
Por varios días después de visitar la exposición de Daniel Gómez Sancho, seguía pensando en una tensión curiosa que surge de sus obras: cierta ingenuidad, con una inquietante sombra detrás. Así se puede apreciar en su primera exposición individual, Ecos de un jardín, en el espacio de Klaus Steinmetz en Sabana Norte (San José).
El Aleph es una hermosa casa diseñada por Rafael Ángel Felo García. Iluminada por todo costado, casi laberíntica, como si nos acercásemos por el jardín a las curiosas obras de Gómez Sancho, bajando y subiendo gradas, en nichos, en recovecos silenciosos.
Al inicio, Daniel no pensaba seguir la carrera artística de su papá, el artista Álvaro Gómez. Optó por la animación digital en la Universidad Veritas, donde se inclinó por el modelado digital de personajes y, por ende, el estudio de la figura humana. Se nota en las piezas aquí exhibidas, múltiples figuras infantiles con minucioso detalle, pero casi todas pintadas de negro total.

Hay una razón para la aparente severidad de los personajes. Terminando la carrera de animación, falleció el hermano de Daniel. “A partir de ahí, empiezo a interesarme más en el arte como una búsqueda, la exploración de esa emoción del duelo, de cómo transferir todas esas emociones hacia algo”, explica el artista, de 26 años.
Tras la prueba inicial de modelado en distintos materiales, Gómez se inclinó por esta utilización de la impresión en 3D en resina, que podemos apreciar en su engaosa simplicidad en esta figuras. Engañosa porque son piezas de armado complejo, compuestas por múltiples partes pero cuyas uniones son apenas perceptibles; una sola figura puede tener decenas de articulaciones, donde se suma el desafío de la precisión, la coherencia y la fusión sin evidencias, en una obra que, claramente, debe ser aún así, expresiva y sugerente.

En este jardín, las obras parecen surgidas de cuentos infantiles, teñidos de naturaleza, como si las plantas y las flores quisieran crecer y cubrir la textura artificial. Según Gómez, es aquí donde surge esa tensión entre los recuerdos del pasado y el deseo del futuro; entre una cierta alegría infantil, transida de dolor, y las señas que apuntan a un reverdecer.
Gómez aborda la creación de estas esculturas como una animación digital. “Cada una de las obras es como de cierta manera está animada y lo que produzco son imágenes, como fotografías tridimensionales de estas historias que imagino”, explica. “Juntan presente, pasado y futuro de una forma no lineal”.
La impresión en 3D no es perfecta. Requiere minucioso retoque y relleno, pintado y pulido. Cada impresión dura entre 12 y 24 horas, y las obras más grandes tienen doce o más partes. El delicado pulido oculta las uniones. Otras capas de pintura agregan otros colores. Al final, cada obra puede durar hasta tres meses.
El resultado es una inquietante fusión entre lo industrial y lo emocional, la expresividad casi ingenua de niños hechos del material más artificial imaginable; la contradicción resultante despierta preguntas sobre el tacto, sobre la cercanía posible con estas superficies en apariencia gélidas.
¿Atrapan la expresividad emocional o reflejan la nuestra? ¿Nos atraen hacia ese núcleo afectivo o chocan con la mirada, curiosa por saber más de la psicología de estos ojos negrísimos? En esa duda surge la potencia del jardín de Gómez, con sus flores hechas, pulidas.

En Ecos de un jardín, encontramos la primera obra en bronce de Daniel Gómez. El artista nos cuenta que ahora desea explorar más la fundición y abarcar distintos materiales. Asimismo, indagará en obras con movimiento.
Por ahora, su muestra se puede visitar en Sabana Norte, en El Aleph. Inquietan. Perturban. Tienen mucho que decir, pero no sabemos si saldrán las palabras.
Puede seguir la información sobre El Aleph y escribirles para reservar una cita por medio de Instagram.


