El viaje que estamos por describir no es apto para claustrofóbicos, y mucho menos para tripofóbicos (aquellos que sienten repulsión por las figuras geométricas aglomeradas). Sin embargo, es una invitación al espíritu aventurero de quienes deseen llevar la adrenalina a nuevos niveles.
El nombre de la nueva atracción turística de La Fortuna de San Carlos es zorbing (o esferismo, en español) y consiste en meterse en esferas inflables gigantes y rodar colina abajo.
Tras observar algunos videos grabados desde el interior de las esferas y notar las colosales sensaciones que el zorbing parecía despertar en quienes se habían atrevido a intentarlo, nos enrumbamos al Mistico Arenal Hanging Bridges Park, el único sitio que ofrece esta aventura concebida en Nueva Zelanda y hoy practicada en diferentes lugares del mundo.
Aunque varias empresas nacionales cuentan con las esferas, hasta ahora solo ese parque recreativo en La Fortuna se ha atrevido a aumentar las pulsaciones cardíacas de sus visitantes al hacerlos rodar loma abajo, en lugar de que simplemente se puedan mover sobre agua o en superficies planas.
Místico cavó una especie de carril zigzagueante en el césped, de casi 200 metros, a través del cual ruedan las esferas.
El recorrido no tarda más de un minuto y las esferas no superan los 25 kilómetros por hora, pero es inevitable que los nervios se conviertan en el compañero de viaje desde la cima de la colina.
Cuando la turista Jazmin Brown, de Arizona, Estados Unidos, se metió en la esfera con su hija Maeve, de 9 años, el corazón le latía a toda velocidad.
Sin embargo, pocos segundos después la emoción se apoderó de ambas y, al llegar abajo, no podían contener las risas.
“Fue superdivertido. Era atemorizante cuando iba tomando velocidad, ¡pero fue todo un rush!”, comentó Brown.
Una experiencia similar tuvieron Michelle Millard y Kelley Jonston, de Arizona, quienes también compartieron las emociones dentro de la esfera.
Descalzas, y con una cámara GoPro en la gorra de Jonston, se deslizaron por la ventanilla de la esfera, dispuestas a documentar su aventura.
Sin embargo, la fuerza centrífuga y los desniveles del recorrido hicieron que ambas comenzaran a rebotar dentro de la esfera y la cámara se cayera.
Pese a no haber logrado el video, la experiencia fue inigualable. “Nunca había hecho algo como esto”, dijo Millard.
“Es como un tobogán de agua, pero mucho mejor”, continuó Jonston.
¡Llegó la hora! Luego de ver las expresiones de terror antes de entrar en las esferas, y las risas –quizás aún nerviosas– al final del recorrido, era el turno de envalentonarnos para mí y para mi compañero, el fotógrafo José Cordero.
En el camino, uno de los funcionarios nos daba las indicaciones de rigor: lo mejor es intentar relajarse, pues de lo contrario se pueden producir tirones o contracturas musculares; las manos se dejan libres a los lados del cuerpo; es posible tragar agua si se abre la boca durante el recorrido y no se pueden llevar objetos punzocortantes ni zapatos.
Además, hay algunas variaciones que se pueden hacer para llevar al extremo la aventura, o hacerla más llevadera.
Para un principiante, lo mejor es colocarse de espaldas dentro de la bola, para evitar un giro inicial brusco que a algunos les gusta, pero no a todos.
Lo usual es que se coloquen 70 litros de agua dentro de la esfera, pero quienes quieren dosis adicionales de adrenalina pueden solicitar más litros para rodar a máxima velocidad.
Ese no era nuestro caso. Nos metimos en la esfera sin saber qué esperar, dispuestos a grabar la experiencia en la cámara que mi compañero llevaba en la mano.
Los rostros evidenciaban lo innegable: estábamos nerviosos.
En cuanto cerraron la puertecilla de la esfera y le dieron un empujón desde la zona de salida, la sensación de vacío y los patrones decorativos de la esfera girando a toda velocidad nos hicieron olvidar todas las instrucciones.
Nos pusimos rígidos, con el estómago hecho un puño y el ceño fruncido. Inconscientemente, buscamos cualquier apoyo para agarrarnos. Pero no había ninguno, más allá del brazo del otro.
Unos metros cuesta abajo, una risa irrumpió para disipar la breve angustia y el éxtasis afloró entre gritos y carcajadas, mientras nos tambaleábamos de un lado a otro (nunca de cabeza, por el efecto del agua) dentro de la esfera. Nos dejamos llevar.
Llegamos abajo aún en estado de euforia, empapados de pies a cabeza, con la misma risa –quizá nerviosa– de todos los demás.
Habíamos rodado durante apenas unos 50 segundos, pero entonces entendimos por qué dicen que las esferas son como cápsulas del tiempo.
Menos de un minuto pareció una eternidad, y estábamos más que dispuestos a volver a ralentizar el paso del tiempo y a acelerar los latidos cardíacos.