
En la memoria colectiva de los costarricenses, el antiguo Sanatorio Durán ya perdió casi por completo su imagen como un centro médico histórico, para pasar a ser referenciado como el centro paranormal del país por antonomasia.
Las historias de sustos, fotos de supuestos entidades del más allá y hasta videos (convenientemente, siempre con calidad de Nokia viejito) sobran. Pero, ¿quién con más propiedad para hablar de esto que alguien que trabajó allí por años y hasta durmió solo en el último piso del recinto?
Ramón Vargas, exfuncionario del sistema penitenciario, trabajó en el centro ubicado en Tierra Blanca de Cartago, cuando, tras el cierre del sanatorio para enfermos de tuberculosis, el recinto pasó a ser una suerte de reformatorio de menores de edad.
Allí fue asignado como orientador, proveniente de la temida Penitencia Central, a mediados de los años 70.
Ramón entró a trabajar en horario nocturno y aunque ya para entonces corrían los cuentos de espíritus de monjas, nada sobrenatural turbó su sueño, el cual conciliaba entre cobijas de tuberculosos en el último piso del inmueble que, todavía, algunos juran es un epicentro de actividad paranormal.

Vargas rechaza cualquier evento paranormal y asegura que se trata de falsedades. Sin embargo, lo que vivió en el plano real durante sus años en esa cárcel, disfrazada de hospicio de huérfanos, todavía lo inquieta.
“Fue una experiencia muy traumática; son experiencias muy traumáticas. Yo a veces me sueño que voy a trabajar por allá y me despierto todo asustado, porque una cárcel para un chiquito, yo pienso que no debería existir
”Usted sabe, unos chiquitos que parecen una marimba, de 7 u 8 años, que se quedan sin el papá, sin el único sustento y en una cárcel...”, reveló con sinceridad.
Según detalla, en esas noches heladas que entumecían hasta a los más abrigados, él les proyectaba películas, daba charlas y les leía libros. Algunos de los menores aprendieron a escribir, aunque no existiera escuela en ese lugar.

Ese reformatorio fue para Vargas un ingrato sinsentido, escondido de la sociedad y abandonado por las autoridades. El estado de esos niños le hacía parecer absurdo el pedido del director del centro, quien le solicitó que les hablara sobre Dios.
“Le digo: ‘Pero cómo le voy a hablar yo a alguien de Dios, si para ellos Dios es una negación. Vea cómo están, ¿usted no los ha visto? Es que usted no sale de la oficina con la piel reventada del frío’. Y así era. Ahí en Tierra Blanca, ¿que llegara algún ministro? ¡Nunca!”, revivió.
El exfuncionario todavía tiene grabada vivamente la dolorosa escena que atestiguó cuando tres niños se dieron a la fuga a altas horas de la noche.
En ese momento, después de algunas averiguaciones y de atar cabos, determinó que el único rumbo posible de aquellos chiquitos era el camino hacia el Irazú, donde efectivamente los hallaron.
“Nosotros estábamos bien abrigados, pero el frío que hace ahí arriba... estaban ya casi a punto de la hipotermia. Los envolvimos en unas cobijas que llevábamos, los trajimos y bueno, en vez de buscar otra solución lo que hicieron fue reforzar la vigilancia. ¡La vigilancia de un chiquito de 8 o 9 años!“, rememoró con tristeza.
“No, no. Es que viera lo terrible que es trabajar en esas partes”, sentenció.
El traumático periodo de Vargas en el centro de menores concluyó a finales de los 70, cuando fue trasladado como director de la cárcel de la Isla San Lucas.
