Con el cambio de escenario, el Costa Rica Blues Fest, en su cuarta convocatoria nacional e internacional, podría haber transmutado en otra dinámica, pero no aprovechó del todo las nuevas condiciones del entorno.
Aún así sigue siendo un señor festival de
Su gestor y cultor del
Pasar el festival del lado oeste de la ciudad al otro extremo, al este, fue definitivamente un gran riesgo que contrajo algunas implicaciones fáciles de superar.
Hubo menos público que en las anteriores ediciones aunque no tanto como para “cortarse las venas”. Era de esperar. La gran comunidad estadounidense que vive en el lado oeste nutría religiosamente el evento. En esta ocasión, no se hicieron sentir y el público nacional fue predominante.
Comentarios que escuche aprobaron el cambio de lugar y pudiera ser que el Club Campestre La Campiña, camino a San Ramón de Tres Ríos, se convierta en la nueva sede del Blues Fest.
La organización mejoró notablemente. El orden fue evidente. Apunto algunas cosas que recomendaría como feligrés que soy de este festival. La primera, animadores por favor, casi nunca se sabe quien viene y quien está. La segunda, más variedad en las comidas, un poco de
La tercera tiene que ver con el principal patrocinador de esta cuarta entrega. Este festival quedó como hecho a la medida para la cerveza nacional con sabor a
Finalmente, la cuarta y sumamente importante: integrar otros géneros musicales que hermanan con el
¿Porqué esto es importante? A la vuelta de estos cuatro años está clarísimo que la oferta blusera nacional es repetitiva y, además, no indaga en nuevas formas expresivas. Es decir se remite al menú de los clásicos.
Claro que hay excepciones, la más notable Calacas Blues con su propuesta en español y una étnica extraña que los hace fascinantes. Seguro que voy a caer mal con lo siguiente pero el material nacional ya empieza a parecer de relleno.
Entrando en materia musical hubo que esperar hasta el grupo final para sentirse conmovido de cuerpo entero. El cierre del festival siempre sorprende. El harmonicista Sonny Boy Terry, por cierto maestro personal de Mauricio Ledezma, y el guitarrista Jonn del Toro impregnaron la noche de texturas muy diferentes a las que se habían escuchado durante toda la jornada. Exquisitos, sobrios y de muy buen gusto.
Horas antes puede escuchar a la banda local de Blind Pigs reforzada por el guitarrista Steve Arvey, quien aportó el elemento evolucionado en el repertorio de este grupo. Luego, de Canadá, el señor Donnie Walsh impregnó vigor con su armónica y la banda que le acompañó le hizo honores. Escuché poco, pero eso fue lo que me trajo nuevas disertaciones bluseras.