
“Amigos, se aproxima la Semana Santa, rica en ramos de palma, en sermones, en viacrucis, en avemarías; la Semana Santa, hermosa por las guarias moradas que ornan las tapias y troncos de poró”. Con esta descripción, el editor del periódico El Heraldo (27-03-1896) recogía sus impresiones, llenas de melancolía, sobre una de las tradiciones de mayor fervor entre la abrumadora población católica costarricense de entonces.
Las actividades litúrgicas, convocadas y supervisadas por la feligresía católica, movilizaban amplios sectores sociales, bajo consignas de fe y convivencia armoniosa.
Ciertamente, San José y sus alrededores, de fines del siglo liberal, se parecen cada vez menos a las bucólicas villas surgidas de la ruptura colonial en 1821.
La imagen dibujada en las poesías costumbristas de Manuel González Zeledón y Aquileo J. Echeverría, sobre la Costa Rica agraria que se forjó como nación, después de la coyuntura independentista, encuentran una menor resonancia en la capital josefina, que, avanzada la década de 1880, pugnaba por abrir y consolidar espacios urbanos en medio de un escenario rural.
En esta década, las celebraciones religiosas asociadas con los llamados días mayores evidenciaban una mayor importancia de las prácticas consumistas, propias un sistema capitalista en ciernes en nuestras tierras. Los anuncios de prensa y las crónicas de la época son buenos reflejos de lo antes dicho.
Cuando había que lucir el luto
Un inserto publicitario de la Tienda de Uribe y Batalla, en El Heraldo de Costa Rica (22-03-1893) destacaba la venta de un espléndido surtido de mercaderías para la Semana Santa: “Ropa hecha para hombres y niños, géneros negros, labrados y lisos en lana y seda, velillos, crespones, mantillas, pañolones de burato, sombrillas, guantes negros y de color, medias hilo de Escocia, algodón, lana y seda, ropa interior para señora y caballero”.
La proximidad de la Semana Santa era una excelente oportunidad para la promoción de negocios dedicados a los textiles y sus derivados.
La Tienda Oriental, ubicada en la Calle del Comercio, subrayaba la importancia del uso del color negro para lucir solemne en las actividades ceremoniales: “¡¡Ojo a la Semana Mayor!! Gran surtido de géneros para los grandes días. La seda negra para el Viernes Santo es verdadera joya del oriente. En nuestra casa hay todo lo necesario para damas y caballeros” (El Heraldo de Costa Rica, 10-03-1893).
Además de apelar a los adinerados, los comerciantes también publicaban anuncios para los sectores menos favorecidos en que ofrecían “telas fuertes y pintorescas para el pueblo” o, bien, los jabones Maypole para seda, lana, hilo o algodón, producto con el que prometían dejar las prendar como si estuvieran a punto de estrenarse.
Por supuesto, la publicidad no olvidaba a los sacerdotes e iglesias, que se preparaban para los días más importantes del año. “En la tienda de G. André, esquina frente al Palacio Nacional, se han recibido las siguientes novedades: gran surtido de géneros para iglesias como tisúes, rasos, damascos de seda y de lana, velas de cera, de fantasía, candeleros plateados y de cristal, mantillas –raso negro, liso y floreado–“, detallaba un aviso del Diario de Costa Rica (26-01-1886).
¿Qué más se muestra? las importaciones relacionadas con temas religiosos no eran negocio nada despreciable debido a la importancia del catolicismo en la sociedad de aquel momento.

Comidas y solemnidades
A finales del siglo XIX, la insistencia en las comidas con frutos del mar avisaban que se aproximaba la Semana Mayor.
En El Heraldo (22-02-1891), La Fuente publicó: “Abierta la Cuaresma el día de ayer, los fieles encontrarán muy fresco bacalao, sardinas de varias clases, ostiones, salmón y un gran surtido de especies de este género, de consumo general en esta época”.
El cambio en la dieta de los costarricenses durante los días santos es una práctica que viene desde la Colonia y se conserva intacta en la era republicana. Es parte, además, de un conjunto de variadas solemnidades deseables que se le solicitaban a los católicos.
Por ejemplo, los diarios dejaran de circular desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Pascua. Era un acto de respeto y constricción, según lo esboza el Diario de Costa Rica (18-04-1886), en un comunicado. “Durante la Semana Santa no se publicará el Diario de Costa Rica. Seguimos en esto, la costumbre de un pueblo esencialmente católico”.
Por supuesto, la prensa no era la única que paraba en esa semana. Se suspendían los servicios regulares del ferrocarril y muchos negocios comunicaban el cierre temporal de sus actividades, por motivo de las celebraciones religiosas.
El editor del Diario de Costa Rica (27-04-1886) resumía muy bien el espíritu que se deseaba de aquella sociedad costarricense: “No pertenecemos nosotros, ni podemos pertenecer al número de los que exageran en sus sentimientos y expresiones, antes, por el contrario, si algo deseamos en el orden moral es que la armonía fraternal exista a pesar de todas las divergencias; y que vínculos cada vez más fuertes de tolerancia, unan para siempre los elementos vitales de la sociedad”.
*El autor es coordinador del Programa de Estudios Generales de la UNED y profesor asociado de la Escuela de Estudios Generales de la UCR.