Quienes han divagado por los senderos de la adicción cuentan que para salir de ella, primero hay que tocar fondo. Pero quienes se pierden en las intensas sensaciones del
De ello da fe un joven de 25 años a quien llamaremos Santiago. Cuesta imaginarse a semejante hombrón con 32 kilos menos, reposando su demacrado cuerpo sobre un viejo cartón en la zona roja. Hijo de padres médicos y criado en un residencial de lujo, Santiago demuestra que ni el dinero ni el estatus son vacuna contra la adicción.
Se empezó a hundir a los 13 años cuando incursionó en el consumo del alcohol y la marihuana, junto a un grupo de pares que le ofrecían aceptación y compañía a cambio de droga, una transacción que, entonces, le parecía razonable.
Muchos experimentan con las drogas sin caer en la dependencia, mas otros quedan enganchados sin advertencia previa o, al probar, despiertan el hambre de sensaciones más intensas.
Si bien existen casos aislados en los que se consume
Así le sucedió a Santiago, quien anduvo de colegio en colegio por problemas de conducta y violencia, y, al llegar a los 15 años, era consumidor ávido de cocaína. De ahí al
“La cocaína es tan cara que llega un punto en que no es sostenible. El cambio al
Rapidito, la calle enseña que no hay nada más barato que el
Más intenso que el
“El ser una droga fumada, le permite entrar muy rápido al sistema a través de la vía pulmonar porque el área de absorción está muy vascularizada (llena de vasos capilares) y es muy grande, de unos 200 metros cuadrados de superficie” (área que se obtendría al extender el tejido pulmonar), explica el médico psiquiatra y especialista en adicciones, Luis Sandí.
Mientras la cocaína tarda entre 10 y 20 minutos en producir un efecto en el consumidor, quien inhala
“El
“Si pudiéramos medir la capacidad que tiene esta droga de producir una descarga química en el cerebro, veríamos que es monumentalmente mayor que la de los placeres convencionales. Es incomparable”, agrega.
Precisamente eso fue lo que experimentó Santiago en sus primeros acercamientos al
Para la vasta mayoría de la población, es difícil comprender cómo una diminuta piedra blanca, de escasos 0,2 gramos de peso, es capaz de volcar a un ser humano y sacudirlo hasta más no poder.
Para hacerlo, es necesario entender cómo esta droga destruye partes cruciales del cerebro en un período muy corto de tiempo.
Todas las drogas, incluidas las legales, tienen el potencial de generar dependencia, pues actúan en el sistema límbico (ubicado en la parte media del cerebro) que es el centro de refuerzo y placer. Allí se controlan los comportamientos más instintivos del ser humano, como las emociones, el hambre y el apetito sexual.
Específicamente, el
El resultado es una acumulación de dopamina que genera una sensación prolongada de placer. En ese sentido, puede afirmarse que el
No obstante, tan rápido como se infiltra la droga en el sistema, sucede también “el desplome”: en 10 ó 15 minutos, la euforia desaparece y deja al cerebro descargado de tal bombazo químico. Quien minutos antes sentía el máximo grado de placer, entra entonces en un estado de depresión, ansiedad extrema, irritabilidad e incluso ira y agresividad.
Pero hay algo más: ya para ese momento, el cerebro tiene una nueva referencia de cuánto placer puede sentir y, naturalmente, pide repetir la sensación. Lo que las primeras veces es un fuerte deseo, pronto se convierte en una compulsión incontrolable.
“Al principio la persona puede decidir cuándo va a consumir y cuándo va a dejar de hacerlo, pero conforme se sobreestimula ese circuito interno, el motor adictivo se hace tan fuerte que pierde la conexión con la parte frontal del cerebro –donde está la capacidad racional del humano– y adquiere autonomía”, explica Sandí.
“Ese es el principio básico de la adicción: no tengo freno. Mi capacidad de autocontrol, que es una función cortical superior, se ha perdido. Hay un daño biológico en el cerebro, como en pacientes que tienen un tumor o sufren un accidente”, añade.
Por otro lado, el
Por ello, experimentar con esta droga es mucho más peligroso que hacerlo con otras sustancias, debido a su capacidad de generar una dependencia en el corto plazo. No es exagerado afirmar que el
“Uno prueba la primera dosis; siente una taquicardia incontenible, una fuerza sobrenatural, siente que puede con todo, que no necesita dormir, que puede trabajar por 22 horas seguidas”, rememora Santiago, quien dejó el colegio y abandonó su casa, cuando su estilo de vida ingobernable había ahogado la tolerancia de sus papás.
