
A todos nos ha pasado: vemos a una persona por primera vez y automáticamente nos cae bien, o todo lo contrario. ¿Qué pasa en nuestro cerebro para llegar a esa rápida conclusión?
Un estudio de la Universidad de Nueva York en Estados Unidos publicado este lunes en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, indicó que hay un factor clave para que esto suceda: ¿se parece ese desconocido a alguien que usted ya conoce ? ¿Aunque sea solo un poco? Si es así, es posible que eso influya.
Cuando el parecido es con una persona con la que usted se lleva bien, siente mucho cariño o le inspira confianza, es muy probable que usted confíe casi automáticamente en ese nuevo individuo.
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Si, por el contrario, este desconocido tiene alguna semejanza con alguien en quien usted desconfía o no se lleva bien, pues lo calificará de persona "no segura".
Esta acción inconsciente puede darse ya sea porque el parecido sea físico o encuentre similitudes en el tono de voz o la forma de ser y comportarse.
"Tomamos decisiones acerca de la reputación de un extraño sin necesidad de informaciones directas o explícitas, solo requerimos saber si se parece a alguien. Aunque no nos percatemos de esa similitud, nuestro cerebro sí lo hace", explicó en un comunicado de prensa Elizabeht Phelps, autora principal del reporte.
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"Esto muestra cómo nuestro cerebro posee un mecanismo de información que se guía de experiencias del pasado para tomar decisiones –y juicios– futuros", añadió la investigadora.
¿Cómo descubrieron esto los científicos?
Para explorar la forma en la que nuestra mente actúa, los investigadores realizaron una serie de experimentos relacionados con la confianza.
Se hicieron varios juegos en los que se ponía a las personas en parejas para ver cuán confiable les parecía el compañero.
A los participantes se les dijo que todo el dinero que ellos invirtieran con esa persona se multiplicaría cuatro veces, pero que ese individuo podría escoger entre devolverle el dinero o dejárselo para sí mismo.
Le preguntaron a la gente cuánto confiaría en cada uno de los otros participantes.
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Todos los jugadores se dividieron en tres categorías según la respuesta de los demás: altamente confiables (el 93% de los participantes les entregaría su dinero), algo confiables (el 60% invertiría con ellos), o poco confiables (solo el 7% confiaría en ellos).
En una segunda ronda, a los mismos participantes se les pidió escoger una pareja para otro juego. Sin embargo, la apariencia de algunos de ellos se cambió (una peluca, lentes de contacto de otros colores, maquillaje, peinado o vestimenta muy diferente).
Las personas prefirieron quedarse con las personas que más se parecían a la pareja con la que más tiempo habían pasado en el primer ejercicio (en la mayoría de las ocasiones se trataba del mismo sujeto).
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Además, ellos tendían a alejarse de quienes más se parecían a los que fueron descritos como poco confiables en el primer ejercicio.
En una siguiente fase del experimento, los científicos examinaron la actividad cerebral de los sujetos de estudio mientras tomaban decisiones.
Los resultados indicaron que cuando tomaban la decisión de si un extraño podía ser confiable o no, se activaban las mismas zonas cerebrales que se encendían cuando veían a la persona por primera vez (cuando aún no se les había explicado la mecánica del juego). Estas zonas incluyen la amígdala, un área que está relacionada con el aprendizaje de las emociones.
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¿Qué sucede si efectivamente la persona no se parece a nadie a quien previamente hemos conocido? La investigación señala que en esos casos no tendremos "corazonadas" tan fuertes en esos primeros minutos de acercamiento.
"Algunos lo llaman 'buena vibra' o 'química' y aunque no solo podemos tomar en cuenta nuestra memoria, el juego que nos hace el cerebro, sí tiene un rol vital", concluyó la investigadora principal.
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