José Rafael se sintió ofendido el día en que su nieta Sofía le confesó que quería hacerse cargo de su taller. Al viejo encuadernador no lo resentía la perspectiva de ser sucedido por la hija de su hija, lo insultaba el hecho de que ella quisiera hacerlo.
Él no entendía cómo una diseñadora industrial graduada, que sube a un avión para ir a su trabajo en una empresa en El Salvador, quería hacerse cargo de un taller artesanal mínimo en el fondo del patio de su casa de Cartago.
A ella misma tal vez le hubiera parecido un sinsentido si se hubiese planteado aquella posibilidad cuando era estudiante en el Instituto Tecnológico. Empero, en aquel momento, trabajar en otro país le dio la agudeza visual para enfocar qué quería para su futuro. Esa corazonada la llevaba a su pasado, entre las herramientas de su abuelo enfermo.
Sofía Protti hoy es la dueña y diseñadora de la marca Cuero, Papel & Tijera .
Si uno ve la parte frontal de sus productos –libretas, estuches, pero principalmente bolsos–, se nota una superficie multicolor de líneas limpias y perfectas. Si se mira el reverso, se notan las “imperfecciones” del cuero crudo. Así es un poco su historia: una cara brillante de diseño nacional exitoso con un trasfondo rústico y familiar, hecho a mano.
Los orígenes
José Rafael Coto aprendió encuadernación con los monjes capuchinos en Cartago.
No era viejo, pero tampoco era un muchacho para entonces, habría tenido 27 o 30 años. Antes de eso se había dedicado a labores de campo y de avicultura, pero incluso a Sofía le costó precisar el pasado de su abuelo antes del trabajo en encuadernación, ¡cómo imaginar la familia sin el cuero!
Un gran escudo en piel que adorna la Municipalidad de Cartago es obra suya, también buena parte de la colección de libros de la biblioteca de la basílica del cantón, de la parroquia de Escazú y de la Conferencia Episcopal pasaron por el taller de José Rafael.
Ella refiere que el viejo era obsesivamente meticuloso: “En su aspecto siempre fue implacable, igual que con sus acciones; cuidaba mucho la calidad del cuero, era perfeccionista y ordenado”.
Entre las curiosidades de su biografía están que practicó yoga hasta que el cuerpo se lo permitió y que fue un devoto del judo, que aprendió de un cliente coreano.
Sofía era la estudiante que solía llevar cuadernos “forrados” en cuero a la escuela, así como la única que llevaba su diccionario finamente encuadernado.
Ella recuerda que la llegada de las vacaciones escolares significaba “trabajar” en el taller de “abuelito” en labores mínimas. Entonces fue cuando ella hizo clic con todo aquel otro mundo del patio de su casa.
“Cuando yo estudiaba Diseño, abuelito siempre fue mi cómplice. Los planos, los dibujos, las plumas, el cartón, el papel, se convirtieron en trabajos manuales que compartíamos”, recuerda Sofía.
La admiración de la nieta por el talento de su abuelo solo admitía una objeción: “Mi abuelo era un pésimo vendedor. No le puso el precio justo a su producto, no lo defendía. Eso era algo que desde niña yo le reclamaba”.
La vieja Encuadernación Coto floreció en algún momento con trabajos en marroquinería: billeteras, monederos, llaveros y recuerdos en cuero. Sin embargo, desde los 90, el negocio empezó a contraerse.
Sofía explica que, para aquellos años, la documentación dejó de ser física. La información seguía siendo algo valioso –por eso se solían proteger con cuero los libros contables, los protocolos notariales– pero entonces empezó a digitalizarse.
“Los clientes pasaron a ser solo las iglesias y los coleccionistas. La encuadernación dejó de ser una necesidad y pasó a ser un lujo”, explica Sofía.
Un desgaste de cadera y un cáncer terminaron por debilitar al yudoca José Rafael. Entonces, desde El Salvador, a su nieta se le ocurrió retomar su taller. No sabía ni qué haría, pero debía volver los ojos a casa.
El negocio
El encuadernador por fin concedió que Sofía se hiciera cargo de su taller, bajo la condición de que su asistente, Alexander Leitón, siguiera contratado. A Sofía le resultó ideal: Alexander ya llevaba 11 años de experiencia y había sido excelente discípulo.
Todavía con su trabajo en El Salvador, Sofía empezó a dejarle tareas de experimentación de productos a Alex.
La pregunta era: ¿qué podría encontrar de valioso la gente del nuevo siglo en el trabajo de su abuelo? La diseñadora llegó a una síntesis de dos componentes: el cuero y la evidencia de un trabajo hecho a mano.
Así fue como, en la fabricación de sus libretas, empezó a dejar las costuras expuestas como testimonio de que una mano humana pasó por ahí. La experimentación siguió hasta que Sofía encontró una oportunidad de oro.
La Cervecería Costa Rica requería unos menús en cuero y Sofía ganó la licitación, para cuyo proyecto renunció a su trabajo en El Salvador y regresó a Costa Rica, a Cartago, para ser exactos.
Desde ahí empezó a buscar inversionistas para financiar su primer proyecto, empezó a lidiar con proveedores y diseñó una producción en cuero en gran escala.
Las ganancias de aquel encargo fueron el capital semilla para su negocio.
Desde el inicio encontró el apoyo de su madre, Alejandra Coto, pero también hubo reservas familiares. Algunos no tenían fe de que las máquinas y herramientas del abuelo sirvieran para algo; otros veían como un irrespeto para el viejo el sacar sus cosas, su vida, de su taller.
Hoy, aquellas máquinas siguen a cargo de ella y de Alex, y sirven para dar los acabados a los productos: el etiquetado y la confección de accesorios en cuero. La factura está a cargo de proveedores que siguen sus diseños.
Sofía abrió su tienda josefina de Cuero, Papel & Tijera en febrero del 2012, tras una experiencia con otra tienda fallida en Cartago. Uno entra a su negocio en barrio Don Bosco y se encuentra con paredes blancas, iluminación delicada y Jason Mraz cantando su concierto desde Chicago. Por supuesto que está también ese penetrante olor a cuero, y una foto vieja de José Rafael Coto trabajando a contraluz.
Él murió el 14 de octubre del 2006. Su nieta no recuerda si el encuadernador alguna vez vio una de las primeras libretas que ella trabajó con Alex, pero está casi segura de que no. Pensar en qué le diría hoy a “abuelito” es una bomba para el corazón. Ella estaría tentada a decirle que su trabajo sí valía lo que él pensaba que no valía, o sea, le soltaría un “Te lo dije”.
Sin embargo, Sofía ve en su abuelo a un “maestro de vida”, y sabe que no desperdiciaría una conversación con esa figura inmensa para hablar de algo tan pequeño como su negocio.
“Es demasiado terrenal”.