
Así, o más feo. Pudo haber ganado un Óscar, protagonizado Cleopatra y no habría muerto con dos dólares y 14 centavos en su cuenta bancaria. Tal vez, solo tal vez, fue mala suerte.
Una noche la contrataron para cantar en un hotel cinco estrellas; decidió matar la espera y bajó a la piscina a darse un chapuzón. Un empleado le advirtió que no lo hiciera; de soberbia mojó la punta de su pie en el agua y lo salpicó. De inmediato un equipo de limpieza vació la alberca y la desinfectó.
Su estrella apenas titiló en una larga noche. Inteligente hasta la brillantez, talentosa y muy, pero muy atractiva. El carisma lo apuntalaba con su bella voz, su plasticidad al bailar y una gracia artística asombrosa.
El gusto por el espectáculo lo heredó de su madre, Cyril Dandridge, una actriz frustrada. Su padre, Ruby Dandridge, un ebanista y a ratos ministro religioso, abandonó a Cyril con sus dos crías: Vivian y Dorothy.
La madre se las ingenió para ganar dinero en Cleveland, Ohio, donde Dorothy nació el 9 de noviembre de 1922.
Cuando las niñas pudieron sostenerse en pie comenzaron a cantar en los cultos bautistas; más tarde las metió en el mundo del espectáculo.
Debido a la agudización de la crisis de 1929 la familia se trasladó a Los Ángeles, en busca de mejores oportunidades laborales en la naciente industria cinematográfica.
Dorothy Dandridge tenía siete años y se colocó como figurante en peliculillas de mala muerte; era difícil conseguir un buen papel, pero con paciencia hasta el zacate se vuelve leche.
En los programas musicales radiofónicos a ella y a Vivian las conocían como The Dandridge Sisters.
La primera aparición en el cine, en 1935, fue en el cortometraje de la serie infantil Our Gang y dos años después en el clásico de la comedia americana Un día en las carreras , de los insufribles Hermanos Marx. Ahí compartió un número musical con Harpo Marx, rodeada de una tribu de cantantes, bailarines y figurantes de todas las edades y un solo color de piel.
Con 17 años filmó Four Shall Die , una película del llamado cine racial dirigido solo al público negro, que por entonces tenía prohibido asistir a las funciones para blancos.
Tampoco le iba mal. Dorothy se labró un lugar como artista de variedades y grabó una especie de videos musicales de la época, que los melómanos escuchaban en unos tocadiscos activados con monedas.
Obtuvo cierta notoriedad con Tarzán en peligro , de 1951, junto al actor Lex Barker aunque no aparecía en los créditos.
Su destino cambió cuando conoció a su mentor, tutor, amigo y según los chismosos algo más que eso: Otto Preminger, quien otorgó a los negros roles de relevancia acordes con su talento.
Una isla en el sol
La fama, el éxito, el dinero y los contratos llegaron con Carmen Jones , de 1954. Esta fue una versión moderna de Carmen , de Prósper Mérimée, que a su vez inspiró la ópera en cuatro actos de Georges Bizet, y que casi todo el mundo reconoce, por lo menos, los acordes de la obertura; o se anima a tararear La habanera , en la voz de María Callas.
Para no aburrir al lector con minucias la pieza fue adaptada a los años 50, del siglo XX, y ambientada en una base aérea norteamericana, con Harry Belafonte en el papel del celoso cabo don José.
La polvareda de polémicas que levantó Preminger, por filmar una película con negros en papeles estelares, fue el telón de fondo para que Dorothy brillara como un sol de medianoche.
Al fin bebía las aguas de la gloria, pero estas envenenan a los que sorben más de la cuenta. La nominaron al Óscar; solo una negra, Hattie McDaniel, la entrañable criada Mammie de Lo que el viento se llevó , lo había ganado, en 1940, pero en un rol secundario.
Compitió con luminarias blancas como Jane Wyman, Judy Garland, Audrey Hepburn y la nívea Grace Kelly.
El lector se ubicará bien en el contexto. El mundo vivía inmerso en la Guerra Fría y todas las personas eran sospechosas de cualquier cosa; la segregación racial y el Ku-Klux-Klan campeaban a sus anchas en Estados Unidos.
Para asistir a la ceremonia Dorothy tuvo que pedir permiso y un pase especial para sentarse en las butacas reservadas a los blancos. Ocurrió lo predecible: ¡Perdió! La futura princesa de Mónaco ganó.
Todo comenzó a ir cuesta abajo si bien filmó dos películas más: Una isla en el sol y Porgy & Bess , con otros dos negros fenomenales: Sydney Poitir y Sammy Davis Jr.
La puntilla de salida se la dio Joseph L. Mankiewicz que la echó del papel de Cleopatra y se lo asignó a Elizabeth Taylor, que junto al borrachín de Richard Burton, eran la pareja del momento y un cebo de primer orden en las taquillas.
Nunca más obtuvo un rol destacado. Cayeron los contratos, fracasó en sus dos matrimonios –uno con Harold Nicholas y otro con Jack Denison–; escogió pésimas interpretaciones; sus amistades la dejaron; rompió todo contacto con Vivian y se refugió en el alcohol y los barbitúricos.
La luz de Dorothy solo refulgió cuatro años. Se enganchó en el licor, naufragó en la depresión, cantó y bailó en clubes innombrables y al fin –a los 42 años– el 8 de setiembre de 1965 la encontraron muerta en el pobre cuarto donde vivía.
Unos dijeron que se suicidó con una sobredosis de calmantes, otros que murió a causa de una infección sanguínea, ¿Quién sabe? Pero tal vez, solo tal vez… ¿Si hubiera sido blanca?