:quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/634U7QO7XZBB5F2MDWUS2NT7XY.jpg)
Migrantes rohingyas se arrojan al agua, en el mar de Andamán, en procura de recoger provisiones lanzadas desde un helicóptero del Ejército de Tailandia. El barco con refugiados se hallaba en las cercanías de la isla de Koh Lipe. | AFP (CHRISTOPHE ARCHAMBAULT)
Langsa
Muhamad, como miles de adolescentes rohingyas, huyó de la pobreza y emprendió un viaje infernal por mar, dejando a sus padres en un campo de refugiados en Bangladés y siguiendo los pasos de su primo, inmigrante en Malasia.
Al cabo de un mes de travesía, Muhamad Shorif, de 16 años, alcanzó las costas indonesias junto a otros rohingyas, una minoría de Birmania considerada por la Organización de las Naciones Unidas como una de las más perseguidas en el mundo.
Periodistas de la AFP hallaron a la familia del joven en un campo bangladesí y a un primo que hizo el mismo viaje antes que él y vive ahora en Malasia, un país de mayoría musulmana, relativamente próspero.
De Birmania a las ciudades fronterizas de Bangladés, pasando por los campos de clandestinos en la jungla tailandesa y los rascacielos de Kuala Lumpur, la historia de los Shorif ilustra el drama de muchos apátridas cuyo éxodo desesperado ha generado un comercio lucrativo en el mar de Andamán, el Mediterráneo de Oriente.
Casi 3.000 inmigrantes, demacrados y exhaustos, desembarcaron en Indonesia y en Malasia la semana pasada.
Otros murieron en el mar y se cree que centenares siguen a la deriva a bordo de 'barcos fantasma', tras ser expulsados de las aguas territoriales de Tailandia, Malasia e Indonesia.
Muhamad nació en el campo de Nayapara, en el distrito bangladesí de Cox's Bazar, a lo largo de la frontera con Birmania.
"Hay pobreza en todas partes. No hay trabajo. Vivimos en una cabaña con dos habitaciones, la comida que nos dan las autoridades es insuficiente", explica su padre, Abdur Rahman.
"No podemos enviar a los hijos a la escuela, salvo a la privada pero es demasiado cara. No estamos autorizados ni a salir del campo", agrega.
Abdur Rahman, de unos 40 años, huyó de Birmania con sus padres en 1992, tras la confiscación de sus tierras por el gobierno.
Se casó en el campo y tuvo cinco hijas además de Muhamad. Trató en vano de convencer a su hijo de que se quedara.
"Le dije que nuestro calvario acabaría un día, pero no me creyó. No había nada que le diera esperanzas en el campo", reconoce.
Muhamad, que deseaba partir y convertirse en médico, quiso seguir el ejemplo de su primo Syed Karim, de 27 años, que el año pasado atravesó con los pasadores la bahía de Bengala y el mar de Andamán.
Tras su llegada a Tailandia, Syed caminó hasta la frontera malasia. Según las asociaciones civiles, Malasia cerró los ojos durante mucho tiempo ante la inmigración ilegal, en particular de los rohingyas, empleados en negro en la construcción o la agricultura.
:quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/5KLJRLZUGNCJ5K3QNFT4LSRJSY.jpg)
Los rohingyas son una minorías más perseguidas del mundo (AFP)
Muhamad explica haber sufrido un martirio a bordo del barco de los pasadores. Casi 600 migrantes (rohingyas y bangladesíes) se hacinaban bajo la amenaza constante de sus vigilantes armados.
Debía permanecer sentado, con las rodillas tocando el pecho, expuesto al sol durante el día y al frío durante la noche.
"No podíamos dormir en ese barco. El que trataba de acostarse o estirar las piernas era golpeado. Incluso nos amenazaban con abatirnos", explica este joven, asegurando que él mismo sufrió castigos físicos.
Al acercarse a la frontera marítima entre Malasia e Indonesia, el capitán abandonó el navío, dejando a los inmigrantes desesperados.
Muhamad no pudo alcanzar su destino, Tailandia y después Malasia, pero al menos sobrevivió. No todos tuvieron la misma suerte. Seis pasajeros murieron de inanición o enfermedad durante el viaje. Sus cuerpos fueron echados al agua.
El adolescente, que era un buen corredor, ahora cojea. La experiencia lo perturbó, pero no piensa tirar la toalla. Sigue esperando la ayuda de la Organización Internacional de Migraciones (OIM) para llegar a Malasia.
"No puedo perder la esperanza", dice.
Desde Kuala Lumpur, Syed alienta a su primo: "He hablado con él y le he dicho que no se preocupe, estoy seguro de que un día llegará a Malasia".