
Un grupo de investigadores en China observó que el ayuno intermitente provoca alteraciones significativas en el cerebro y en el microbioma intestinal. El hallazgo evidenció una conexión directa entre estos dos sistemas, con implicaciones importantes para el tratamiento de la obesidad.
El estudio, publicado en la revista científica Frontiers in Cellular and Infection Microbiology, siguió a 25 personas con obesidad durante 62 días. Los participantes perdieron, en promedio, 7,6 kilogramos, lo que representó el 7,8% del peso corporal.
Dos fases de intervención alimentaria
La intervención dietética se basó en la restricción energética intermitente (IER, por sus siglas en inglés). Esta técnica alterna días de alimentación normal con días de ayuno parcial.
La primera etapa, de 32 días, consistió en un ayuno altamente controlado con menús diseñados por nutricionistas. La ingesta calórica se redujo progresivamente hasta alcanzar un cuarto del requerimiento energético individual. La segunda fase, con un control moderado, duró 30 días. Durante esta etapa, se recomendó a las mujeres consumir 500 calorías y a los hombres 600 calorías, en días alternos.
Resultados más allá de la báscula
Además de la pérdida de peso, los voluntarios mostraron disminución de grasa corporal, menor circunferencia de cintura y reducción de la presión arterial. También se registraron niveles más bajos de glucosa en ayunas, colesterol total, HDL y LDL.
Estos resultados sugieren que el ayuno intermitente podría contribuir a reducir enfermedades asociadas con la obesidad, como la hipertensión, la hiperlipidemia y los trastornos hepáticos.
Transformaciones en el cerebro y el intestino
Los escáneres de resonancia magnética funcional revelaron cambios en zonas del cerebro relacionadas con el apetito y el comportamiento adictivo, como el giro orbital frontal inferior, clave en el control de impulsos y decisiones relacionadas con la alimentación.
De forma paralela, la composición del microbioma intestinal también se modificó notablemente. Hubo una reducción de bacterias como Escherichia coli y un aumento de especies vinculadas a la obesidad, como Faecalibacterium prausnitzii, Parabacteroides distasonis y Bacteroides uniformis.
Los investigadores identificaron relaciones entre la abundancia de ciertas bacterias y la actividad cerebral. Por ejemplo, la presencia de Coprococcus comes y Eubacterium hallii se asoció con una menor actividad en el giro orbital frontal inferior izquierdo. Una mayor cantidad de E. coli también se vinculó con una reducción en esta misma área del cerebro.
Una relación bidireccional entre mente y microbioma
Según los científicos, el microbioma intestinal interactúa con el cerebro mediante señales químicas y nerviosas. Produce neurotransmisores y toxinas que llegan al cerebro a través de los nervios y la sangre, mientras que el cerebro regula conductas alimentarias. Los nutrientes de la dieta también influyen en la composición del microbioma.
Esta comunicación cruzada parece mantenerse a lo largo del proceso de pérdida de peso. Sin embargo, los investigadores indicaron que el estudio halló correlaciones, no causas directas, por lo que todavía no se puede determinar cuál sistema impulsa los cambios del otro.
Aplicaciones futuras contra la obesidad
Con más de 1.000 millones de personas con obesidad en el mundo, comprender esta interacción entre el cerebro y el intestino podría ser clave para crear tratamientos personalizados más efectivos.
Uno de los científicos involucrados señaló que las próximas investigaciones deben aclarar cuáles microorganismos intestinales y regiones cerebrales son fundamentales para bajar de peso y mantener un peso saludable.
*La creación de este contenido contó con la asistencia de inteligencia artificial. La fuente de esta información es de un medio del Grupo de Diarios América (GDA) y revisada por un editor para asegurar su precisión. El contenido no se generó automáticamente.
