalar en el grupo”, manifestó Calderón.
Por ello, las políticas para acabar con los homicidios en jóvenes deben comprender las diferentes aristas de la sociedad. Se debe trabajar desde la criminalística y las regulaciones de armas de fuego (responsables del 90% de los homicidios), pero también programas sociales para tener más oportunidades y recursos en las zonas marginales.
