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Sin importar la época, el asesinato de un ser querido suele ser la chispa que convierte a un ciudadano promedio en un héroe enmascarado –o, dependiendo del caso, en un villano en busca de venganza–.
La esposa de Gonzalo de Montalvo fue víctima de un homicidio rodeado de circunstancias sospechosas.
Ese fue el leit motiv que inspiró al apacible maestro a adoptar una doble identidad como el Águila Roja, un justiciero anónimo que defiende a los débiles y pobres de la España del siglo XVII.
Águila Roja también es el título de esta serie producida por Televisión Española, cuya séptima temporada acaba de estrenarse en la cadena ibérica.
En ella, las aventuras, la intriga y el valor comparten reflectores con la amistad, la nobleza y el amor.
Gonzalo debe ingeniárselas para hacer equilibrio entre sus dos personalidades: maestro de día y héroe secreto al caer la noche.
El Águila Roja buscará sin descanso a los culpables de la muerte de su esposa mientras lucha contra el terror y la opresión impuestas por un malvado comisario, al servicio de una misteriosa logia secreta que conspira para derrocar al Rey.
Como si la situación no fuera ya suficientemente complicada, un rol más cobra preponderancia en la vida de Gonzalo: el de padre.
La relación con su hijo Alonso –un adolescente rebelde y obstinado– ha sido tensa desde la muerte de su esposa.
Irónicamente, su hijo idolatra al Águila Roja; ignora el muchacho que comparte techo con el hombre detrás de la máscara.
Águila Roja es una de las mayores y más exitosas producciones de TVE.
La combinación de trabajo en locaciones exteriores –lo que sirve para admirar la belleza patrimonial de varios puntos de la geografía española– e interiores construidos brinda una cuota de realismo a la serie que ya es característica primordial en las series españolas de corte histórico.
