Agotada la provisión de formularios para “facturas timbradas por la prestación de servicios profesionales” que me hice imprimir hace 22 años, concurrí una tarde de estas a la sucursal del Ministerio de Hacienda abierta en el centro de Montes de Oca, con el fin de gestionar la autorización para encargar a una imprenta la confección de un nuevo talonario. Esperaba, entonces, disfrutar del sano entretenimiento que ofrece una cola interminable, para lo cual me armé, como lo dicta la costumbre, de harta paciencia y de un libro, esta vez Chagrin d´École, de Daniel Pennac, que no por casualidad trata -amena y constructivamente por cierto- del tema de la tortura que sufren durante sus vidas los jóvenes estudiantes de primaria y secundaria a quienes sus malos maestros se empeñan en convencer de que son unos zoquetes “buenos para nada”.
Recordando todavía aquella graciosa escena de la obra cinematográfica nacional El regreso, en la que una burócrata hace la publicidad de las propiedades nutritivas de la papaya, programé mi experiencia para las dos de la tarde con la idea de ahorrarme la visión de una intimidad gastronómica relacionada con el almuerzo de alguien. (Como alajuelense exiliado me preguntaba por qué en esa película el importante papel de manduca no le fue reservado a un mango o a una bolsa de jocotes tronadores). De las diez ventanillas didácticamente numeradas que hay en la sala de atención al público, siete se encontraban en el desértico estado de “temporalmente cerradas”, lo cual no me produjo incomodidad alguna ya que gracias a la maestría literaria y al buen humor de monsieur Pennac me sentía como aparragado en una butaca de biblioteca, y solo habría deseado que las autoridades del Ministerio colocaran en el sitio un dispensador gratuito de té frío con galletitas. Tras la lectura sin desperdicio de varios capítulos, una culta vecina de asiento, al parecer menos previsora que yo, quiso compartir conmigo su molestia por la lentitud del sistema y no tuve más remedio que descuidar a Pennac y ponerle atención, malgré la película, a la real ausencia de frutas tropicales en la dieta vespertina de nuestros empleados públicos.
Pero a pesar de todo, y justo es que se diga por lo menos una vez, las cosas salieron a pedir de boca y al final de mi sesión de lectura la dama que me atendió procedió con tal fineza y tal eficiencia que ahora me veo obligado a mostrarme optimista en relación con la capacidad recaudadora -en suma, de eso se trata- del Ministerio de Hacienda. Eso sí, hay que confesarlo: no tener de qué quejarse en serio es a veces demasiado frustrante.
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