
Por la adrenalina del momento y por querer contener la situación, la maestra Jimena Gómez Sosa no cayó en cuenta de que el mordisco que le dio uno de sus alumnos había sido grave. Fue hasta que la directora del centro educativo en el que trabaja le dijo que se fuera a revisar, que esta educadora se enteró que la agresión le desgarró un músculo del brazo izquierdo.
El caso de Jimena retrata lo que miles de docentes afirman vivir en las aulas costarricenses. 4.229 educadores dicen haber sufrido agresiones físicas o verbales por parte de sus estudiantes o familiares en los últimos 12 meses.
La cifra de educadores que reportaron maltratos corresponde al 45% de los 9.398 docentes que participaron en el Estudio sobre las condiciones y desafíos de los docentes y del Magisterio Nacional, presentado recientemente por el Colegio de Licenciados y Profesores en Letras, Filosofía, Ciencias y Artes (Colypro).
Asimismo, 7.988 profesores, el 85% de todos los encuestados, aseguró conocer al menos a un colega “que ha sido víctima de violencia física o emocional por esa misma población”.
“Me dio un mordisco y se me desgarró el músculo”, comentó la docente, quien dice que alza su voz no solo por lo vivido, sino por los miles de docentes que sabe viven situaciones más allá de las aulas.
La docente de Educación Especial confía que la agresión le dejó marcas físicas, pero sobre todo emocionales.
“Es muy doloroso ver cómo los encargados (de los estudiantes) nos responsabilizan a los docentes de las crisis conductuales (...). Esto cambió mi vida y la de mi familia, fueron muchos días de miedo, porque más que miedo y tristeza tenía miedo de perder mi trabajo”, agregó.
Madre decía que no la llamaran y que docentes no sabían manejar al estudiante
La situación empezó en el 2024, cuando a la Escuela Holanda, en Alajuela, ingresó un estudiante a primer grado. En ese momento, recuerda la docente, el niño tenía un diagnóstico de conducta de oposición desafiante.
Sin embargo, la docente, que ofrece el servicio de Trastornos emocionales y de la conducta en la escuela, detectó, junto a sus colegas, que había algo más. Recuerda que el estudiante había estado en otros centros eductivos y que incluso en instituciones privadas le negaron la matrícula debido a su comportamiento.
“Comenzamos a trabajar y era muy agresivo. Él entraba en un punto en el que golpeaba, pateaba, mordía, tiraba pupitres y escupía. Nosotros como institución tenemos que salvaguardar la integridad de él, pero también la de los otros estudiantes”, contó la docente.
Jimena Gómez señala que el Ministerio de Educación Pública (MEP) tiene un protocolo para casos de crisis altamente conflictivos cuando hay alteraciones conductuales. El deber de la institución es que el alumno no se haga daño ni lastime a los demás, por ello deben aplicar contenciones.
Antes de continuar con el relato, Jimena cuenta que para ella no es nuevo atender situaciones conductuales, incluso fuera del aula, porque es madre de una niña con autismo grado tres que en ocasiones tiene detonaciones de conducta.
Su vivencia personal hizo que ella no se alarmara con el comportamiento del alumno, que asiste a clase regular. El tema se complicó cuando la persona a cargo del menor de edad empezó a culpabilizar a la escuela.
“(Cuando llamaban a la encargada del menor de edad, ella les decía) es que ustedes no lo saben manejar. Es que ustedes no ayudan. A mí no me esté llamando. Entonces, nosotros hacíamos y hacíamos referencias”, recordó la maestra.
Un día de junio del 2024, el estudiante tuvo una crisis conductual y fue cuando mordió a la docente. Su jefa le recomendó revisarse en el instituto Nacional de Seguros (INS) y le confirmaron que el mordisco le desgarró el músculo.
El protocolo del MEP, recalca la docente, tiene como última medida la sujeción de los estudiantes que presentan crisis conductuales, con esa contención, explica la educadora, el niño se sostiene para que no se lastime ni agreda a otras personas. En su caso asegura haber hecho un curso para realizar las contenciones correctamente.
“Uno comienza a pensar, ¿y si yo marco (al sujetarlo con las manos) a este chiquito, qué puede pasar?”, comentó la docente.
Tras la agresión, Jimena fue incapacitada y un día después, el niño volvió a tener un comportamiento similar, esa vez incluso agredió a su mamá. Después de ese episodio la madre llevó al niño a un centro médico donde fue diagnosticado con otra condición y recibió tratamiento.
Año y medio después, la docente reconoce que la situación ha mejorado un poco, sin embargo, admite que siempre queda el miedo de que el estudiante tenga una nueva crisis.

El temor que sintió Jimena de ser denunciada es muy común entre docentes. El estudio de Colypro reveló que el 91% de educadores encuestados afirmaron experimentar el mismo miedo de una acusación falsa en su contra.