Ese era apenas el principio de una desgastante encrucijada física y mental cuya primera lección es que una
“Con el tiempo, lo que más sostiene la adicción al
“Es una sensación de que si no consumo, algo me va a pasar. La desesperación que siente un adicto es inimaginable para las personas que no han tenido contacto con esta droga”, continúa.
Además, el
El deterioro más significativo es el mental, pues la vida de los consumidores termina girando en torno a la adicción, y los problemas físicos suelen ser consecuencia del descuido personal y los comportamientos riesgosos que adoptan.
En adictos de largo plazo, se reporta presión alta, infartos, derrames cerebrales y daño cerebral, como consecuencia de la muerte de neuronas y la destrucción de conexiones neurales, que pueden dejar a las personas con discapacidad mental.
Para calmar la desesperación de no tener
“A mí el
La primera vez que el muchacho completó un programa de rehabilitación de 28 días, su papá lo recibió en casa con un queque. Esa misma noche, salió con una amiga y, cuando se dio cuenta, estaba quemando una
En total, Santiago sumó 22 internamientos. La mayoría de ellos fueron el resultado de las crisis en las que entraba cuando se le agotaban los recursos para comprar la sustancia. Era cuando lo poseía la desesperación.
“A mi abuela le robé el anillo de compromiso, piezas de oro, relojes, cadenas, televisores, radios; todo lo que podía. Yo le vacié la casa”, cuenta.
“También supe lo que era llamar a mi mamá a las 3 a. m. desde Villa Esperanza de Pavas, para pedirle que me recogiera porque me quería internar y cuando la pobre señora llegó por mí, me monté al carro y le saqué una (pistola) 38. Se la puse en la cintura y le dije: ‘Vamos al cajero (automático). Tengo que consumir’... ¡A mi propia madre!”.
“Hasta llegaba a la locura de hacer la romería con la sustancia en el bolsillo, engaletándome a fumar en Ochomogo y Cartago. Cuando llegaba hasta la Basílica, entraba de rodillas para pedirle a la Virgencita de los Ángeles que por favor, cuando saliera, me encontrara un kilo de droga afuera. Eso es estar loco”.
La cantidad de
“Yo llegué a fumarme 300 piedras en un día; literalmente 300 dosis de
Con el
Eventualmente, terminó en la calle, como le sucede a un gran porcentaje de consumidores en el clímax de su adicción.
Más del 90% de quienes deambulan por la capital sufren de esta enfermedad, según un estudio del 2005 elaborado por el Instituto Mixto de Ayuda Social y la Municipalidad de San José. La droga más recurrente entre quienes acuden al Centro Dormitorio para Habitantes de la Calle, en el corazón de la capital, es precisamente el
Una de esas personas es el consumidor activo conocido como
“Lo más feo que he tenido que hacer por una
“Es muy cierto que por
Sin embargo, el
Antes de ser adicta, Carmen (nombre ficticio), por ejemplo, fue ingeniera química con una maestría en Administración de Empresas.
Llevaba 23 años desarrollándose en una carrera exitosa y ocupó altos cargos en una institución gubernamental. Mas todo esto se fue al traste cuando perdió las riendas de una adicción de 12 años a la cocaína. En el 2003, con 45 a ños de edad, Carmen empezó con el
“En tres años, me fumé ¢150 millones, básicamente en
Al igual que Santiago y que
Rehabilitar a una persona adicta al
“Estudios sobre el deterioro cognitivo que produce esta droga demuestran que, conforme la persona la utiliza, se reduce su capacidad de razonar y de resolver problemas. Esto complica el tratamiento”, explica la doctora Patricia Orozco, directora del Instituto Costarricense sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA).
A pesar de haberse rehabilitado y de llevar cuatro años sin consumir, Carmen no pudo recuperar su profesión, ya que las cantidades de droga que consumió le generaron problemas a nivel cerebral y ahora depende de una pensión por invalidez.
