La “sabiduría” popular tiende a ver a las personas de menor educación como las primeras sospechosas de algunos comportamientos no deseados y esto no ha cambiado durante la ola de ideas políticas extremas y noticias falsas que estamos viviendo.
“Los que andan compartiendo todo eso son gente sin educación”, “Con solo ver las faltas ortográficas se nota que es un ignorante” y “si la gente estudiara habría menos noticias falsas”, son algunos de los comentarios que se leen con cierta frecuencia.
Sin embargo, ¿son realmente las personas de menor educación quienes más creen en información dudosa? No necesariamente.
Por ejemplo, algunos estudios de opinión en Estados Unidos muestran que las personas de menor nivel educativo son más escépticas sobre de las noticias que las personas con estudios de universitarios y de posgrado: Las primeras creen que el 43% de la información noticiosa tiene datos falsos, comparado con un 35% y 29% por parte de los segundos y terceros.
Los porcentajes varían cuando se combinan con otros factores como frecuencia de consumo de noticias, ingresos y edad. Sin embargo, una categoría en la que no hay mucha variación entre las personas con mayor y menor educación es la de los conservadores.
Por ejemplo, cuando se les pregunta qué tanto confían en su habilidad de diferenciar entre hechos y opiniones, las personas con educación superior e inclinación demócrata (liberal) responden con mayor confianza que los liberales de menor educación (41% vs. 26%). Eso no ocurre entre los republicanos (conservadores), quienes responden prácticamente de la misma forma sin importar el nivel educativo (24% los de mayor educación vs. 23% los de menor educación).
Lo mismo ocurre con respecto a las opiniones sobre qué tan problemática es para la democracia la selección de noticias por parte de la prensa: Los conservadores con título universitario la ven como un problema importante en la misma proporción que aquellos sin título (60% versus 61%).
No sorprende entonces que cuando se analiza quiénes comparten noticias falsas, los resultados apuntan mayoritariamente a personas que lo hacen por ser conservadoras, no por ser ignorantes. Esto particularmente con respecto a temas como supuestas persecuciones religiosas, ataques a los derechos de mujeres y personas LGTBI, retórica contra los inmigrantes, teorías de conspiración y en general a favor de políticos que promueven una retórica populista.
No significa que todos los conservadores lo hagan o que sean los únicos, pero queda claro que son la mayoría. Por ejemplo, durante la campaña de 2016, los conservadores amplificaron los mensajes de los troles rusos 30 veces más que otros segmentos, según un estudio de la Universidad de California del Sur. Una vez pasada la campaña, continúan haciéndolo, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Oxford publicado este año.
El objetivo de este tipo de información falsa y/o extrema no es tanto convencer como atizar divisiones para empujar a la gente a elegir “un equipo”, reafirmar lealtades, y generar la idea de un ambiente en el que no se puede confiar en ninguna fuente informativa. “En situaciones de incertidumbre, la gente es más dada a aferrarse a su ideología y dejarse llevar por sus sesgos de confirmación, al decidir creer solo aquellas cosas que encajan con sus opiniones preconcebidas,” en palabras del autor Ian McIntyre en su libro Posverdad.
La educación puede ayudar, pero no cualquier tipo de educación sino específicamente: 1) pensamiento crítico, y 2) alfabetización mediática. Aún así, no se puede perder de vista el hecho de que el asunto fondo no es de educación sino de disciplina o ética personal: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a no buscar o a rechazar los hechos y la evidencia solo porque no coinciden con nuestras ideas personales?
El futuro político depende en gran parte de la respuesta a esa pregunta, pues como dijo una vez la filósofa alemana Hannah Arendt: “El sujeto ideal del gobierno totalitario no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino la gente para la cual la distinción entre realidad y ficción (…) verdad y falsedad (…) ya no existen”.