Digamos que es una confesión. La chaqueta de mezclilla no sabe mucho de vientos alisios, así que de abrigar, ¡nada!
A las 6 p. m. el restaurante estaba casi vacío. ¿Sería por eso que los tres no encontrábamos calor humano en qué cobijarnos? La casa que acondicionaron para ser A la leña Pizzería tiene su encanto: sobria y campirana decoración –un poco como estar en una cabaña–, tenue la luz de las lámparas –que cuelgan elegantitas desde el techo forjadas en hierro–, cariñosos los manteles –de cuadritos, como se ven en las “pelis” a la italiana–.
Cuando enero está soleado –como últimamente se le antoja ponerse en las mañanas y en las tardes– la casita-pizzería ha de ser una monada; pero en aquel desnudo total de paredes y en aquella gordura absoluta de medio ser un espacio al aire libre, por hambre o por tener malo el termostato personal, el frío no dejaba en paz a estos tres comensales de un martes de tercera semana de enero.
¿Calentitos titos? El horno de A la leña es poderoso. No porque de aquella boca en fuego pudieran los friolentos calentarse, sino porque desde sus adentros salían algunos de los más ricos platillos en meses comidos.
Tardó en llegar la entrada de queso fundido para que el frío fuera historia. ¡Tres comen de un solo plato! Y el quesito blanquito, acompañado por una tostada y bien condimentada focaccia , venía coronado con rodajitas de chile verde y moderadamente picante. Ni una hilacha de queso fundido desperdiciaban los hambrientos, ya no friolentos.
Líquido sobraba. Los frescos naturales –había de sandía que llegó casi frozen – los sirven en pichelitos de medio litro. ¡A beber titos!
La pizza argentina fue un acierto. La pasta ni muy delgada, ni muy gruesa; los hongos frescos en su punto y un prosciutto muy sabroso. Servida con buen gusto: aquel jamón fue colocado con paciencia y fijándose en que quedara, además de rico, bien bonito. Con buen gusto, da gusto.
Llegó otra pizza con nombre de país: la Noruega. Aceitunas negras, piña dulce, berenjena rostizada, pollo y salami combinaban perfecto. Sencillamente, ¡deliciosa!
Uno de los tres comensales está peleado con la pizza , pero A la leña tenía mucho más que ofrecerle. Una parte de su cartilla está dedicada a carnes: que pollo, que res. Así que el Lomo New York se ganó el ser escogido por encima del Filet Mignon y pollos en salsas y aderezos exóticos.
Jugoso el trozo de carne que viene con grasa –hacer bien este corte es un arte–. Suaves y realmente encantadores los vegetales al vino con que viene acompañado el New York. Y las papitas cocidas, enteritas, de maravilla sabían con las salsa que la casa lleva a la mesa como cortesía: de ajo, otra roja y picante y una de hierbas.
Divertido fue tomar el postre. La especialidad de la casa: helado Maceta. “¿Maceta, por qué?” Ya en la mesa saltaba a la vista: helado de chocochips servido en una maceta helada de greda con galleta Oreo molida y una simulación de planta. Por la boca murió el frío, por la buena cuchara quedaron ganas de volver.