Altamente satisfactorio y emotivo sentí el sétimo concierto de temporada de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), celebrado el viernes 27, en el Teatro Nacional (TN), bajo la dirección del titular, maestro Choséi Komatsu.
El evento también contó con la participación superlativa, como solista en el chelo, del joven Gabriel Cabezas, nacido en Estados Unidos de padres costarricenses.
En el programa figuraron sendas obras maestras de las vertientes rusa e inglesa del posromanticismo predominante a inicios del siglo XX, complementadas por una pieza ejemplar del clasicismo vienés de fines del siglo XVIII.
Cabezas produjo tonos cálidos y matizados del instrumento, por turnos hondos y reverberantes o tersos y delicados; parejo con el dominio técnico y la afinación inmaculada, el fraseo desenvuelto y sensitivo desplegado por el violonchelista realzó la musicalidad de su desempeño.
En unión estrecha con Gabriel Cabezas, Choséi Komatsu y la OSN se mostraron atentos y esmerados en el acompañamiento.
Largos y abundantes aplausos saludaron la conclusión de la obra, aumentados por repetidos bravos para Gabriel Cabezas, quien complació, fuera de programa, con la
Las secciones se oyeron acopladas, ágiles las respuestas rítmicas, calibrados los visos dinámicos, el sonido del conjunto compacto y ajustado.
Se trata de una obra cuya expresividad sin inhibiciones, raudal melódico, opulencia armónica y orquestación exuberante cautivan de inmediato a la audiencia, pero, además, el diseño temático impregna la estructura de modo tal que la música surge de manera orgánica y espontánea de las primeras notas.
Choséi Komatsu y la Orquesta Sinfónica Nacional alcanzaron un rendimiento superior, las secciones equilibradas y resueltas, el sonido orquestal potente, modulado y profuso.
El final de la obra levantó una prolongada ovación de los asistentes, menos numerosos de lo que la ocasión merecía.