Su vida fue una hoja que el viento arrastró de una cloaca a otra. Juerguero, marihuano y borracho. Juraba que nunca fue actor y tenía 100 películas para demostrarlo; durante años usó la misma gabardina Burberry y los mismos diálogos, solo cambiaba el título del filme y a la primera actriz.
Con menos estudios que el astro perruno Rin-Tin-Tin, reinó en el cine negro con su mirada de chulo soñoliento y perdonavidas barato, gracias al ojo gacho y a la nariz torcida que se ganó en una pelea boxística.
Fue el comisario J.P. Hara, en El Dorado , el detective Philip Marlowe, en Adiós, muñeca ; el psicópata Max Cady en Cabo del Miedo o el falso predicador Harry Powel, en La noche del cazador . Esta última la terminó a punta de puñetazos y discusiones con el director Charles Laughton, molesto porque el actor bebía y consumía drogas.
En su tiempo, los eunucos de la crítica lo tildaron de inexpresivo, lacónico y de tener solo dos registros interpretativos: con caballo o sin caballo. Robert Charles Durman Mitchum nunca discutió con ellos; como decía: “Mi diferencia con otros actores es que han estado menos tiempo que yo en la cárcel”.
Tampoco mintió con eso porque a los 14 años huyó de su natal Bridgeport, Connecticut, y se encaramó a un tren de mercancías. Viajó por todo Estados Unidos saltando de vagón en vagón.
La policía lo atrapó en Savannah, Georgia, y acabó con sus huesos en la prisión; lo acusaron de vagabundería y pasó varias semanas encadenado con varios reos, pero logró escapar y regresó con su madre, Ann Gunderson.
Mientras Robert rumiaba sus próximas aventuras conoció y se enamoró de Dorothy Spence; a los 23 años se casaron y vivieron juntos 67 años.
Incapaz de resistir el llamado de la calle subió a otro ferrocarril; llevó la vida de un joven rebelde, inestable y sin destino.
Hizo lo que pudo para medio comer: minero, sepulturero, lavaplatos, peón, gigoló en un bar de mal vivientes; limpió de cuatro patas las cubiertas de barcos, fue asistente de un astrólogo y se metió a boxeador. Peleó en 27 combates y abandonó el cuadrilátero, porque una paliza lo dejó con aquel aire adormilado y perdido.
Ante los ruegos de su hermana Julie se estableció en California, ahí consiguió un empleo fijo de acomodador en un cine y más tarde en un teatro para aficionados. De día laboró en una fábrica de aviones y renunció porque la tensión casi lo dejó ciego.
Ya fuera por casualidad, necesidad o por buscar mujeres se metió al cine y se convirtió en actor. Nunca tuvo vocación para ello y, según Robert, siempre siguió el método de Rin-Tin-Tin: “El nunca se preocupa de la motivación, de los conceptos y de toda esa basura”.
Estrella solitaria
Descendía de una familia de irlandeses; pasó una infancia dura y una juventud difícil por su carácter de gamberro. Lo parieron en Connecticut, el 6 de agosto de 1917, y cuando tenía dos años su padre –James Thomas– murió molido por un tren en Charleston, Carolina del Sur.
La madre, Ann, se casó con el teniente Hugh Cunningham Morris y criaron a Julie, John y Carole. Cuando los niños crecieron ella trabajó como linotipista.
Desde pequeño Robert fue un bromista y un camorrero; para alejarlo de las peleas y travesuras Ann lo mandó a vivir con sus abuelos, en Delaware. Apenas duró unos meses en la escuela; lo expulsaron por usar como letrina el sombrero del director. Pese a ello era un muchacho inquieto, inteligente y un lector voraz.
Los días de la Gran Depresión los pasó vagabundeando por diferentes estados, como miles de desempleados. Así gastó su juventud, hasta que a los 25 años un cazatalentos lo convenció de probar suerte en un teatro de Long Beach, California.
Su físico descomunal, las maneras rudas, la voz profunda y la cara de malhumorado le hicieron un hueco en papeles de figurante, donde hablaba con los puños o con las armas.
Paró en seco a los mercachifles de Hollywood, quienes pretendieron cambiarle el apellido Mitchum por uno más “artístico”; se negó porque era un homenaje al padre que nunca conoció.
En 1943 actuó por primera vez en Hopalong Cassidy , una serie de películas de vaqueros. Cobró $100 por semana y por Guerra y recuerdos , de 1988, le pagaron un millón de dólares.
De 1946 a 1957 encarnó a rufianes, soldados, detectives privados, vagabundos y antihéroes con elevadas dosis de cinismo, el mismo que lucía en su vida privada.
La policía lo detuvo en 1948 –con su amiga Lila Leeds– por posesión de drogas y pasó dos meses encerrado. La revista Life lo fotografió con traje de reo y barriendo el piso del penal.
Gracias al magnate Howard Hughes volvió a los escenarios. El público lo adoraba por su falta de glamour , y no paró de trabajar, fumar yerba, beber y mujerear hasta el día de su muerte, el 1° de julio de 1997, a los 79 años.
Nunca fue una estrella, porque no le gustó que se adueñaran de su aspecto frío y distante, o de de su cara seca, recia, angulosa, con un hoyuelo en el mentón. Al carecer de talento actoral se interpretó a sí mismo, memorizó sus líneas y se comportó como un animal cinematográfico.
Robert Mitchum jamás se tomó en serio, nunca se escuchó, despreció el ambiente hipócrita de Hollywood y reconoció que “Todo lo que se ha escrito de mí es verdad”.
Siempre fue un vagabundo. Murió como vivió: sin arrepentirse y sin remordimientos.