Vahid, un modesto mecánico, cree haber dejado atrás su pasado hasta que el sonido de una pierna ortopédica lo empuja a reconocer a la figura más temida de su memoria: Eghbal, el carcelero que lo marcó con torturas sistemáticas. ¿Es realmente él o es una figura deformada por el trauma?
Atrapado en su propia duda, Vahid visita a un antiguo compañero de prisión que rehúye cualquier contacto con el pasado. Su única pista lo lleva entonces a Shiva, una fotógrafa que también estuvo encarcelada, y a Goli, una sobreviviente que está a punto de casarse. Ninguna consigue identificar al carcelero con certeza. La sombra de la duda abre entonces una serie de dilemas morales: ¿Y si es la persona equivocada? Y si de verdad es él, ¿qué harán?
El cineasta iraní Jafar Panahi parte de esta premisa detectivesca en su más reciente largometraje, titulado Fue solo un accidente, y se interna en un territorio profundo y oscuro: el laberinto emocional de quienes intentan reconstruirse tras sobrevivir al aparato represivo del Estado.
La prisión interior
En países como Irán, donde la violencia estatal se diluye a menudo tras explicaciones burocráticas, el “accidente” citado en el título del filme sugiere la forma en que el poder intenta minimizar el daño, negar responsabilidades y convertir los traumas en simples desajustes administrativos. Acá, la palabra “accidente” muestra su filo irónico y evidencia la crudeza del sistema.
Panahi lleva años indagando en las relaciones entre autoridad, persecución y encierro. Tras ser condenado en 2010 a seis años de prisión y veinte sin poder salir del país, ha convertido la reclusión en un recurso narrativo y la autobiografía en un gesto político.
En Fue solo un accidente, Vahid se presenta como un espejo del propio Panahi: libre en apariencia, pero sometido a una vigilancia que se extiende más allá de cualquier muro. La autorreferencia no es en este caso un capricho o un gesto vanidoso: es la materia emocional que hace posible la película. La confirmación de que el cineasta sigue desafiando al régimen iraní llegó recientemente, el 1.º de diciembre, cuando fue sentenciado a un año de prisión por “propaganda contra el sistema”.
El control, la censura y el castigo ejemplarizante han impregnado tanto la vida del director como el destino de sus personajes. En su filmografía, la prisión y el arresto domiciliario no se reducen a un espacio físico: son un estado mental y una forma de habitar el mundo.
Lo íntimo y lo colectivo
Tras su estreno en Cannes, donde obtuvo la Palma de Oro, la película dirigida por Panahi ha sido recibida como una de las obras más incisivas de su filmografía reciente. Críticos de distintas latitudes han subrayado cómo el director mezcla el humor absurdo con la tensión moral para convertir un encuentro fortuito en una reflexión sobre el miedo, la identidad y las cicatrices que deja la violencia estatal.
Panahi logra convertir un conflicto íntimo en una pregunta colectiva: no sólo importa quién es Eghbal, sino también quiénes somos después de la tortura, quién define esa identidad fracturada y qué responsabilidades éticas nos quedan tras sobrevivir al martirio.
En lugar de acudir al gesto frontal que caracteriza buena parte del cine de denuncia, el cineasta ilumina la zona más frágil del trauma y subraya el desafío ético de no replicar la violencia y de mantenerse lejos de cualquier forma de justicia vengativa. Esa tensión permanente entre ética y poder podría explicar la fuerza particular de la película.

El verdadero enemigo
Fue solo un accidente adquiere un alcance universal que resuena con fuerza particular en América Latina, donde la violencia estatal y las fallas institucionales continúan afectando la vida cotidiana. En nuestra región, obras como la de Panahi activan una memoria colectiva que ha sido imprescindible para enfrentar dictaduras, denunciar desapariciones y exigir justicia.