“Tengo problemas de afasia, y esto me dificulta la tarea de entender palabras y expresarme. También, un problema de atención, de memoria y de retardo, por lo que pasa un lapso antes de que pueda convertir las imágenes y sonidos en ideas y pensamientos”, dice.
“Mi cerebro se destruyó. Todo lo que me sudé en la escuela, el colegio, la universidad, la maestría; todo el estudio que estaba en mi cerebro se fue a la mierda”, reconoce entre lágrimas.
Lo que no hace la droga por enterrar vivo al adicto, lo hace la comunidad, el entorno y el mismo sistema de salud. Así lo asegura el doctor Sandí, quien afirma que existe la creencia de que el adicto elige permanecer en ese estado.
“Hay una idea de que el paciente tomó la decisión de consumir y ahora debe pagar el precio. Se cree que es una persona que se está haciendo daño porque así lo quiere; cuando lo cierto es que esta es una enfermedad, al igual que lo son el cáncer o la diabetes. A un paciente diabético o coronario no se le dice: ‘Salado, usted decidió comer mal’”, añade Sandí.
“A la sociedad y al sistema de salud les cuesta aceptar la no culpabilidad del adicto y, por ello, terminan agrediéndolo, culpabilizándolo, maltratándolo y creando un círculo de rechazo. ¿Y cómo hace para salir? No tiene de qué agarrarse”, manifiesta.
Un ejemplo de esto es el vacío que existe dentro del sistema de salud para tratar a quienes están sumidos en la adicción. De alguna forma, Santiago y Carmen fueron privilegiados, porque sus familias pudieron pagarles tratamientos en una clínica privada, opción que puede costar entre ¢450.000 y ¢3 millones al mes.
Si bien el IAFA ofrece atención ambulatoria, en el caso del
“El IAFA no tiene un centro de rehabilitación para adultos, solo para menores. La CCSS atiende en sus servicios de emergencias a las personas que llegan en estado de intoxicación aguda, y el Hospital Psiquiátrico los recibe cuando se van deteriorando... La gente tiene que acudir a las ONG”, dice Orozco.
“El ICD cree que debería haber más involucramiento por parte del Estado. Estamos reforzando el IAFA y tratando de integrar a otras instituciones, como la CCSS, más de lo que ya están”, comenta Alvarado.
“Históricamente, la drogadicción se ha tratado como un problema policial, pero este es un problema de salud pública que no podemos soslayar y tenemos una responsabilidad social por el hecho de que las personas hayan caído”, agrega.
En Costa Rica, existen unos 60 centros de rehabilitación privados y de autogestión, desde organizaciones no gubernamentales hasta clínicas privadas de tratamiento. De esos, 24 pertenecen a Hogares Crea, que ofrece un programa de cuatro años (un año y cuatro meses de este lapso son de internamiento indispensable).
En los centros para adultos se percibe un fuerte predominio de
“El
“Los adictos buscan el internamiento cuando ya hay pérdida de familiares, indigencia y hasta problemas judiciales”, precisa.
Al contar con un apoyo limitado por parte del Estado, las ONG son incapaces de atender los requerimientos médicos de quienes llegan en busca de ayuda. Un convenio con la CCSS da seguro a los internos de Hogares Crea, mas la atención no es especializada y los obliga a desplazarse al Ebais correspondiente.
Los complicaciones de salud más comunes entre adictos al
Además, la prostitución como medio poder adquirir droga o la actividad sexual arriesgada al estar bajo sus efectos, puede aumentar la incidencia de enfermedades de transmisión sexual como sida, sífilis y gonorrea.
“Los centros de autogestión pueden ayudar con la adicción, pero no con los asuntos médicos. Es una población desatendida. Necesitan un centro especializado que integre servicios físicos y mentales, para que reciban atención de calidad”, concluye Sandí.
Sin embargo, el alcance de los centros de rehabilitación también se ve limitado por el alto nivel de deserción. De las mil personas ahora albergadas en Hogares Crea, el 90% se irá antes de terminar la etapa de internamiento.
En nuestro país, la ley no permite sostener a un adicto contra su voluntad, a menos de que sea un menor de edad, en cuyo caso una medida de protección del PANI lo obliga a estar en el centro de internamiento del IAFA.
En criterio de Sandí, esa opción debería valorarse para mayores de edad, ya que muchas veces la desesperación puede más que la fuerza de la voluntad.
