Con chaqueta de cuero, jeans y botas de motociclista; así pidió que lo enterraran junto a su novia. Nada de esto se le cumplió.
Hay dos versiones sobre el destino de sus restos. Los románticos aseguran que su madre, Anne McDonald, saltó la verja del cementerio King David –en Pennsylvania– y lanzó las cenizas sobre la tumba de Nancy “la nauseabunda” Spungen, su amor fatal.
El irreverente Malcom McLaren –psicopompo de Sex Pistols– contó que Anne llegó borracha al Aeropuerto Heathrow, en Londres, y rompió la urna con las cenizas de su hijo, que fueron tragadas por el aire acondicionado de la terminal aérea.
Tal vez merecía más, pero el bajista de esa banda punk rock londinense siempre vivió con la idea de “morir a los 25 años y, cuando fallezca, habré vivido como quería hacerlo”. Lo logró a los 21 años, el 2 de febrero de 1979.
Ese día John Simon Ritchie, después John Beverly y finalmente Sid Vicious recibió de su madre una dosis de heroína que lo elevó de mortal a leyenda musical.
Madre e hijo tenían una relación “sui generis”. Apenas era un niño y ella lo llevaba, por las calles de Ibiza, a vender estupefacientes. A los 15 montaron una venta de LSD y a los 17 enseñó a Sid a “volar” con anfetaminas.
Tampoco lo maleducó, sacó el rato para instruirlo en las diversas formas de asaltar jubilados y hallar dinero para drogarse. El joven parecía el émulo de Alex, el enajenado personaje de la novela La Naranja Mecánica .
La augusta Inglaterra de los años 70, del siglo XX, era una sociedad distópica; desmoralizada, con índices de paro estratosféricos; huelgas perennes y un sistema social agujereado.
De esas miasmas surgieron grupos musicales de punk rock que, como los Sex Pistols, canalizaron los sentimientos de una juventud desmadrada.
Un punk era, según algunos, un descastado y marcado con el estereotipo de persona autodestructiva; neurótica; escoria y basura humana.
Bajo el alero de esa corriente cultural la psique de Sid parecía una noche de fuegos artificiales, y tuvo un efecto devastador en su conducta.
Para sostener la imagen de estrella provocadora contó con la invaluable ayuda de su querida Nancy, especie de súcubo con tendencias esquizofrénicas y paranoicas.
Toro salvaje
Un integrante de la guardia de Buckingham Palace, John Ritchie, aficionado al trombón y asiduo a los clubes de jazz intercambió genes con Anne McDonald y eso produjo al futuro Sid Vicious, que abrió sus mortales ojos el 10 de mayo de 1957 en Londres.
La relación no prosperó; madre e hijo terminaron en las calles haciendo de tripas chorizo para sobrevivir, hasta que ella capturó un nuevo marido –Christopher Beverly– que murió al cabo de seis meses.
De nuevo en la cuneta el pequeño Sid medio estudió en la secundaria y pasó de un barrio a otro, alternando las aulas con la venta de drogas en los conciertos.
Con 18 años Vicious era un saco de traumas: comenzó a cortarse la piel; asaltó a jubilados y padecía el trastorno límite de personalidad. Tenía una fascinación enfermiza por los personajes que alcanzaban rápido la fama y morían en la flor de la vida, para dejar una estela de leyenda y misticismo.
Loco por la música callejera ingresó a la recién formada banda de los Sex Pistols –integrada por Johnny Rotten, Steve Jones y Paul Cook– para sustituir al bajista Glen Matlock; ellos le dieron el patadón inicial al punk , aunque no fueron sus fundadores.
Rotten le cambió el nombre. Una parte por Syd Barret exguitarrista de Pink Floyd y otra por su mascota, un hámster llamado Sid. Un día el roedor mordió al bajista y este dijo: “Sid is really vicious”, que puede traducirse a todas las maneras vulgares que permite el castellano.
Con 20 años debutó y protagonizó una seguidilla de escándalos que le cerraron los escenarios, bares y casas discográficas, debido a la actitud violenta del grupo y a las irreverentes letras de sus canciones.
Como artista Sid era un desastre; no sabía tocar la guitarra y mucho menos cantar, pero encarnó el alma del grupo y desplegó sus peores instintos. Basta verlo en Something Else ; My way ; Hey, hey, my, my o en God Save of the Queen para comprender que Sid era un extraterrestre.
Esta última pieza es considerada la joya de la corona de la banda; fue prohibida en todas las emisoras inglesas, los trabajadores discográficos se negaron a reproducirla; la portada del disco era insultante; Su Graciosa Majestad Isabel II quedó en cueros y Sid repartió pescozones, escupitajos, palabrotas y groserías contra todos los que se opusieron a la canción.
De un día para otro Vicious pasó a ser una superestrella musical y enloqueció; más aún cuando se enamoró de la groupie Spungen, una joven drogadicta, prostituta y con todos los cables cruzados.
Tras una gira por Estados Unidos, en 1978, los Sex Pistols se dividieron y atribuyeron a Spungen la ruptura. La pareja inició una ordalía de licor y heroína que acabó una noche en el hotel Chelsea, de Nueva York.
Sin saber cómo, ni por qué, Sid se despertó una madrugada y encontró en el baño a Spungen, con la barriga abierta como una sandía. Lo acusaron de asesinato pero quedó libre.
Parece que tenían un pacto suicida. Como Nancy, de 20 años, se adelantó, él decidió alcanzarla en el averno y se pegó una sobredosis de heroína, como para matar a una ballena. ¡Los contratos se hacen para cumplirse!