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Algunas personas caminan por la mezquita de Sidi Bashir en el área de Bab el-Fellah de la capital de Túnez, Túnez, el 28 de julio del 2021. (FETHI BELAID/AFP)
Túnez. “Si esto es así, es por los partidos políticos que solo piensan en sí mismos”, afirmó Adel Ben Trad. Como muchos tunecinos, este carnicero ya no puede soportar las consecuencias de una crisis económica interminable, que alimenta el sentimiento popular contra la clase política.
En el puesto donde trabaja, en el mercado de Bab El Falla, uno de los más accesibles de Túnez, Adel, de unos cincuenta años, ha visto la situación deteriorarse desde la caída del dictador Zine El Abidine Bin Ali en el 2011.
Por lo tanto, aprobó plenamente el golpe de fuerza del presidente, Kais Saied, que acaba de congelar la actividad del Parlamento y se atribuyó el Poder Ejecutivo, aprovechando una amplia hostilidad de la opinión pública hacia los gobernantes.
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Antes, sus costillas de cordero eran muy apreciadas, sin embargo, hoy en día, la carne roja ya no tiene cabida en el presupuesto de muchos tunecinos. “En diez años, hemos perdido la mitad de nuestros clientes”, contó.
También son cada vez más los que piden crédito o negocian duramente los precios, como una clienta habitual que trata de reducir la suma por debajo de los cinco dinares ($1,80).
“Tenemos muchos clientes como ella, que trabajaban en cafeterías y perdieron sus empleos por culpa de la covid-19”, explicó.
Él mismo tiene dificultades para llegar a fin de mes. Sus 600 dinares mensuales ($213) apenas pagan su alquiler y sus facturas.
“Todos ha subido, excepto los salarios”, comentó con ironía.
Nepotismo
Desempleo estructural profundamente arraigado, degradación de las infraestructuras públicas, inflación continua... Todos estos factores, que dieron lugar a la revolución del 2011, siguen empañando a Túnez, provocando una amargura a la altura de las esperanzas planteadas en ese mismo año.
Las coaliciones parlamentarias que se han sucedido desde entonces no han reformado la economía, y la pandemia ha terminado de poner de rodillas al pequeño país del norte de África.
Su deuda se eleva hoy en torno al 100% del producto interno bruto (PIB), frente al 45% en el 2010. El dinar se depreció en más del 50% en una década.
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Para asumir sus deudas, Túnez negocia actualmente un nuevo préstamo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el cuarto en diez años. Y algunos observadores temen ahora abiertamente que el Estado se encuentre en cesación de pagos, como Líbano.
Suficiente para alimentar el rencor en un país minado por la corrupción y el nepotismo.
En el centro del mercado, Haykel Mosbahi acusó al partido de inspiración islamista Ennahdha, miembro de todas las coaliciones en el poder desde hace diez años, de ser “el primer responsable de esta crisis”.
Durante la revolución, hace una década, este ingeniero civil perdió su empleo en una empresa de construcción y nunca ha recuperado un puesto equivalente desde entonces.
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Para evitar el desempleo, tuvo que reconvertirse como guardia de seguridad y dividir su salario por tres. “Antes podía comprarme ropa nueva”, explicó con amargura, mientras agitaba unas cajas de camisetas usadas.
Padre de tres hijos, el hombre de unos cuarenta años intenta regularmente recuperar su estatus. “Pero las ofertas de empleo son solo para los que apoyan al Ennahdha. Sin el contacto adecuado, nunca tienes prioridad”, aseguró.
Ante una revolución que no ha cumplido todas sus promesas, también espera que el presidente Saied “por fin nos saque adelante”.