La prensa escrita de la época publicó casos de individuos inescrupulosos que, haciendo uso de múltiples ardides, pretendían beneficiarse de actividades comerciales destacadas en el Valle Central.
Había desde estafas con la lotería, etiquetas de cervezas locales robadas, adulteración de firmas en cheques bancarios hasta falsificación de billetes.
El juego de la lotería
Creado por decreto ejecutivo en 1885 como mecanismo de financiamiento para la construcción de un edificio dirigido a recibir y tratar enfermos mentales, la lotería no tardó en ser objeto de timos. Uno de ellos consistía en la venta de billetes cuyo sorteo ya se había caducado.
El diario El Comercio (11/01/1887) realizaba una crónica que refleja muy bien esta situación: “Estafa. - A la una de la tarde del domingo, según se nos denuncia por persona autorizada, andaba un individuo apellidado Solano, vendiendo en la plaza del mercado billetes de la lotería pasada y estafando de ese modo a los incautos. Se nos dice que de ello se dio parte a un sargento de policía. Es muy natural que este haya tomado las medidas del caso para hacer conducir ante su jefe el referido estafador”.
Otro tipo fue la modificación de billetes para hacerlos pasar como si fueran los premiados. Denuncias presentadas ante la justicia evidencian su uso para desfalcar los fondos de la Junta de Caridad, encargada de administrar el juego de la lotería. Una declaración del tesorero de esta Junta, Carlos Echeverría y Alvarado, ante el Juzgado del Crimen de San José, constituye un buen ejemplo de ese tipo de engaños: “… noté en el acto que el número estaba alterado consistiendo esta alteración en que de un billete de igual número de los emitidos en junio del año próximo pasado los había cortado y pegado a un billete del sorteo del trece del corriente”.
En este caso, la destreza del tesorero, producto de la manipulación cotidiana de billetes de lotería, suministró los insumos necesarios para detectar y denunciar el intento de engaño.
Producción de cervezas
En esta época se experimentó en el Valle Central una expansión considerable de producción local de cervezas y, por supuesto, este negocio tampoco estuvo exento del manejo fraudulento.
Un alarmante anuncio suscrito por el industrial cervecero Guillermo Jegel, publicado en La Gaceta el 28 de febrero de 1885, muestra el alcance que la producción ilegal tenía en la década de 1880. “AL PÚBLICO. Para evitar confusiones. La cerveza que en esta ciudad se fabrica con el nombre de Cerveza negra y blanca de Cartago, no es la que está acreditada de la fábrica del infrascrito; e ignorándose quién sea el fabricante de ella, con el propósito de evitar desprestigio, manifiesto: que la cerveza fabricada por mí llevará esta marca, Cervecería del León, Cartago”.
Otra muestra de producción clandestina de cerveza la registra el periódico La República, en 1887. Decía así: “CUIDADO. Nos vemos en la imprescindible necesidad de avisar al público que al indagar cómo habrán podido desaparecer de nuestra fábrica en Cartago dos mil de nuestras etiquetas, hemos descubierto lo siguiente: 1º.- Que éstas fueron robadas por un individuo quien se encuentra ya en manos de la justicia, y que este ente, según nos dicen personas que deben estar bien informadas, cometió el robo instigado y pagado al efecto por una casa interesada, 2º.- Que esa casa proyecta el acto incalificable de hacer uso de nuestras etiquetas, poniéndoselas a una cerveza espuria compuesta con drogas y sustancias nocivas, con el fin de desacreditar nuestra cerveza Irazú. Para evitar, pues, la realización de fines tan poco decentes, rogamos a nuestros clientes que no compren cerveza Irazú más que de nuestra fábrica aquí o de nuestra agencia en San José”.
Billetes y firmas falsas
Bajo el título Billetes falsificados, el medio josefino El Heraldo denunciaba, el 14 de abril de 1897, el decomiso 100.000 pesos en papel moneda adulterado. Si bien es cierto, la rápida intervención policial permitió que se incautara la mayor parte del lote de billetes falsificados era preocupante “que alguna cantidad no pequeña ha quedado en manos particulares”.
La zozobra entre clientes y dueños de negocios por un asunto de esta naturaleza no era algo que podía pasar inadvertido, por lo cual los editores de prensa llamaban la atención sobre la urgencia de estar vigilantes al recibir un billete de 100 pesos.
Otro caso de interés ventilado por los periódicos de fines del siglo XIX fue el cambio de un cheque con firma falsificada de la casa comercial Robert Hermanos, acto que fue calificado como “estafa grave”. Un joven extranjero, empleado de esa comercial y “que pertenece a una familia honorable y rica de Barcelona”, logró cambiar un cheque en un banco capitalino, por 3.000 pesos, para luego tomar el ferrocarril a Limón.
Según el cronista, la pericia del empleado bancario, sumado al significativo monto del cheque, generó sospechas, a partir de las cuales se logró determinar que la firma era falsa. Avisado el Gobernador de la Comarca de Limón, región que en ese momento no poseía el rango de provincia, apresó al estafador cuando llegó al Caribe con el dinero del cheque en sus bolsillos y unos 80 pesos adicionales; lo mandaron de regreso a la capital para que respondiese ante la justicia.
Situaciones como las descritas revelan que, junto al ascenso de un conjunto de nuevas actividades lucrativas en el plano comercial, hubo un aumento de ciertos actos delictivos.
*El autor es coordinador del Programa de Estudios Generales en la UNED y profesor asociado de la Escuela de Estudios Generales en la UCR.