Pensar en agricultura no evoca de manera inmediata a la ciudad. Por el contrario, lo normal es imaginar una gran finca en alguna zona rural del país, especializada en algún producto particular, un monocultivo. O cientos de hileras verdes que atraviesan las montañas, de las que se cosechan lechugas, tomates, papas, frijoles y otros.
Ese es el imaginario natural de agricultura, pero no es el único que se desarrolla en el país. La agricultura urbana comunal viene a romper varios moldes. Primero, son sembradíos en medio de la ciudad. Segundo, son en espacios reducidos y muchas veces públicos y tercero, una lechuga, un cebollino y una berenjena pueden crecer a la par, en el mismo espacio de tierra, sin inconveniente alguno.
Opciones de huertas urbanas comunitarias se encuentran en varios puntos de la capital. Son proyectos pequeños a cargo de pocas personas, pero que demuestran –después de años de mantenerse en pie– que pueden ser exitosos.
Paralelamente, también hay comercios urbanos que tomaron la decisión de cosechar sus propios insumos para abastecer sus negocios. En consecuencia, aseguran servir platos con productos de los que pueden certificar su calidad.
Por el placer de sembrar
En un pequeño lote esquinero de Sabanilla de Montes de Oca está Fultierra. Es una huerta urbana que se desarrolla en medio de una alameda llena de casas. De ambos lados del terreno, las paredes son de cemento. De frente la calle del barrio y de fondo una casa.
Ese podría ser un escenario antagónico para que crezcan los cultivos, pero en este caso es ideal.
Fultierra es una huerta urbana comunitaria. Aunque está ubicada en un terreno privado, la dueña del terreno, María Eugenia Rojas, no se siente más que “voluntaria” del proyecto.
Junto a doña Eugenia, Erick Badilla forma parte de Fultierra desde sus inicios. Al lado de ellos han pasado decenas de vecinos y voluntarios que ayudaron a formar la huerta urbana que hoy sigue cosechando después de 10 años.
Aunque no se puede cosechar “de todo” porque el clima, el terreno o el sol no lo permiten, tampoco necesitan mucho más. En terrazas construidas con escombros y piedras, están intercalados lechugas, kale (col rizada), chiles picantes y perejil.
Más arriba, en otro espacio, hay cebollino, arúgula, romero y hasta algodón. A prueba y error han aprendido cuáles cultivos son los más exitosos para el espacio.
Las terrazas son reducidas, de menos de dos metros cuadrados, pero permiten la cosecha de hasta 500 lechugas en una sola siembra. El ideal es aprovechar el espacio lo mejor posible.
Tanto así que uno de los lados del terreno hay tres espacios destinados a compostaje. Este es para María Eugenia y Erick, uno de los puntos que hace la huerta más comunal.
El material orgánico para el compost lo reciben de los mismos vecinos y una vez que el abono está listo, se usa para los cultivos. Lo que se cosecha se reparte entre los que trabajaron el terreno. Es para quienes sembraron o regaron, pero también se regala a otros vecinos.
“Lo que se produce lo repartimos entre los que producimos, si tenemos excedentes nunca los vendemos sino que los regalamos. No ganamos más que la experiencia y la satisfacción de compartir. Es una actividad terapéutica para nosotros”, declaró María Eugenia Rojas.
Muchas de las personas que alguna vez colaboran en la huerta, decidieron replicar la idea en sus casas o en algún otro terreno. Esa es parte de la ganancia.
A menos de dos kilómetros de Fultierra está La Arboleda. Con apenas cuatro años es mucho más joven que su predecesora, pero también mucho más abierta.
La Arboleda es también una huerta comunitaria urbana, pero lo que la diferencia de muchos proyectos en el país es que es totalmente pública. Tanto así que está ubicada en un parque.
Empezó como una idea entre los vecinos de una calle y después de obtener el visto bueno de la municipalidad, el proyecto se inició.
Todos los domingos un grupo de entre 10 y 30 vecinos se reúne a trabajar en el espacio. La cantidad de personas varía pero siempre llega gente, porque se entiende que la cosecha al final es para todos.
Parte de las peculiaridades de estar en un espacio público es justamente la cosecha. En todo el proceso ha habido un aprendizaje importante para no sentirse dueño de lo que se produce, según Liliana Ramos, una de las fundadoras.
Aseguran que es normal pasar por el parque y ver a alguien deshierbando o regando en un día cualquiera, pero también es común ver a alguien tomando una lechuga o un kale, aunque no participe del cuido de la huerta.
Eso tampoco molesta a la mayoría de los vecinos, aunque han habido episodios donde alguna persona se llevó “más de la cuenta” y sí generó problemas. Sin embargo la huerta sigue abierta. No hay ninguna separación con el resto del parque ni ningún candado que limite el espacio.
En La Arboleda –que tomó el nombre del parque público en el que está– también han aprendido a prueba y error qué se puede sembrar y qué no. Las cosechas, aunque son buenas, no dan para abastecer al 100% a sus participantes, pero sí para complementar sus comidas.
En el día a día la huerta avanza en paz y próspera. Cosecha cada día más e involucra cada vez a más personas.
Un plus de mercadeo
Aunque no es por medio de una finca urbana, comercios como Café Krakovia produce gran parte de sus insumos de cocina desde el 2010, en un terreno en Llano Grande de Cartago.
Son 500 metros cuadrados que abastecen al restaurante de lechugas, mostaza china, cebollino, rábano, arúgula, chayote y otros. Incluso semillas exóticas como la remolacha amarilla. Semana a semana se recoge la cosecha y se lleva hasta San Pedro.
La mitad del consumo del restaurante viene de la finca, de acuerdo con Marek Adanski propietario del restaurante. Es otra manera en la que la agricultura se mete en la ciudad.
Más que reducir costos, es una cuestión de filosofía. La huerta propia da seguridad de que los productos que se están usando son de calidad y están libres de pesticidas, según Adanski.
También hay ventajas. Pueden innovar con productos que no se consiguen en el mercado nacional, como por ejemplo, cultivos de origen polaco –país de origen de Marek–.
Tanto en el menú como en las redes sociales del restaurante, se especifica cuáles productos son de la finca y esto se convierte en un insumo para mercadear el negocio.
Como Krakovia hay otros restaurantes en el país que cocinan con productos que ellos mismos siembran. También espacios públicos y privados que se transforman para aprovechar de manera distinta su tierra: parques, iglesias, lotes baldíos y escuelas, son solo algunos casos.
Ya sea con productos cosechados exclusivamente para la cocina de un restaurante, o con una huerta urbana, la agricultura cada vez consigue más formas de colarse en la ciudad.