No hay un tiempo ni una edad específica para morir; el único requisito es estar vivo. Es una certeza compartida por la humanidad. Pese a esto, las personas rara vez se cuestionan si están listas para despedirse de la vida en caso de que hoy fuera su último día.
Morir es un proceso natural y hay quienes opinan que, cuando se pierde el miedo a la muerte, también se disipa todo temor para vivir a plenitud. Para ellos, el buen vivir lleva al buen morir. Alexandra Kissling y su familia saben esto de primera mano.
En setiembre del 2013, sus vidas dieron un abrupto giro, que los hizo cambiar de golpe su actitud ante la muerte y la vida. Ese mes, al esposo y padre del clan, al empresario Daniel Robert Bonilla, le detectaron un tumor que interrumpió su vida terrenal.
Entre sorpresa y espanto, Robert valoró operarse, pero la cirugía era compleja y de resultados indeseables. Al final, declinó el bisturí y escogió otra ruta: la de tener un buen morir.
“No es mi afán decir a la gente qué hacer o qué no. Fue nuestra experiencia y solo deseo compartir lo aprendido”, enfatizó la psicóloga y empresaria, madre de tres adultos jóvenes.
En lo que denomina un “acto de amor incondicional”, y sin perder la esperanza de una recuperación, su familia supo entender las necesidades de uno de sus miembros enfrentado con la muerte.
En medio del dolor, la partida del padre y esposo se convirtió en un desprendimiento en paz y sin deudas con la vida, sin conversaciones pospuestas y con una apreciación mejorada de la propia vida al cierre de esta.
Asumir la realidad. El primer paso, recuerda Kissling, fue aceptar los hechos en vez de negarlos y pese al gran dolor que tenían.
Según enfatiza, el valor y la madurez con que su esposo tomó el proceso de su muerte, estabilizó a la familia, mientras que la actitud amorosa y respetuosa hacia su decisión le ayudó a él a enfrentar el camino escogido.
“Entre tantas emociones, asumimos la muerte de Daniel como un momento íntimo e importante; un paso natural que merece calidez y compasión, y no horror”, afirma Kissling.
Su criterio fue el correcto. El doctor Isaías Salas Herrera, director del Centro Nacional de Control del Dolor y Cuidados Paliativos, recordó que un paciente terminal debe tener controlado su dolor físico y ver satisfechas todas sus necesidades espirituales, sociales y emocionales. En esto, la familia es la clave.
Si el grupo está equilibrado, sabrá acompañar respetando el espacio y los pedidos del enfermo. En cambio, si está en negación, todo el proceso se deteriorará.
“Si el paciente no quiere visitas, que no las tenga, y si quiere oír música, que así sea. Un típico error de las familias es pretender que se alimente como si estuviera sano”, afirma Salas, director de una red de 45 centros de atención que al año atiende entre 60.000 y 70.000 casos.
Sin espirales de silencio. Para Salas, algunas familias también fallan cuando crean una espiral de silencio en torno al padecimiento; en otros casos, disfrazan la realidad. Esto es un grave error.
En el plano emocional y psicológico, en ese momento, la persona requiere hacer un recorrido de su vida, elaborar un cierre y prepararse para la partida. Esto demanda apoyo y compañía. Negar los hechos impide que así suceda.
“Nosotros creamos un entorno amoroso, cálido y abierto, donde pudo expresar sus temores, y pudo desahogarse para encargarse de cuestiones vitales de cara al desenlace”, contó Kissling.
Para ella, es básica la espiritualidad (al margen de credos), pues da significado y trascendencia a la vida antes de morir.
Así lo ha expresado el neurólogo británico Oliver Sacks, autor de exitosos libros como Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero , quien informó este mes que padece un cáncer terminal.
El científico, de 81 años, lo reveló en un emotivo ensayo en el diario The New York Times, donde se declara “intensamente vivo” y esperanzado de poder profundizar sus amistades, despedirse de quien ama, escribir más, viajar (si tiene fuerzas) y alcanzar nuevos niveles de comprensión.
De paso, Sacks reafirma que cada quien es dueño de su vida, pero mucho más de prepararse para su muerte, porque es el destino de cada persona ser un individuo único para “hallar su propio camino, vivir su propia vida y morir su propia muerte”.