Redacción
Una calurosa tarde de verano en Lucerne me enfrentaba en el atril de la orquesta con Lontano, de György Ligeti, obra de magistrales texturas tímbricas que hasta el propio Kubrick utilizó, inspirado, en su El Resplandor. De inmediato la ovación como es costumbre en cada subida al podio de Pierre Boulez, esa mítica figura creador de El martillo sin dueño y uno de los responsables del desarrollo de la evolución de la historia de la música occidental.
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Desde ese 2007, y durante 8 años, desempeñaría mi labor como violinista en el festival de Lucerna, integrando el Ensemble Intercontemporain de París y conjugando semanas de arduo trabajo, encuentros, viajes, giras y grabaciones con colegas especializados en la música contemporánea bajo la genial simpleza de la batuta de Boulez y compañía.
Más que la intención personal de comprender desde un comienzo su persona y receptar expectantes revelaciones, traté de vivirlo y compartir en cada ensayo, cada conversación y encuentro, convencido que era allí donde percibía la maestría, su pensamiento como director, compositor, intelectual y sus múltiples facetas. Su agudo sentido de afrontar situaciones en los ensayos eran ejemplos de simplicidad y eficacia, respuestas rápidas, acertadas y agudas.
Lograba desmitificar muchas veces esa parafernalia visual y musical de algunos directores de orquesta a través de sus clases de dirección que basaba en la simplicidad del gesto. Pequeños y acertados movimientos expresaban toda su intención con una mano sin batuta generando siempre esa claridad para el intérprete y con una gestual que transmitía seguridad y aplomo en obras hasta de compleja conducción.
Esa sencillez se completaba con la capacidad de escuchar y sintetizar toda obra que afrontaba. Desde la insistencia en los balances y la afinación de cualquier instrumento hasta la detallada poliritmia en la interpretación eran casi su fanatismo, llevando consigo en Le Sacre du printemps una ovación posterior de 15 minutos, en la que intérpretes y público éramos testigos de esa destreza única que transmitía.
Pequeña silueta con rápido caminar deambulaba y convocaba tantos autógrafos y fotos como la torre Eiffel. Políglota y sereno en sus sugerencias indagaba jóvenes compositores sus intenciones de múltiples discursos musicales sin retórica y con libertad en cada estreno que dirigía, sin influenciar su grandeza como compositor para otorgarles autonomía y originalidad a sus creaciones.
Desde innumerables charlas entre músicos repetía su predilección por Jeux de Claude Debussy y fue Arnold Schönberg desde su Erwartung que lo alejó del podio para siempre por razones de salud. Ese hombre infatigable y fructífero seguía inquieto: un concierto para violín, la Salle Modulable de Suiza y numerosos proyectos en su haber.
La grandeza de su persona acompañaba la extraordinaria carrera por representar el arte de la
música de nuestro tiempo.
El martillo ha quedado sin dueño.
Mariano Ceballos es un destacado violinista argentino, único miembro sudamericano del Ensemble InterContemporain, fundado por Pierre Boulez.