Salió al escenario para transitar por la música argentina con las seis cuerdas de su guitarra; gracias a la destreza de su interpretación, se fue del Teatro Nacional con una enorme recompensa: la locura que desató entre el público.
Algunos le gritaban “monstruo”, al ver su dominio técnico en el instrumento; otros simplemente no dejaron de aplaudir el trabajo de Juanjo Domínguez, a lo largo de sus casi dos horas de recital, la noche del viernes.
Al músico argentino correspondió el honor de actuar en el concierto de clausura del XVIII Festival Internacional de Guitarras.
Este año, el festejo del instrumento se vio disminuido en su cantidad de conciertos, pasando de siete a tres; Luis Zumbado, creador del festival, externó días atrás que las nuevas políticas de coproducción del Teatro Nacional no le permitieron desarrollar un evento como otrora. No obstante, Manuel Obregón, ministro de Cultura, aseguró la noche del miércoles que el festival contaría con el apoyo de su cartera, para seguir adelante.
A las 8:08 p. m., apareció Domínguez en el escenario, sin su guitarra. Primero dedicó tiempo para agradecer una nueva invitación al festival.
Además, explicó que el público vería un espectáculo titulado Sin red, donde él, con su guitarra, sería como el trapecista que se lanza al vacío, sin una red de seguridad. La idea era sencilla: él tocaría los temas que su estado de ánimo le indicara y el reto era recordar cada uno.
Luego le alcanzaron su guitarra y comenzó el viaje. Con unos valses argentinos, de autores como Eduardo Falú, llegaron los primeros de muchos aplausos.
Tras esa seguidilla de interpretaciones, realizó una primera pausa para hablar de los músicos a los que admira y debe profundo respeto, como Agustín Barrios Mangoré o Alirio Díaz.
Él conoce todos los tangos, al menos eso aseguró a La Nación en una entrevista, el martes. En la noche del viernes, los que tocó fueron maravillosos. Muestra de eso eran las caras de asombro de los jóvenes guitarristas sentados por todo el teatro.
Igualmente, las caras de satisfacción de muchos que pintaban canas y que se identificaron con interpretaciones como Malena o La canción de Buenos Aires.
Domínguez tenía preparada una sorpresa para el público: la participación de la cantante Majo Lanzón, quien interpretó junto a él dos tangos, y quien se llevó un aplauso de gratitud del público.
Gracias al encantamiento de su música, los minutos volaron y el recital se dirigía a su parte final. Sin embargo, antes era necesario una música infaltable, la del inmortal Astor Piazzolla.
Fue entonces cuando sus dedos revivieron una obra tan intensa como capaz de llegar a lo profundo de la fibra: Oblivion.
Luego vinieron otras más de Piazzolla, como su inmortal Adiós Nonino. Al despedirse, a las 9:43 p. m., el público en pie no dejó de aplaudir y agradecer.