El bochorno es insoportable, el abuelo decide que vayamos a dar una vuelta para refrescarnos y terminamos en el Hotel Imperial, donde los grandes abanicos dan vuelta sin cesar. De cuando en cuando un sonido agudo y corto, una mosca más achicharrada, se suma al ambiente porteño de aquel edificio de dos pisos de madera frente a la Capitanía de Puerto. Eran las cinco en punto de la tarde…
Un encuentro inolvidable con la princesa de Prusia
Una menuda mujer con la cara y los brazos curtidos por el sol se acerca a la mesa, ella carga una bolsa de manta de donde saca una botella de miel. Para mi sorpresa, mi abuelo y mi papá se levantan solícitos a saludarla con gran respeto. Cuando se va, en mi inocencia de niña, pregunto quién es, y la respuesta del abuelo me deja atónita, es la princesa de Prusia. Esa imagen de una viejecita vestida de una manera tan sencilla, que iba a pie vendiendo miel en Puntarenas y era de linaje real, era una imagen completamente surreal para una niña en la edad de los sueños. Se grabó en mi memoria de una manera intensa.
Pasan años y años, más de los que querría recordar. Estoy de visita en la casa de la insigne pintora Flora Sáenz de Langlois, ella me da un libro de bocetos. Lo abro y de repente, en una de las páginas, como una aparición, se destaca un dibujo realizado con lápiz de grafito en el que una viejecita menuda, frágil, de cara y brazos curtidos por el sol, posa sentada para la artista que capta en ese retrato toda la fragilidad, pero también toda la fuerza del personaje.
Leo el texto que la pintora anotó en la parte superior de la página: Carlota Inés, Princesa Segismundo de Prusia, Jesusita Island, Golfo de Nicoya. El rencuentro con esa imagen guardada hace décadas en mi memoria fue sorpresiva y, al mismo tiempo, fue un dulce rencuentro con una mujer de gran entereza, que supo luchar contra la adversidad.
La artista la dibuja de tres cuartos y por coincidencia es casi la misma pose del retrato que le hizo un pintor a sus 19 años, poco antes de su matrimonio y cuando la vida le sonreía. En este caso, su vestuario es muy diferente, su vestido sencillo, su cabello largo sostenido con una banda, unos zarcillos y un collar rematan su atuendo, pero son sus ojos los que destacan y dejan entrever a la Observadora del Tiempo, a la primera mujer recolectora de datos para el Instituto Meteorológico Nacional.
La vida y el legado de Carlota Inés de Sajonia-Altenburgo
Trabajar en labores del campo, vivir sencillamente en su finca en San Miguelito de Barranca, en una vetusta casa de madera de corredores volados, rodeada de selva, no les impedía a Segismundo von Hohenzollern de Prusia y su esposa Carlota Inés de Sajonia-Altenburgo dedicar tiempo para la ciencia. Ellos recolectaban especímenes de la flora y la fauna nativas, instalaron un pluviómetro y fundaron el primer laboratorio de datos meteorológicos y, a su vez, mantuvieron una vasta colección de libros científicos.
La historia de estos personajes ilustres que vivieron en nuestro país es poco conocida, empieza en 1927. Ellos arribaron procedentes de Guatemala, donde habían comprado una finca en la que cultivaron café. Para su desgracia, pocos años después el volcán Acatenango entró en erupción y debieron venderla. Ya en el país compraron al texano, descendiente de alemanes Guillermo Gehrei, la propiedad de 100 hectáreas en San Miguel de Barranca. Vivieron con sus dos hijos en esa finca, donde se realizaban actividades de apicultura, cría de ganado y cultivo de yuca. Decidieron dotarla de algunos adelantos como el alumbrado con canfín y, posteriormente, alumbrado con generador, utilizado para la pequeña fábrica de almidón de yuca, además para extraer la miel del apiario de 250 colmenas. La guerra los afectó mucho, sobre todo cuando el gobierno declaró en 1942 la guerra a Alemania y a los príncipes no se les permitió salir de su propiedad y vender sus productos.
Su Alteza Real, la princesa Carlota Inés de Sajonia Altemburgo, murió lejos de esta tierra que la acogió, 10 años después de que Flora Sáenz de Langlois tuviera ese encuentro con ella en la Isla Jesusita y decidiera retratarla. Sin embargo, la historia de esta mujer noble con una educación exquisita, que tocaba el piano con fluidez, que le tocó vivir lejos de su patria con grandes estrecheces económicas y se supo imponer a las circunstancias, es un ejemplo.
Eran las cinco en punto de la tarde…. Una menuda mujer con la cara y los brazos curtidos por el sol, no deja que el bochornoso clima la atormente. Se acerca a la mesa, ahora soy yo la que me levanto a saludarla con gran respeto. Ella carga una bolsa de manta de donde saca una botella de miel y nos la ofrece.
Nota: Pido perdón al poeta por robarle sus palabras.