¡Inmenso, inmenso, inmenso compositor, Berlioz! El más original y audaz creador francés del siglo XIX. Quienes solo conocen su Sinfonía Fantástica pues no lo conocen. La Condenación de Fausto, las óperas Benvenuto Cellini, Los Troyanos, Beatriz y Benedicto, su Réquiem y –más bello aún– su Te Deum, su ciclo de canciones Las noches de verano, la sinfonía programática Haroldo en Italia, la sinfonía dramática Romeo y Julieta…
Colin Davis grabó la totalidad de su obra: cualquier melómano que quiera explorar el mundo complejo –y no siempre seductor “a primera vista”– de este monstruo sagrado, haría bien en adquirir esta versión de su opera omnia.
Delirio de amor
La Sinfonía Fantástica es un sismo de magnitud 9.5 en la historia de la música. Una “obra rupturista”. Compuesta en 1829, apenas dos años después de la muerte de Beethoven, uno después de la de Schubert, y anterior a las sinfonías de Mendelssohn y Schumann, su lenguaje es tan audaz, tan inusitado, que por momentos nos hace el efecto de música del siglo XX.
Un cuerpo celeste que impactó la Tierra; ¿salido de dónde, se pregunta uno? Escuchen el movimiento final: esas disonancias insólitas, los nuevos colores orquestales que Berlioz propone, el ritmo orgiástico, el timor et tremor del infierno en la Ronda de Sabbath… ¿Podemos pensar en algo que siquiera se le aproxime en todo el repertorio sinfónico anterior?
Realmente, Berlioz da la impresión de reinventar la música con esta obra: nos propone un mundo inédito, tierras nunca exploradas. A su manera, un cataclismo tan significativo como el que produjera La consagración de la primavera en 1913. Repito, amigos: el año es 1829: ¡apenas salíamos del clasicismo vienés, el romanticismo era tan solo un balbuceo, y Liszt, Chopin, Schumann y Wagner estaban lejos de componer sus obras emblemáticas!
Comienza la historia
Berlioz subtitula su fresco sinfónico (especie de gigantesco mural a la Delacroix) como “Episodios de la vida de un artista, en cinco partes”. Es música descriptiva, música programática. Música que nos “cuenta una historia”. Una concepción narrativa de la sinfonía, llena de imágenes visuales: música-pintura, música-novela, música-cine.
Es la obra de un hombre enamorado. Locamente –habría que añadir–, pero es que en la vida de Berlioz todo sucedió locamente. Como sabemos, y les hemos contado, en 1827 asistió a una representación de Hamlet y quedó prendado de Harriet Smithson, intérprete de Ofelia. Entonces, decidió seducirla creando la más importante sinfonía francesa del siglo XIX.
¡El sentir de un siglo entero encapsulado en la introducción del primer movimiento: Ensueños y pasiones! El anhelo de lo intangible. Vaga melancolía. El castellano nos propondría “añoranza”. Llamemos a otras lenguas en nuestro auxilio. Sensucht en alemán, yearning en inglés, saudades en portugués, finalmente lo que los franceses llamarían mal du siècle (“mal del siglo”). Languidez, sobresaltos. Aparición del tema de la amada: la famosa idée fixe (idea fija) que, 24 años antes de Wagner, funciona como un leitmotiv (motivo guía) destinado a identificar a la heroína y que será sometido a todo tipo de transformaciones.
A manera de antecedente, solo Carl Maria von Weber, en El cazador furtivo (el motivo asociado a Sammael, cazador diabólico) hizo uso de esta técnica con tal explicitud y eficacia.
De lo mundano a la soledad absoluta
En el segundo movimiento asistimos a una escena de baile. La obsesionante melodía de la amada aparece por aquí, por allá, dentro de un vals exquisitamente mundano. El tema data de la adolescencia del compositor: lo había escrito para cortejar a una mujer seis años mayor que él llamada Estela. Lo reintrodujo en su sinfonía ad literam.
Los arpegios del arpa crean una atmósfera irreal, onírica: la paleta orquestal de Berlioz propone efectos y colores que en su momento eran impensables. En una crítica de antología, el siempre generoso Schumann dice: “Cuando uno ve la música de Berlioz en el papel, siente que no debería funcionar. ¿Tubas con violines? Pero al escucharla, descubrimos que todo armoniza maravillosamente”.
En el tercer movimiento, Escena en el campo, dos pastores dialogan desde la lejanía con sus flautas. El rumor del viento en los árboles. Truenos distantes. El diálogo se convierte en monólogo: uno de los pastores no responde ya a los fragmentos melódicos del otro. Soledad infinita. Vacío. La música se desmaterializa y pierde su eterno combate contra el silencio.
Una temporada en el infierno
La Marcha al suplicio funge como cuarto movimiento. Ora sombría y amenazante, ora triunfal cortejo de trompetas, esta sección ilustra el momento en que el héroe, no correspondido por su amada, se envenena con opio. La dosis no logra matarlo, pero lo sume en el delirio. Cree haber asesinado a su musa y asiste a su propia ejecución. Aparición, en el clarinete, de la idea fija, redoble de tambores, y la caída de la guillotina.
El Sueño de una noche de Sabbat nos transporta al mundo de El aquelarre y Los caprichos de Goya. Gemidos, obscenas carcajadas, un torbellino de demonios se arremolina y gesticula en torno al héroe. Música profana, deliberadamente vulgar. Berlioz incorpora la secuencia medieval del Dies irae ("Días de ira”) de la misa de difuntos. Marcha fúnebre puntuada por el tañer de campanas. La tuba doblada por los fagots, luego el trombón por el corno –las insólitas combinaciones que deslumbraban a Schumann– entonan la melodía: lenta, aterradora procesión que, por sus colores orquestales, catapulta la música cien años hacia el porvenir.
Reaparece el tema de la amada en el clarinete: se ha transformado en una soez, burlesca parodia de sí mismo, lleno de trinos grotescos, de muecas, de risotadas: la musa deviene bacante, súcubo, Gorgona. Torbellino de visiones, cada una más infernal que la anterior. Lo que Goethe hubiera llamado una Walpurgisnacht. Ríspidos chillidos, los violines tocando col legno (con la madera) evocan el entrechocar de los esqueletos.
A buen seguro, la danza macabra más macabra de la historia de la música. A su lado, la pieza homónima de Saint-Saëns pasa por un valsecito de palacio.
Fragoroso final en el que comparecen varios de los temas antes escuchados, delirio de la percusión y los metales… Quien no reaccione ante semejante música debería revisar sus signos vitales: podría ser que hubiese muerto y no se haya percatado aun de ello. Todo Liszt, Wagner, Strauss y Mahler proceden de esta música.
La Sinfonía Fantástica es una buena vía de acceso al universo de Berlioz, pero no debemos limitarnos a ella. Todas las obras que mencioné merecen nuestra audición atenta y amorosa. Amigos: los invito a entrar a su casa, con actitud de castidad intelectual. Poco antes de morir, Berlioz vaticinó que su obra no sería apreciada hasta 1940. No se priven de este hontanar de música insólita, inusitada, violentamente bella.