“Científica y terapéuticamente es válido, en algún sentido, sostener a una persona para ayudarle en algo que ya no está en sus manos. Los sistemas judiciales de otros países, con internamientos obligados por la ley, han dado buenos resultados”, reflexiona.
Desde el gobierno, puede afirmarse que la guerra contra el
“La estrategia de la policía ha sido especializarse cada vez más para reducir la disponibilidad, con la esperanza de que la menor oferta disminuya la demanda”, explica Alvarado.
Sin embargo, la efectividad de esta táctica para bajar el consumo todavía está en duda porque, si bien es cierto que los decomisos de
Los arrestos por motivo del
No obstante, cerca del 95% de las personas capturadas se liberan nuevamente porque poseían pequeñas cantidades, y en Costa Rica el consumo de estupefacientes no está penalizado.
“La represión es una necesidad, pero no es la respuesta y, lamentablemente, el narcotráfico internacional hace que estas situaciones se acrecienten porque alimentan el narcotráfico local”, agrega el jefe de la Policía de Control de Drogas(PCD), cuya identidad se protege.
Las autoridades insisten en que ha habido un importante aumento en la criminalidad producto del
Santiago recibió dos balazos en la espalda y uno más en la pierna por droga fiada que no pudo pagar, y pasó cerca de dos años privado de libertad, período en el cual continuó consumiendo droga, a veces a espaldas de las autoridades penitenciarias y otras veces con su complicidad, según contó.
“Esta droga tiene consecuencias tan nocivas en la sociedad porque altera el orden desde los núcleos familiares hasta la seguridad pública. Estamos viendo crímenes tan absurdos como el de matar a una persona por un teléfono viejo que en reventa no va a costar ni ¢5.000”, dice el jefe de la PCD (
Curiosamente, entre las autoridades policiales y los datos del IAFA, existe una gran discrepancia en cuanto a los alcances del
Frente a un panorama preocupante en el ámbito delictivo y serias limitaciones en los alcances del tratamiento, el ICD y el IAFA depositan muchas de sus esperanzas en la prevención, aunque recalcan la importancia de un abordaje integral.
El sistema educativo es una de las herramientas más eficaces en la lucha contra las drogas, no solo porque saca a los jóvenes de la calles, sino también porque les permite acceder a programas de prevención.
DARE, por ejemplo, les llega a 21.000 estudiantes cada semestre y se enfoca no solo en el tema de las drogas, sino también en el fortalecimiento de la personalidad de los menores. “El programa ayuda a los estudiantes a desarrollar habilidades para que aprendan a resistir la presión grupal y conozcan las consecuencias de las decisiones”, explica Franklin Ruiz, intendente de la Policía y coordinador operativo de DARE.
También es fundamental educar a las personas en cuanto al potencial adictivo del
Sin embargo, tampoco se puede perder de vista que precisamente los jóvenes más vulnerables– aquellos que abandonan los estudios y son víctimas de una mayor exclusión social– no están recibiendo los mensajes preventivos que se dirigen al sistema educativo.
“¿Dónde se concentra más el consumo de
A pesar de que el
“El
Bejarano también señala la altísima incidencia de consumo de
“Hay una asociación estadística entre depresión económica y social y consumo de drogas. Las sustancias más chatarra, terminan en manos de quienes menos tienen. Es una especie de mal designio, porque las personas de más recursos se pueden dar el lujo de escoger”, agrega.
“Como todas las drogas, el
Lamentablemente, lo que se utiliza para encubrir el dolor, se convierte en el más devastador de los males. Algunos, como Santiago, tienen la suerte de recibir la ayuda que necesitan para recoger los escombros que quedan y reconstruir sus vidas.
Hace casi un mes, terminó su bachillerato por madurez y ahora planea estudiar medicina, con la gran fortuna de no haber sufrido daños mentales significativos. Sin embargo, aún debe tomar antipsicóticos para no soñar con el
“Fumar
“Hay un dicho en el programa en el que estoy que dice que ‘la fe es lo último que se pierde, pero la confianza es lo último que se recupera’. En mi caso, es así. Mis familiares me aman, pero de larguito, porque la confianza se tiene que ganar con actos, y yo he hecho tanto daño...”.
A otros les va mucho peor.
Sobre todo, a estas personas el
Colaboró en este reportaje Alonso Tenorio.