Sombras y luces. Este es el estilo del director Robert Rodríguez, con la complicidad de su amigo Quentin Tarantino y del historietista Frank Miller, para llevar a la pantalla grande La ciudad del pecado (2005).
Esa es una ciudad llena de policías corruptos, de mafiosos groseros, de vigilantes al borde de cuadros depresivos, de mujeres bellas, de prostitutas en liderazgo. En esa ciudad, es cierto, se junta el pecado con la redención, aunque esta no les llega a todos. Ni a todas.
Héroes. Allí los héroes son iguales a los antihéroes. Los villanos abusan de los villanos. También hay espacios para el amor. Es un mundo digerido por la historieta, ese extraño mundo del cómic donde el relato literario se funde con el acercamiento gráfico.
La película La ciudad del pecado tiene sus fuentes en el cómic creado por Frank Miller ( Sin City , título original). Es una ciudad que vive entre la luz y la oscuridad, entre el blanco y el negro. Así corre la película . Oscura. Tan oscura como blanca. Blanca. Tan blanca como oscura.
Ahí conocemos tres historias distintas que, de alguna manera , se entrelazan, con sabiduría narrativa por parte del director Robert Rodríguez. Un personaje se llama Marv (Mickey Rourke), tipo duro, dispuesto a vengar la muerte de la mujer que lo ha amado por un instante, bella prostituta, su único amor.
Tenemos a Dwight (Clive Owen), investigador privado que resulta acosado por sus propios problemas, dispuesto a defender a sus amigos al costo de la dureza que sea.
También nos enteramos de la historia de Hartigan (Bruce Willis), el último policía honesto de la ciudad, dispuesto a redimirse en el amor por una niña, quien luego seráuna cabaretera, por lo que el amor se confunde, se confunde y confunde más, mientras se le opone el sadismo pandillero controlado por un político, por un senador.
El escenario es violento, el filme también, recreada esa violencia con ardor estético, con creatividad. Es como si la violencia, al igual que todos los elementos de la película, fueran dibujados con lápiz fino, pero trazo grueso, con toques muy casuales pintados con color, con algún color ahí entrometido.
La película es una novela gráfica. Sin embargo, igualmente podemos pensarla al revés. En tanta creatividad e inventiva, aunque ustedes no lo crean, hay armonía: dura, grotesca, enfática y aplastante, pero armonía al fin.
Lo más valioso de este filme, de esta ciudad harta en el pecado, es cómo la narración nos llega sin acudir a los clichés de siempre, sin los daguerrotipos del cine tradicional.
Obsesión. No hay duda que La ciudad del pecado evidencia obsesiones del director Robert Rodríguez. Esto, paradójicamente, la convierte en una cinta de autor. Eso sí, Rodríguez es muy puntilloso y fiel con los argumentos, ideas, intensidades, ritmos, fascinaciones, odios y estructuras del escritor de la historieta Frank Miller.
Esta es la mejor película de Rodríguez, hasta el momento. El elenco se luce a lo grande en una constelación histriónica. Estamos ahora ante un filme del que se hablará siempre, aunque nosotros ya no estemos ahí.
El filme es prueba de que no todo está dicho en cine, de que el lenguaje del sétimo arte sigue vigente.