
Un aparente gesto inocente de una bebé de 6 meses encendió una señal de alerta en su madre. El comportamiento, que inició como un “piquito” repetido sin motivo claro, derivó en el diagnóstico de autismo nivel 3 de soporte para la menor. Este descubrimiento cambió por completo la vida de toda la familia.
La brasileña Nathalia Costa Rodrigues, no consideró preocupante el gesto de su hija Iara. Al inicio, pensó que imitaba a los adultos al lanzar besos. Con el paso del tiempo, este hábito se volvió más frecuente y evidente. Aunque lo asumieron como una “manía”, luego comprendieron que se trataba de una estereotipia motora.
A los 8 meses, la niña no respondía cuando la llamaban por su nombre. Su madre sospechó un posible problema auditivo. No obstante, la pequeña reaccionaba a sonidos como música y dibujos animados. El pediatra no detectó nada inusual, pero la abuela, enfermera de profesión y recién capacitada en signos del espectro autista, sugirió que Iara tenía autismo.
Esta observación motivó a la madre a profundizar en el tema. Reconoció comportamientos de su hija que coincidían con características del trastorno del espectro autista (TEA). La menor no interactuaba como otras niñas de su edad y mostraba signos que no pasaron desapercibidos.
Cuando Iara cumplió 1 año y 8 meses, una nueva pediatra aplicó la escala M-CHAT. Los resultados reflejaron un puntaje alto, por lo que se inició un proceso de evaluación clínica más profunda. Como no había disponibilidad de neuropediatra en el seguro médico, la familia recurrió al sistema de salud pública y también buscó especialistas en una clínica privada.
Durante ese tiempo, Iara no emitía ninguna palabra y los comportamientos se intensificaron. Mostraba agitación, problemas de sueño y múltiples estereotipias. Corría, gritaba sin razón aparente, caminaba en círculos y evitaba el contacto visual. Se sumaron nuevos signos como flapping (movimiento repetitivo de manos), parpadeo excesivo y caminar en punta de pies.
Las actividades diarias también se complicaron. Cortar uñas, cepillar dientes o alimentarla resultaba difícil. La selectividad alimentaria fue notoria. Prefería alimentos secos, crocantes y de color amarillo. La lista de alimentos aceptados incluía arroz grano a grano, banana, cereal, huevo revuelto, nuggets, galletas tipo cream cracker y papas fritas.

El diagnóstico se confirmó cuando Iara tenía 2 años y 5 meses. La neuropediatra del sistema público la evaluó mediante observación y pruebas, y confirmó que no usaba juguetes de forma funcional, no respondía al nombre, no señalaba ni hablaba. Según la escala M-CHAT, la niña alcanzó el máximo puntaje.
Tras la confirmación, la familia implementó una rutina centrada en las terapias. La niña comenzó a recibir más de 25 horas semanales de atención en psicología, análisis conductual aplicado (ABA), fonoaudiología, terapia ocupacional, musicoterapia e intervención nutricional. Mientras el padre trabajaba, la madre dedicó su tiempo completo al cuidado de Iara.
Con el paso del tiempo y el acompañamiento constante, la menor mostró avances. Hoy puede sentarse, mantener contacto visual por lapsos breves, imitar gestos y jugar de forma funcional. Aunque sigue sin hablar, está empezando a repetir algunas palabras. También logró tolerar la presencia de otros niños, algo que antes le resultaba imposible. Actualmente, requiere supervisión continua por su nivel de soporte 3.
La familia mantiene el objetivo de garantizar acceso a terapias para que Iara continúe desarrollándose y pueda alcanzar la mayor independencia posible en su vida adulta.
¿Qué son las estereotipias?
Las estereotipias son comportamientos repetitivos sin causa aparente que pueden clasificarse en motoras, verbales o sensoriales. Según especialistas, las más frecuentes son las motoras, como agitar las manos (flapping), saltar, girar en círculos o manipular objetos de formas no convencionales.
Las estereotipias verbales implican la repetición de sonidos, palabras o frases sin intención comunicativa. Las sensoriales se relacionan con la necesidad de estimulación táctil o sensaciones específicas, como el contacto con agua.
Aunque son frecuentes en personas con TEA, no son exclusivas del autismo. Algunas personas con niveles leves pueden incluso ocultarlas en entornos sociales, práctica conocida como masking.
El propósito de las terapias no es eliminar completamente estos comportamientos, sino regularlos para que no interfieran con la funcionalidad social. En ciertos casos, estas acciones ayudan en la autorregulación emocional y la organización del pensamiento.
El riesgo aumenta cuando las estereotipias implican autolesiones, como arrancarse el cabello, morderse o causar daño en la piel. Estos comportamientos son más comunes en personas con alteraciones sensoriales que pueden no percibir el dolor adecuadamente.
En la mayoría de los casos, las estereotipias no representan peligro, pero deben observarse con atención para facilitar el desarrollo y bienestar de quienes las presentan.
*La creación de este contenido contó con la asistencia de inteligencia artificial. La fuente de esta información es de un medio del Grupo de Diarios América (GDA) y revisada por un editor para asegurar su precisión. El contenido no se generó automáticamente.