No es casual que el argumento del filme recuerde a La muerte y la doncella: la pieza teatral del argentino Ariel Dorfman donde una mujer reconoce la voz de su torturador y se interna en el abismo entre venganza y justicia. En este relato, como en el de Panahi, el verdugo y la víctima quedan atrapados en un mecanismo perverso, como piezas mutiladas de un juego que los supera.
Fue solo un accidente sugiere que el verdadero enemigo no es el torturador, sino el impulso de replicar su lógica. Allí radica su advertencia: en lugar de multiplicarse, la violencia debe interrumpirse. El filme recuerda también que el arte es capaz de exponer aquello que el Estado oculta, que la frontera entre justicia y venganza es siempre inestable y que sólo una memoria colectiva fuerte y lúcida puede impedir que reaparezcan los círculos del odio.
Ficha técnica del filme
Título en castellano: Fue solo un accidente
Año: 2025
Duración: 104 minutos
País: Irán, Francia y Luxemburgo
Dirección y guion: Jafar Panahi
Producción: Jafar Panahi y Philippe Martin
Fotografía: Amin Jafari
Montaje: Amir Etminan
Sonido: Abdolreza Heydari y Valérie Deloof
Reparto: Vahid Mobasseri, Mariam Afshari, Ebrahim Azizi y Hadis Pakbaten
Cine y violencia de Estado
Desde los grandes relatos históricos hasta las memorias íntimas, el cine ha sido una herramienta decisiva para examinar la violencia de Estado: sus mecanismos, sus justificaciones y las huellas que deja en la vida de las personas. Esta selección reúne diez largometrajes que, desde la ficción y el documental, cartografían cómo el poder estatal puede convertirse en fuerza devastadora y cómo las sociedades intentan comprender, resistir o recordar sus heridas.
1. La batalla de Argel (Gillo Pontecorvo, 1966) — Italia / Argelia
Recrea la lucha independentista argelina y la represión del ejército francés, mostrando interrogatorios, contrainsurgencia y el modo en que el Estado amplifica la violencia en nombre del orden.
2. Z (Costa-Gavras, 1969) — Grecia
Un juez descubre una conspiración militar y policial tras el asesinato de un diputado. Thriller político que desnuda la maquinaria represiva de las dictaduras mediterráneas.
3. A Dry White Season (Euzhan Palcy, 1989) — Sudáfrica
Durante el apartheid, un hombre blanco descubre la brutalidad policial y atraviesa una transformación moral que revela cómo el Estado legitimó décadas de segregación.
4. The Blue Kite (Tian Zhuangzhuang, 1993) — China
La historia de una familia en la China maoísta muestra cómo las campañas políticas penetran la vida cotidiana hasta fracturarla.
5. La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) — Alemania
Un oficial de la Stasi espía a una pareja de artistas, en un retrato inquietante de la vigilancia burocrática y el poder corrosivo del Estado.
6. No (Pablo Larraín, 2012) — Chile
Durante el plebiscito que decidirá la continuidad de Pinochet, un publicista lidera la campaña por el “No”, revelando la disputa por la comunicación como arma democrática frente a un régimen autoritario.
7. The Act of Killing (Joshua Oppenheimer, 2012) — Indonesia
Perpetradores de las masacres de 1965 recrean sus crímenes, en un documental radical sobre la memoria cuando el Estado jamás fue juzgado.
8. El silencio de otros (Almudena Carracedo y Robert Bahar, 2018) — España
Víctimas del franquismo buscan justicia internacional ante la impunidad institucional, mostrando cómo los Estados pueden perpetuar el olvido.
9. Argentina, 1985 (Santiago Mitre, 2022) — Argentina
Dramatiza el Juicio a las Juntas y muestra cómo la justicia democrática enfrenta su propio pasado criminal como acto de memoria y reparación.
10. Lo que olvidamos (Zenén Vargas, 2024) — Costa Rica
Un acercamiento al trauma heredado y a la fragilidad de las instituciones democráticas a partir de la historia de Viviana Gallardo: una adolescente involucrada en una organización política radical a principios de los años 80.