Diego El Cigala, un gitano seducido por el sabor tropical de Latinoamérica, puso a vibrar las butacas del teatro Melico Salazar. Fue una jornada maratónica de dos horas y media en las que el español nacionalizado dominicano ofreció un repaso de su último disco Indestructible y, además, le regaló al público unas cuatro canciones que no estaban en el setlist. Fue un negocio redondo para los mil asistentes que se presentaron en el inmueble josefino.
Cigala llegó a Costa Rica como parte de su gira Indestructible, con la cual promociona su primer disco de salsa. El cantaor dejó por un momento su flamenco para realizarle un tributo a la salsa clásica con este álbum de estudio, el cual es el décimo en su carrera como músico profesional.
La voz de este veterano trajo de regreso a eminencias del género como Héctor Lavoe, Ray Barreto, Cheo Feliciano. Oscar D’León y La Sonora Ponceña.
El concierto arrancó a las 8:30, cuando los diez músicos importados de Colombia, La Cali Big Band, salieron al escenario.
El encargado del trombón lanzó unas palmas al aire para marcar el ritmo y sus compañeros le respondieron de inmediato con un estallido de puro sabor callejero.
Fueron los incisos de la canción Moreno Soy, los que marcaron la entrada del espigado cantante español. El elegante artista ingresó con un caminado rígido, estático que contrastó con las notas de los músicos colombianos. Aún así, la prestancia que emana este gitano es simplemente envolvente.
El Cigala aún luce la misma barba tupida y la melena rebelde con las que lanzó su primer disco en 1998. Como su estilo, su voz permanece intacta, con la misma potencia con la que hipnotiza a sus fieles seguidores.
Con la canción original de la sonora Ponceña, El Cigala le cantó al público que él nació de la rumba y fue bautizado en un manantial de puro sabor. Esta fue apenas la primera cucharada un festín de pura candela que prosiguió con las canciones Si te contara y Juanito Alimaña.
El Cigala le agregó de su propio consomé de flamenco a estas canciones legendarias dentro del género salsero. El resultado fue bien recibido entre las mil personas que llenaron las butacas del teatro.
Diego es un hombre lleno de cábalas y ademanes. Entre cada canción o en los momentos más instrumentales del espectáculo, el español tomaba un vaso lleno de Fanta Naranja con hielo y cuando sentía calor deslizaba los dedos alrededor del recipiente para humedecerse la frente con gaseosa.
En esta ocasión el español casi no compartió con los espectadores, solamente se dedicó a cantar y marcarle el ritmo a los colombianos con sus palmas armadas con anillos de oro. Lo cierto es que las palabras bien podrían haber sobrado. Tal fue el encantamiento que produjo en la audiencia asido a lo que mejor sabe hacer.
La presentación prosiguió con Corazón loco, Veinte años y Periódico de ayer. Esta última le rindió tributo al cantante puertorriqueño Héctor Lavoe y ni para qué lo hizo: en ese momento el público se levantó, los ánimos se elevaron como la espuma. Incluso unas cuantas parejas aprovecharon los pasillos entre los asientos para montar una improvisada pista de baile.
Hubo un momento en el que todos los músicos de la Cali se retiraron y solo quedó el pianista con El Cigala. Fue en ese lapso que el gitano aprovechó para cantar sus baladas desgarradoras. Entre el repertorio estuvieron Lágrimas negras, Cóncavo y convexo y Te quiero, este última, un cover de Nino Bravo.
Al poco tiempo volvieron a aparecer los nueve músicos importados de Colombia para ametrallar el escenario con puras melodísa salseras, Oye como va mi ritmo, entre otras. El español aprovechó para tomar un descanso y volver con la potencia a ponerle el broche dorado en el cierre.
El festín culminó con Hacha y machete, otro piezón de Lavoe en la que los percusionistas de la agrupación hicieron alarde de todo su talento. A no dudarlo, este fue el mejor momento de la noche. Ya para ese entonces el concierto se había prolongado más de dos horas, pero a nadie pareció importarle, nadie quería perderse de esta rumba.
La velada no podía terminar sin Indestructible, una canción que le rinde homenaje a Ray Barreto, otro genio que propagó su sabor en las calles neoyorquinas durante la década de los sesenta. El Cigala volvió a enamorar, esta vez con una fórmula distinta pero con la misma pasión y energía con la que contagió a todas las almas presentes en el Melico Salazar.