La Real Academia de la Lengua Española no admite el verbo rockear; las cosas serían diferentes, probablemente, si la RAE presenciara cómo un auditorio repleto de cuarentones pierde los estribos ante la fuerza y el empuje sin descanso de Alux Nahual, una de las bandas de rock guatemaltecas más emblemáticas que existen.
Así sucedió durante la noche del sábado 18 de febrero, cuando los chapines se presentaron sobre el escenario del Teatro Popular Melico Salazar, en el centro de San José. A teatro lleno: los 38 años de carrera de la banda lo merecen así que, aunque había parchones de sillas vacías aquí y allá, el antiguo Teatro Raventós convocó a una buena cantidad de asistentes que, al menos en apariencia, parecían tener la misma edad que la agrupación.
No que la edad valga de mucho, mucho menos cuando en el telón se proyectó el nombre de la banda y pronto comenzaron a sonar los acordes de Como un duende, un clásico de 1990 que, de inmediato, funcionó como una máquina del tiempo: fue como si, de repente, a los asistentes ya no les preocupara pagar deudas, terminar la maestría, llevar a los niños a la escuela el lunes.
El rock es la música de los jóvenes, pero ser joven no es una cuestión de edad.
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Centroamérica
"Estamos muy contentos de estar aquí, teníamos mucha ilusión de venir a este maravilloso teatro", dijo Álvaro Aguilar, el incansable vocalista de la banda, cuando se dirigió por primera vez al público. Atrás habían quedado piezas como Con todas tus fuerzas y Conquista, pero quedaba todavía mucho concierto por recorrer.
Aguilar también envió un saludo especial a un grupo de guatemaltecos que estaba presente entre el público –había varias banderas chapinas por doquier–. "Aunque la verdad es que todos somos hermanos de sentimientos, hermanos centroamericanos", agregó, lo que arrancó una de las primeras ovaciones estruendosas, de las que hubo varias durante la jornada.
Dos canciones del nuevo disco de la banda –Sueño de jade, publicado el año pasado– amainaron las energías un poco; pocos corearon Macondos y 1.9 Ank, pero eso es parte de los gajes de cualquier banda con un historial tan grande como el de Alux Nahual.
Uno de los momentos culminantes de la noche, eso sí, llegó inmediatamente después. Aguilar contó, sobre la siguiente canción, que la banda tenía rato de no interpretarla, pero que "la compusimos pensando en que tal vez algún podríamos venir a Costa Rica a tocarla".
De seguido comenzó Desde el aire, una joya perdida de su repertorio que emocionó al público; sobre todo cuando, justo antes de concluir la canción, la banda detuvo la música para que las palabras de Aguilar se escucharan cristalinas en todo el Melico Salazar: "Mientras en el norte están haciendo un muro, nosotros aquí estamos borrando fronteras".
Alto al fuego
Escuchar a Alux Nahual es como poner un playlist aleatorio en Spotify y decirse a uno mismo, constantemente, "ah, cierto, esta me la sé". Pasó con Murciélago danzante, con Lo que siento por ti, con Libre sentimiento. Con ninguna pasó más, eso sí, que con De la noche a la mañana; la eterna balada fue una de las piezas más coreadas de la noche.
Los teatros y el rock tienen una relación conflictiva. El escenario del Melico Salazar es ideal para las guitarras pesadas y el martilleo del bajo, para una batería poderosa y, en el caso de Alux Nahual, para que flirteen el violín, el chelo y la flauta.
Sin embargo, era palpable el conflicto entre las ganas de ponerse de pie y saltar y bailar, y los espacios estrechos entre butacas y la etiqueta propia de un teatro. Así pasó mientras sonaba Hombres de maíz, Centroamérica e incluso con Alto al fuego.
Sin embargo, nada evitó que Fiesta privada, el gran final del setlist, hiciera que no quedara ni una persona sentada en el auditorio. Alux Nahual lo dio todo y su público –Generación X en pleno–, acostumbrado a la adultez, a pensar en préstamos y en llevar a los niños a la escuela, se entregó en plenitud.
Ni la RAE podría llamar a esto otra cosa más que rockear.